miércoles, 10 de abril de 2013

TEOLOGÍA BIBLICA II



II: LA PALABRA INSPIRADA

 A) La inspiración de la Biblia

Israel era consciente de poseer en sus libros sagrados la Palabra de Dios, pero no sabía aún en virtud de qué acción divina esta encarnación de la palabra tenía lugar. La reflexión sobre la naturaleza de un acto sigue siempre a la simple afirmación de dicho acto. Es sólo el Nuevo Testamento en sus escritos más recientes el que ha desarrollado una teología que atribuye la encarnación de la palabra divina en los libros sagrados a una inspiración del Espíritu Santo. La expresión se toma del mundo helenístico, pero rechazando el sentido de inspiración mántica que tenía en dicho mundo.

Sólo se podrá comprender la naturaleza de la inspiración bíblica en el contexto más amplio de la acción del Espíritu en la historia de salvación por medio de los carismas.

Hay un desarrollo gradual en la comprensión del Espíritu desde su uso impersonal en el AT para designar la fuente de energía, aliento, influjo activo, inspiración, discernimiento. El espíritu de Dios es un principio de animación que se comunica a individuos y comunidades. Podríamos definirlo como energía divina.

El uso de Pneuma en el NT continúa teniendo todas las connotaciones más impersonales del AT, aunque cada vez va teniendo connotaciones más personales. Decir que un escrito está inspirado, es ante todo decir que es un escrito en el que se experimenta fuerza, verdad, que está animado por el Espíritu y que es capaz de inspirar a los que lo leen.

1. Las gracias carismáticas

La definición de lo que es un carisma la encontramos en 1 Co 12,7: “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común”. En esta definición hay cuatro notas:

* se da: se trata de un don; algo que ni se compra ni se aprende, como la memoria, el oído musical, la facilidad de palabra, la facilidad para los idiomas extranjeros…
* la manifestación del Espíritu: un don sobrenatural, distinto de los de naturaleza por sus efectos, aunque a veces se apoya sobre un don natural.
* a cada cual: pluralismo y estructura corporativa del cuerpo de Cristo. No se trata de hombres orquesta.
* para provecho común: en eso se diferencian los carismas de los dones que se dan para la santificación personal.
En nuestro caso la inspiración es un carisma no transmisible, que pertenece sólo a la época de la revelación del Antiguo y Nuevo Testamento, pero que termina con la generación apostólica, porque ya no es necesario, y no es heredado por los obispos. Pero éstos sí heredan otros carismas espirituales para la conservación y profundización en el deposito revelado.

Mediante las gracias carismáticas Dios interviene en la historia de los hombres para convertirla en historia de salvación. Capacita a hombres y mujeres elevando las acciones de estos a un nivel en el que pueden tener efectos que desbordan sus capacidades naturales. De este modo el hombre se convierte en instrumento y vehículo de una acción de Dios que le transciende y sobrepasa, y que hace que el resultado de sus acciones sea últimamente atribuible no al hombre, sino a Dios.

Así el Espíritu puede
               dar fuerza, como en el caso de Sansón: (Jc 14,6).
               dar inspiración artística: Besalel (Ex 31,3).
               dar capacidad de gobierno: Moisés (Nm 11,17.25);  David (1 Sm 16,13).
               dar inspiración musical: María, David
               dar conocimiento: Samuel y asnas de Saúl, Eliseo 2 R 3,15.
               dar sabiduría: Is 11,1-2.
El Espíritu irrumpe de una manera violenta, como ave de rapiña: Sansón (Jc 14,6), Saúl (1 S 10,5).  Hace entrar en trance, y transforma a la persona en un hombre distinto. Toda una escuela de espiritualidad presenta la profecía como carisma del Espíritu:
         Ezequiel 11,5; Isaías 59,21; Joel 3,1; Ne 9,30.
Pero otros profetas (Jeremías, Amós) se muestran un tanto reticentes frente al espíritu de los falsos profetas que tienen espíritu (manifestaciones extravagantes), pero no tienen palabra, y prefieren referir sus profecías más a la Palabra que al Espíritu. el viento se los lleve pues carecen de palabra” (Jr 5,13).
Para profundizar sobre la relación entre Palabra y Espíritu en la literatura profética, ver aquí.

