miércoles, 10 de abril de 2013

TEOLOGÍA BIBLICA I



TEOLOGIA BIBLICA

 I.  Palabra divina y humana

II. Palabra inspirada

   A) La inspiración en la Biblia
   B) Comprensión de la inspiración
   C) Historia de la inspiración
   D) Documentos del Magisterio
   E) Nuevos planteamientos

III. Palabra transmitida

IV. Palabra normativa

   A) El término canon
   B) Historia del canon del AT
   C) Historia del canon del NT
   D) Criterios de canonicidad

V. Palabra verdadera y dinámica
   
I: LA PALABRA DIVINA Y HUMANA

 Se suele decir que el cristianismo es una de las religiones “del libro”, semejante al Judaísmo y al Islam. No es una afirmación exacta. El libro no ocupa en el cristianismo el mismo puesto que ocupa en el Judaísmo o en el Islam. La plenitud de la revelación de Dios no se ha dado en un libro, sino en una persona, en la persona de Jesús, la Palabra encarnada.

Además Dios no se revela solo en unos escritos, sino que se revela también en la creación y en la historia. La palabra ayuda a desentrañar esta revelación básica que ha tenido y está teniendo lugar en el universo creado y en la historia de los hombres que es siempre historia de salvación. Un libro desgajado de la naturaleza y de la historia no puede por sí mismo revelar al Dios Creador y salvador.

Dios se ha revelado no meramente para informarnos de una serie de verdades, sino para comunicarse a sí mismo. Se revela para realizar una comunión. La Verdad de Dios es Dios mismo comunicándose al hombre. Por eso escuchar es responder, es acoger. Al hablarnos, Dios nos hace partícipes de su misma naturaleza, como un padre que hablando a su hijo lo hace igual a sí y lo hace también capaz de hablar y de responder. El niño escucha a su padre, empieza a comprender lo que éste le dice, y va adquiriendo todo un sistema lingüístico y una capacidad comunicativa que le hace capaz de participar en la comunicación del padre.[1]

Dios comenzó a revelarse a Abraham y a Moisés mucho antes de que existieran los libros de la Biblia actual. Los actuales libros del Antiguo Testamento se completan y canonizan después de muchos siglos de comunión y comunicación entre Dios y su pueblo por medio de la alianza.

Del mismo modo, las primeras generaciones cristianas vivieron una vida plena en el Espíritu cuando todavía no estaba escrito o canonizado el Nuevo Testamento en su conjunto. La vida y la experiencia cristiana son anteriores a los evangelios escritos.

Además, como veremos, tanto el Judaísmo como el Islam tienen una interpretación muy fundamentalista de sus libros sagrados. Se afirma que fueron escritos por Dios sin una auténtica mediación humana. Para los musulmanes el Corán no fue escrito por Mahoma, sino que este lo recibió del cielo. Para los judíos Moisés recibió las tablas de la ley ya escritas, y no fue él quien las escribió.[2] En cambio para los cristianos la Biblia ha sido escrita con la colaboración de los hagiógrafos que son  autores humanos. No ha bajado del cielo ya redactada y escrita sobre el papel. El cristianismo acepta plenamente la mediación humana, histórica y literaria en la redacción de los libros de la Biblia, que son, por tanto, obra de Dios y obra también del hombre.

El cristianismo, salvo algunas desfiguraciones extremas fundamentalistas, no es una bibliolatría. La Iglesia venera el libro de la Biblia, pero no lo adora. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás”. El libro es solo un objeto, hecho de papel y de cartón, con manchas de tinta. La Palabra está en él, como dormida, esperando el lector que la despierte  y le dé vida.

Por eso cuando los españoles le dieron una Biblia a Atahualpa y le pidieron que la aceptase, el inca le daba vueltas en sus manos, la lamía, la movía para ver si sonaba. No comprendía que la escritura es un símbolo que nos trasporta a una palabra siempre virtual. Los españoles le pedían adorar un objeto, un fetiche mágico. Atahualpa en el fondo se estaba negando a la bibliolatría.