En el Nuevo Testamento la Iglesia es de naturaleza carismática. El Espíritu pone pastores (Hch 21,18), guía las acciones misioneras de la Iglesia en el caso de Felipe (Hch 8,29-39), de Pedro (a0.9), de Pablo (Hch 13,2-4; 16,6). Ver Biblia de Jerusalén, nota a Hechos 1,8.

En este contexto carismático hay que situar los distintos dones que contribuyen a todo el proceso de la revelación y la evangelización, y en los diversos pasos de ese proceso, de una manera muy especial asiste a la redacción de los libros sagrados en los cuales la Palabra de Dios queda por escrito para todas las generaciones venideras.

 2. Los textos bíblicos sobre la inspiración

      1 Pedro 1,10.12

      El Espíritu Santo da testimonio en los profetas del AT.
      El Mismo Espíritu coopera con los que hoy anuncian el Evangelio.
      Es el mismo Espíritu el inspirador de ambos Testamentos.
 El Antiguo Testamento estaba ordenado hacia el nuevo. Eran inspirados en favor nuestro
      El Espíritu que hablaba en el AT era ya el Espíritu de Cristo.
       2 Pedro 1,16-21

      Las palabras de los profetas son luz en la oscuridad hasta que llegue la revelación perfecta.
      Las profecías de la Escritura no han sido emitidas por voluntad humana.
Los profetas de la Escritura han hablado de parte de Dios movidos por el Espíritu: en el v.20 se refiere a la profecía escrita y en el v. 21 a la profecía oral.
      Las profecías de la Escritura no son de interpretación personal.
      2 Timoteo 3,14-17

      Las Escrituras dan la sabiduría en orden a la salvación.
      Las Escrituras están inspiradas por Dios.
      Las Escrituras inspiradas son útiles para enseñar, educar y perfeccionar.
Concepto de epneusthe hapax en el griego bíblico. Puede ser leído en posición predicativa o atributiva. En el primer caso se afirmaría la inspiración directamente, y en el segundo indi-rectamente. Se puede interpretar en un sentido pasivo o también en un sentido activo: inspirada e inspiradora.

Como ya hemos visto anteriormente pronto los escritos del Nuevo Testamento empiezan a tener estatuto de Escritura inspirada, tanto los evangelios (cf. 1 Tm 5,17-18) como las cartas de Pablo (cf. 2 P 3,15-16).

Romanos 15,4: “Todo cuanto fue escrito en el pasado se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza”.

Hebreos 4,12-13: La Palabra es viva y eficaz. Penetra y discierne todos los pensamientos del hombre

1 Tesalonicenses 2,13: Los tesalonicenses acogieron la palabra de Pablo no como palabra de hombre, sino como es en verdad, Palabra de Dios que permanece operante en los creyentes.

Apocalipsis 22,19-19: No se puede añadir ni quitar una sola palabra de un texto que se considera sagrado.

 B) Comprensión de la inspiración

 1. La Iglesia se interroga sobre la Biblia

Sobre los datos bíblicos que hemos reseñado, la Iglesia se ha ido interrogando en búsqueda de un mejor entendimiento del dato de la inspiración. El hecho de que no haya habido una contestación ha llevado consigo una falta de debate interno sobre el tema. A veces son las herejías las que obligan a la Iglesia a profundizar y reformular su fe; la pacífica posesión de una creencia no facilita una elaboración dogmática más tematizada. Para encontrar un reactivo que obligue a la Iglesia a repensar su teología sobre la Biblia habrá que aguardar al racionalismo.

Anteriormente ni siquiera la reforma protestante había puesto en cuestión la inspiración bíblica, por lo cual durante muchos siglos la Iglesia se limitó a repetir la formulación bíblica de que la Biblia es palabra de Dios, es decir que Dios es el autor principal de los libros sagrados y que están inspirados por el Espíritu Santo.

2. Algunos errores en la manera de comprender esta cooperación

Sin embargo, aun repitiendo estas fórmulas literalmente, cabe una comprensión muy diversa del modo como se articula la cooperación entre Dios y el hombre en la producción de la Escritura. Algunas teologías de la Biblia acentúan más la intervención divina, y otras acentúan más la intervención humana. En algunos casos el acento que se coloca en una de las dos partes del misterio es tan fuerte, que llega incluso a anular o desvirtuar la otra parte. En este caso nos encontramos ya claramente en el terreno de la herejía. Todas las herejías son un intento de simplificar lo que es complejo; ganan en claridad lo que pierden en profundidad.

Hay unos errores que exageran la autoría de Dios de tal modo que dejan reducido al hombre a un simple copista. Según estas doctrinas el hagiógrafo actuaría como un instrumento inerte, o como un mero altavoz de resonancia de una palabra que ya le llega formulada.

Otros errores minimizan la actividad de Dios en el proceso de elaboración de la Escritura, limitándola meramente a una aprobación subsiguiente, autorizando lo que los hombres ya habrían escrito independientemente de él, o limitando la inspiración a una mera asistencia por la cual Dios garantiza que el libro no tiene ningún error. En ambos casos estaríamos reduciendo el carisma de inspiración al de la infalibilidad, tal como lo aplicamos al Magisterio de la Iglesia. Ahora bien, es evidente que la acción del Espíritu Santo en los libros de la Escritura es radicalmente diversa de su acción en los documentos posteriores del Magisterio. La inspiración divina es mucho más que la mera infalibilidad.

Otros errores son los de aquellos que diseccionan la Escritura y atribuyen una parte a Dios (las ideas), y otra parte a los hombres, (la expresión literaria). Esta teoría rompe la unidad de la Escritura y además se basa sobre una manera de entender el proceso de la creación literaria y de la significación del lenguaje.

Cualquiera que sea el modo como se explica, lo que hay que salvaguardar en cualquier caso es que la intervención divina en la producción de la Escritura tenga unas características específicas que la diferencien claramente de cualquier otra intervención divina en la producción de otros escritos por muy santos y positivos que puedan ser. La intervención divina ha de ser descrita de modo que no pueda confundirse con la que tiene lugar en escritos de los santos, en encíclicas pontificias, en documentos de concilios, en los que al final de su lectura no se puede añadir: “Palabra de Dios”.

La palabra inspiración puede tomarse en dos sentidos diversos. En un sentido amplio hablamos de una homilía inspirada, un momento singular de inspiración poética o musical. En un sentido técnico la inspiración sólo tiene lugar en la producción de los libros canónicos, y supone que Dios los ha querido y ha cooperado en su producción mediante una actividad categorial, y no simplemente trascendental. De ese modo Dios asume la responsabilidad de lo que se dice en esos libros de un modo singular. Nos presenta cuanto se dice en estos libros como dicho por él y dotado de una autoridad divina. Nosotros en este curso hablamos de la inspiración en este sentido restringido, técnico, mientras no se diga lo contrario expresamente.

La mayor dificultad teológica que tenemos para entender esta cooperación humano-divina es la tendencia a colocar la acción divina y humana en el mismo plano, sin prestar la debida atención a la analogía de cualquier lenguaje referido a Dios. Entonces se presentan a Dios y al hombre como rivales. Una obra será tanto más divina cuanto sea menos humana o viceversa. Según esta tendencia, la acción divina será tanto más pura e incontaminada cuanto menos consistente sea la mediación humana. El ideal de una acción divina sería que el hombre fuera un mero instrumento inerte, en trance, cuya mano Dios movería mediante impulsos electromagnéticos para escribir trazos sobre un papel. Es claro que en este tipo de representación la obra resultante sería claramente divina, pero difícilmente se puede decir que sea verdaderamente humana.

Frente a esta caricatura hay que concebir la colaboración Dios-hombre de un modo radicalmente diverso. Una acción divina mediada por un hombre será tanto más divina cuanto sea más humana, cuanto más el hombre esté poniendo en juego sus recursos humanos, la plenitud de sus facultades, lo mejor que hay en él. La calidad humana de una acción es mucho más apta para mediar la acción de Dios, que la pobre actuación de un sujeto drogado, aletargado, perezoso, poco emprendedor y poco creativo.