Sucede lo mismo que con la música. La música no está en el papel del pentagrama. Allí solo hay manchas de tinta. La música solo existe cuando es interpretada por un coro, un solista, una orquesta. La Palabra no existe en el papel, sino solo cuando es leída y proclamada. Entonces y solo entonces es palabra viva, y no palabra dormida.


[1] Bovati, Apuntes de hermenéutica, ad instar manuscripti, Roma.

[2] A este respecto hay una doble tradición en la propia Biblia. Según algunos textos fue el dedo de Dios quien escribió las tablas de la Ley (Ex 31,18; 24,12; 25,16; Dt 4,13; 10,1-4). Esta comprensión de la autoría divina es más semejante a la del Islam. Pero en otros textos es Moisés mismo quien escribe y de ese modo se reconoce la mediación humana (Ex 34,28; 24,3-4). Puede tratarse de tradiciones distintas que el redactor final ha conser-vado sin tratar de concordarlas.

 A) El misterio de la Biblia

Las palabras de la Biblia se atribuyen simultáneamente a dos autores. Se puede decir de ellas, por ejemplo, que son palabras de Isaías, pero también que son Palabra de Dios. ¿En qué sentido colaboran Dios y el hombre en la producción de la Sagrada Escritura? Habrá que explicarlo de manera que pueda ser atribuida simultáneamente a uno u otro, aunque de distinto modo.

Los Padres de la Iglesia reflexionaron sobre el paralelismo entre la encarnación del Verbo y la inspiración de la Escritura. “Como Cristo vino oculto en el cuerpo, así también se ha encarnado toda Escritura divina” (Orígenes).

“En otro tiempo escribió Dios un libro (la Biblia) en el que en muchas palabras nos expresó una sola; hoy nos abrió el libro (Cristo) en el que en una palabra condensa muchas... Este es el libro que en vez de pergamino tiene carne y en vez de escritura tiene la palabra del Padre...  El libro máximo es el Hijo encarnado, porque así como mediante la escritura la palabra, se adhiere al pergamino, así la palabra de Dios se une a la carne asumiendo su humanidad” (Garnier).

“Así como Cristo fue semejante a nosotros en todo menos el pecado, compartió todas nuestras debilidades y flaquezas, así también las palabras de Dios expresadas en lenguas humanas se asemejan a todo al lenguaje humano, menos en el error” (Pío XII, Divino Afflante Spiritu).

Como Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, así también la Escritura es verdaderamente toda ella palabra divina y palabra humana. Ni se dan dos palabras distintas, ni es posible atribuir una a Dios y otra al hombre. La cooperación entre Dios y los escritores en la elaboración de la Escritura hace que sea toda de Dios y toda del hombre.

También desarrollan los Padres el paralelismo entre Escritura y Eucaristía, como una doble presencia de Cristo. La lectura privada de la Escritura, que se guarda en casa, puede reemplazar a la Eucaristía cuando ésta no se puede celebrar. Ver aquí una página sobre la espiritualidad de la lectura de la Biblia con citas de Santos Padres.

La Escritura es reverenciada en la Liturgia con ritos, procesiones y aclamaciones… La fe católica ha tratado siempre el libro de los Evangelios del mismo modo que a la persona viviente de Cristo. La Biblia en el templo debe ocupar un lugar tan prominente como el Sagrario.

 B) La Biblia Palabra de Dios

En esta sección mostraremos qué dice la Biblia sobre sí misma, como expresa su autocomprensión de ser una palabra que trasciende la mera causalidad de su autor humano. Vemos dos grandes afirmaciones repetidas en una breve encuesta sobre los distintos libros que la componen. La Biblia se comprende a sí misma como “Palabra de Dios”, y como “Inspirada por el Espíritu Santo”. Antes de tematizar estas afirmaciones recojamos algunos de los testimonios bíblicos:

1. La Ley (Torah)

Iremos viendo como las distintas partes de la Biblia hebrea se conciben a sí mismas como palabra divina y no como meros escritos humanos.  En la Biblia hebrea se distinguen tres partes. Es como una cómoda con tres cajones: la Ley, los profetas y los escritos.