3. La comprensión de la inspiración en la Biblia misma

Ya los mismos escritos bíblicos, además de testimoniar el hecho de la inspiración ofrecen una rudimentaria comprensión del mismo, muchas veces no tematizada. Cualquier elaboración dogmática debe tener muy en cuenta esta comprensión germinal contenida en la Biblia misma.

Analizando la obra literaria de los distintos escritores, un primer hecho evidente es que cada uno conserva su propia personalidad y estilo literario, que no quedan anulados por la intervención divina. Así podemos hablar del clásico Isaías, el romántico Jeremías y el barroco Ezequiel. El idioma utilizado por los distintos libros no es un idioma único, sino que refleja la evolución lingüística del hebreo a lo largo de los siglos. Esto excluye cualquier comprensión de la Biblia como un dictado divino que anularía la personalidad del hagiógrafo.

Dice Schökel: “Si nos acercamos con lupa, aplicando un riguroso análisis estilístico, apreciaremos el trabajo artesano del profeta: cómo busca una onomatopeya, cómo acumula asonancias, cómo dispone un quiasmo de seis miembros, cómo cambia expresivamente una fórmula rítmica, cómo construye calculadamente el oráculo... En resumen, al profeta le podemos tocar y enjugar el sudor de su frente, con el que ha sacado el poema o el oráculo de la cantera del lenguaje. Después de nuestro análisis podríamos dar al profeta una medalla por su honesto trabajo artesano. Y el la rechazaría: “Es palabra de Dios”. Extraño dictado que tanto trabajo literario le cuesta al profeta. Y es que no es dictado” (La Palabra Inspirada, p.81).

Lucas nos habla también de cómo en todo momento ha actuado como un “verdadero autor” y no como una marioneta manejada por los hilos del autor divino. “He decidido yo también, después de haber investigado todo diligentemente desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido”. No son éstas las palabras de un robot, o de un médium espiritista en trance. Lucas quiere escribir su libro, pero a través de esta voluntad humana plenamente responsable se media otra voluntad divina de quien desde toda la eternidad escogió a Lucas como escritor, puso en su mente la idea de escribir el evangelio y le asistió con el toque de su gracia durante todo el proceso de la composición.

Los libros sagrados son queridos por Dios, dirá Rahner, con una predefinición formal, es decir por una voluntad que no es contingente a la respuesta humana, que no puede frustrarse. Sin embargo, tal como nos consta en el caso de la predeterminación en la teología de la gracia, esta predeterminación divina no anula la voluntad humana ni el libre albedrío. A veces vemos en la Biblia esta lucha entre la voluntad divina que termina superando las resistencias del profeta, pero sin anular su propia libertad. “Me has seducido, YHWH, y yo me he dejado seducir, me has agarrado y me has podido... Yo me decía: ‘No volveré a recordarlo ni hablaré más en su nombre; pero había en mi corazón algo así como un fuego ardiente prendido en mi huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía’” (Jr 20,7.9).

En la teología del judaísmo hay dos modelos diversos de inspiración. Uno entiende la inspiración como un proceso de elección y singular autorización de un testigo humano para la redacción de la revelación divina. El otro modelo, de corte milagrosista, insiste en la autoría divina desvirtuando la colaboración humana. La Torah viene del cielo, y Moisés tuvo que anularse a sí mismo para recibirla. La especulación rabínica llega a pensar que la Torah era preexistente en Dios desde toda la eternidad. El libro de los Jubileos habla de unas tablas celestiales en las cuales estaba ya escrita la Ley. A pesar de que la Carta de Aristea describe la traducción de los LXX como un hecho puramente natural, sin embargo la especulación posterior fue dando un carácter cada vez más legendario a esta traducción, y en Filón encontramos la leyenda de que todos los 70 traductores fueron poseídos por una inspiración mántica y tradujeron la Biblia exactamente igual, palabra por palabra, como obedeciendo a un dictado superior.

También hay que tener en cuenta que en el mundo helenístico se da una comprensión mántica de los oráculos divinos, de las Sibilas, que entienden al médium humano como un sujeto en trance sin plena posesión de sus facultades. Sin embargo a pesar de que dicha terminología griega adolece de connotaciones mánticas, el uso que hace el NT prescinde de dichas connotaciones. Pablo cuando escribe sus cartas, es plenamente consciente de su propia actuación.

En los escritos bíblicos no hay huella de esta comprensión mántica de la inspiración que se desarrollará en el judaísmo en una época posterior.

 C) Historia de la teología de la inspiración

 1. La época de los Padres

Los Padres se limitaron a expresar sencillamente su convicción sobre el origen y autoridad divinos de la Escritura, repitiendo las afirmaciones bíblicas. En su intento de alcanzar una mejor comprensión de la naturaleza divino-humana de la escritura acuden a imágenes, que como toda metáfora, no debe nunca tomarse en su sentido literal

* La  imagen  del  instrumento

 Una imagen clásica para comprender la interacción de Dios y el hombre en la producción de la Escritura es la imagen de la causa principal y el instrumento. Como todas las imágenes, puede ayudar a una comprensión parcial, pero si la llevamos al extremo, puede desvirtuar completamente la verdad que trata de expresar.

Aquel divino plectro, bajado del cielo, usando a los hombres como instrumentos musicales, cítara o lira, nos reveló realidades celestes y divinas (Exhortación a los griegos: PG 6, 256). “El Espíritu Santo usaba de ellos como un flautista usa la flauta” (Atenágoras: PG 6,906). “Si recibimos la carta de un personaje importante, y preguntamos la pluma que la ha escrito, sería ridículo... Si creemos que el autor es el Espíritu Santo, cuando preguntamos por el escritor, lo que hacemos es leer una carta y preguntar por su pluma...” (S. Gregorio Magno: PL 75, 515).

Todo lo que Cristo quiso que leyéramos de sus hechos y dichos, se lo mandó escribir a los apóstoles como a sus manos. Quien comprenda esta unión y este ministerio de miembros concordes bajo una cabeza en los asuntos divinos, recibirá la narración de los apóstoles sobre Cristo en el evangelio como si viera escribir al Señor con su propia mano, la de su propio cuerpo (S. Agustín PL 34, 1070).

En la medida de que la imagen del instrumento refleje algo inerte tiene el peligro de inducir a un monofisismo escriturístico. Pero no era ésta la intención de los Padres. Jerónimo dice expresamente atacando a Montano: “No es verdad como imagina Montano con sus mujeres necias -las sibilas-, que los profetas hubieran hablado en éxtasis sin saber lo que decían” (PL 24,19).

En ningún caso debemos imaginar al hombre como un instrumento inerte, que funciona automáticamente, pues Dios los utilizó, pero "usando sus propias facultades y fuerzas” (DV 11). “El autor sagrado al componer su libro es instrumento del Espíritu Santo vivo y racional” (Pío XII, Divino Afflante Spiritu).

* La  imagen  del  dictado

A veces en el arte cristiano vemos al hagiógrafo pintado delante de una mesa, con su brazo extendido y una pluma en la mano. Detrás de él hay una paloma que le habla al oído. Dice Jerónimo: “Para entender la carta a los Romanos necesitamos la gracia del Espíritu Santo que dictó estas cosas por medio del apóstol” (PL 22, 997). Y Agustín: “Los miembros ejecutaron lo que conocieron al dictado de la cabeza” (PL 34, 1070).

No debemos olvidar que se trata de una imagen. En la cultura de entonces el dictar no era una actividad mecánica, sino que más bien se parecía a lo que sucede hoy con los secretarios. El autor principal da una minuta de una carta, y el secretario la redacta y la somete a una aprobación final.

El concilio de Trento recogió este término de “dictado” para referirse a la inspiración, (Spiritu Sancto dictante; a Spiritu sancto dictati), y esta expresión ha sido repetida posteriormente por las encíclicas Providentissimus y Spiritu Sancto Paraclito. Sin embargo en modo alguno quiso el concilio definir el término “dictado” en un sentido literal, al modo como determinadas teología de inspiración verbal de aquella época lo entendían.