Para comenzar veremos como la Torah se describe a sí misma como Palabra de Dios. Comencemos aclarando que no es exacto traducir la palabra Torah por “Ley”. Arrastramos este error ya desde la traducción griega que para traducir la palabra Torah utilizó el término griego “nomos” = “ley”. En realidad Torah no significa en hebreo "ley", sino "enseñanza, instrucción". Incluye elementos legislativos, pero no se reduce a ellos.

Los distintos géneros literarios se han ido relacionando de un modo artificioso con alguna de las grandes personas de la antigüedad que iniciaron el género. Así los salmos se asignan a David, la sabiduría a Salomón. Toda la legislación se asigna a Moisés

El primer núcleo legislativo es el pacto sinaítico que ya se nos describe como Palabra divina. “El Señor pronunció todas estas palabras” (Ex 20,1). Moisés refiere al pueblo las palabras y las escribe (24,3). El pueblo responde: “Cumpliremos las palabras que nos ha dicho el Señor” (23,4).

Un segundo elemento legislativo dentro de la Torah es la carta constitucional del rey. El documento que apareció en el templo en tiempos de Josías y sirvió de base a una reforma constitucional. Probablemente la sección legislativa de Dt 12-16, cuya copia tenía que estar en manos del rey según Dt 17,18-20. En el Deuteronomio, Palabra o palabras, designan no ya las pronunciadas por Dios en un principio, sino la palabra escrita en el libro.

Un tercer elemento legislativo es el código sacerdotal que recoge toda una serie de normas sobre el culto y sobre la pureza y está contenido sobre todo en el libro del Levítico. Todos estos tres cuerpos legislativos se presentan no como ordenanzas de un legislador humano, sino como ordenanzas divinas.

En el salmo 119 tenemos la Exaltación de la ley, con una variedad de imágenes (TPV p. 39): ley חוק, enseñanza תורה, testimonio עדות, voluntad רצון, dicho אמרה, precepto מצוה, mandato פיקוד, juicio משפט, palabra דבר, camino דרך.

2. Los profetas

En el momento de recibir su oráculo el profeta se expresa: “Me vino la palabra del Señor…” “Palabra del Señor que recibió el profeta…” La expresión “Palabra de Dios” se encuentra 241 veces en el AT. De estos casos, 221 (92%) se refieren a la palabra profética.

No se distingue entre la palabra de Dios y la del profeta: “No quieren escucharte porque no quieren escucharme” (Ez 3,7). El profeta es la boca de Dios. La relación de Dios con el profeta es como la de Moisés y Aarón. El será su dios, y tú serás su boca (Ex 4,16).

Cuando los oráculos proféticos se ponen por escrito, a veces por el mismo profeta, siguen teniendo el estatuto de palabra de Dios. “Escríbelo en una tablilla, grábalo en un libro y que dure hasta el último día, para testimonio hasta siempre” (Is 30,8). “Escribe la visión, ponla clara en tablillas, para que se pueda leer de corrido” (Hb 2,2). El libro que contiene estos oráculos recibe el nombre de “Libro del Señor” (Is 34,16).

La importancia de esta palabra escrita es tan grande, que cuando el rollo de Jeremías fue quemado por el impío rey Yoyaquim, hijo de Josías (Jr 36) el rollo vuelve a ser escrito para que la palabra de Dios no se pierda (v.32). En el momento de su vocación profética, Jeremías escuchó de Dios: “Yo pongo mis palabras en tu boca” (Jr 1,9; 15,19).

También Ezequiel recibe la invitación a comer un rollo antes de ir a hablar a la casa de Israel. El rollo comido revela que el escrito era ya considerado entonces palabra de Dios (Ez 2,9-3,4).

3. Literatura sapiencial

Al principio la sabiduría era en Israel una ciencia de la vida, una filosofía perenne. El exilio obliga a la sabiduría a dar un salto cualitativo para entrar en estrecha relación con la fe en YHWH. La sabiduría recibe así una impronta claramente israelita, como Sabiduría del Dios de Israel, el Dios de la alianza. Es la primogénita de Dios, le asiste en la creación del mundo, es maestra por plazas y calles, pone su tienda en Israel (Si 50,17-22; Sa 10,1-11; Pr 1,20; Si 24,8). Acaba identificándose con la Torah y con la palabra profética, y es acogida como Revelación divina a la par que los otros escritos.

4. Los libros sagrados

En el Israel postexílico hay una conciencia de poseer un conjunto de Libros sagrados (1 Mc 12,9; 2 Mc 2,13).  Son libros sagrados que vuelven las manos que los tocan impuras.

Para Jesús y para la Iglesia es evidente el carácter sagrado de estos libros. Con un sencillo “Está escrito” se cierra toda discusión (Mt 4,4-10). “La Palabra de Dios no puede ser anulada (Jn 10,35). Todo el acontecimiento de Jesús sucede “para que se cumpla la Escritura”.

El NT usa el neologismo, nunca usado en la literatura griega, “Dice la Escritura”, juntando los verbos decir y escribir y combinando así la palabra oral y la escrita. Dios habla y su palabra una vez escrita puede resonar en todos los tiempos. Hay una conciencia clara de que sigue siendo válida aun después de las circunstancias históricas que la motivaron, y que tiene un mensaje para los hombres del futuro.

5. El Nuevo Testamento
Jesús predica con una autoridad nueva que se pone en parangón con la de los Escritos sagrados. “Habéis oído decir que se dijo… pero yo os digo” (Mt 5,22-48). Habla como quien tiene autoridad, y no como los escribas (Mc 1,22). Ya en el evangelio de San Juan se citan las palabras de Jesús con la misma fórmula y solemnidad con la que se citaba la Escritura. “Así se cumpliría lo que había dicho: “De los que me diste no se perdió ninguno” (18,9), “Así se cumpliría lo que había dicho indicando de qué muerte debería morir” (Jn 18,32). En una ocasión se refieren a las palabras de Jesús a renglón seguido de las palabras del AT, como teniendo un valor equivalente. “Creyeron en la Escritura y en la palabra que había dicho Jesús”. El Nuevo Testamento ve en Jesús el Sí a todas las promesas de Dios (2 Co 1,20), y la Palabra hecha carne (Jn 1,14).

Los apóstoles predican “todo lo que Jesús hizo y enseñó (Hch 1,2), y poco a poco esa palabra se va poniendo por escrito. 1 Tm 5,18 prueba el hecho de que el trabajador puede vivir de su trabajo con dos citas, una del AT: “No pondrás bozal al buey que trilla” (Dt 25,4) y otra del evangelio de Lucas, “Digno es el obrero de su salario” (Lc 10,7). Ambas se presentan como citas de una misma categoría.

La palabra que predican los apóstoles se presenta no como palabra humana, sino como palabra divina. “Por eso precisamente también por nuestra parte no cesemos de dar gracias a Dios, porque al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes” (1 Ts 2,13).

Esta palabra ya oral o ya escrita es vinculante: “Manteneos firmes y ateneos rigurosamente a las tradiciones que habéis recibido de nosotros ya de palabra ya por carta (2 Ts 2,15; 1 Tm 1,18; 4,11).

Muy importante es el texto de 2 P 3,14-16 en el que se atribuye a las cartas de San Pablo un estatuto de Escritura parangonable a las del AT. “Escribe Pablo nuestro hermano con la sabiduría que le fue otorgada. Lo escribe también en todas sus cartas cuando habla en ellas de eso. Aunque hay en ellos cosas difíciles de entender que los ignorantes y los débiles interpretan torcidamente, así como las demás Escrituras, para su propia perdición”.

Finalmente diremos que en el Apocalipsis hay una prohibición de añadir o quitar ninguna cosa a la profecía del libro, lo cual le asigna ya un estatuto sagrado (Ap 22,18-19).

1 comentario:

  1. Presumo y asumo que la FE es un elemento primordial,para aceptar que dios existe,y que esta en todas partes.Partiendo de esa premisa,todo sera mas facil entenderlo

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