* LA IMAGEN DEL AUTOR

Una manera de hablar habitual en los documentos del Magisterio es decir que Dios es el autor de los libros sagrados. Evidentemente se trata también aquí de una imagen que no se puede aplicar a Dios en un sentido puramente literal. En sus inicios la expresión se usa para firmar la común autoría de Dios para el Antiguo Testamento. Los que se afirma in recto, es el común origen divino de ambos testamentos, contra los maniqueos. Así en los “Statuta Ecclesiae Antiquae” de finales del siglo V. Se debe examinar a todo obispo “si considera que Dios es el único e idéntico autor del AT y el NT, es decir, de la Ley, de los profetas y de los apóstoles” (EB 30)

En primer lugar hemos de decir que la palabra autor puede interpretarse de diversos modos. Algunos han tomado esta imagen en su sentido literario estricto, otros la interpretan en cuanto que Dios es autor en cuanto originador, fuente última, autoridad que respalda el trabajo de los escritores, el que encargó que se redactaran los libros, el inspirador de la obra en su sentido más amplio.

2. La Escolástica

La Escolástica va a aplicar al caso de la Escritura la doctrina de la causalidad instrumental, según la cual, la causa principal (Dios en este caso) actúa por virtud propia, y la causa instrumental actúa en virtud de la moción recibida por la causa principal. El ejemplo más sencillo sería el del pincel en manos de un artista. A la naturaleza del pincel corresponde untar una superficie con pinceladas, pero la obra artística no es resultado de la capacidad del pincel, sino del pintor que lo utiliza.

En el instrumento se distingue una doble acción, la que es conforme a la naturaleza del instrumento, y la acción elevada por el agente principal. El resultado de la operación es enteramente atribuido a ambas causas, pero en modo diverso. La capacidad del agente principal tiene un carácter permanente, mientras que la del instrumento tiene un carácter transeúnte.

Santo Tomás no toca específicamente el caso de la inspiración bíblica para escribir, sino el de la profecía, como percepción de verdades sobrenaturales inaccesibles a los sentidos y la inteligencia del hombre. Él distingue entre la inspiración, que sería la moción divina que eleva las facultades del profeta, y la revelación que sería la percepción de las verdades misteriosas que se produce como resultado de la inspiración. La inspiración puede elevar todas las facultades del profeta, su inteligencia, su voluntad, su capacidad de expresión oral o escrita.

Pero santo Tomás no toca el elemento más específico de la inspiración bíblica como contrapuesta a la revelación sobrenatural. 

3. El Concilio de Trento

El primer concilio ecuménico que trata sobre la inspiración de la Escritura es el concilio Florentino que además de repetir la consabida frase de que Dios es autor de ambos testamentos, emplea por vez primera la palabra inspiración: “Los santos de uno y otro testamento han hablado bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo” (EB 47).

Los reformadores protestantes no negaron la inspiración de la Escritura, antes al contrario, más bien eran partidarios de la inspiración verbal. Por eso el concilio de Trento trata el tema de la inspiración de pasada, repitiendo las fórmulas ya consagradas, y se dedica más bien a insistir en el tema de la tradición que es el que estaba siendo atacado por los reformadores protestantes, como ya veremos. Aunque el concilio usa la palabra “dictar”, no pretende darle un sentido técnico y mucho menos definir la tesis de la inspiración verbal. Leamos el texto del decreto: (EB 57).

El concilio... para conservar la pureza del evangelio... fuente de toda verdad saludable y norma de costumbres, considerando que estas verdades y esta disciplina están contenidos en los libros escritos y en tradiciones no escritas, enseñadas por los apóstoles, dictándoselas el mismo Espíritu Santo, han llegado como de mano en mano hasta nosotros... admite y venera con igual afecto de piedad y respeto todos los libros así del Antiguo como del Nuevo Testamento, por ser sólo Dios el autor de ambos...

Y para que nadie pueda dudar cuáles son estos libros sagrados, que recibe este concilio, ha juzgado conveniente insertar en este decreto el índice de los libros sagrados”. (Sigue la lista de los libros tal como aparecen en las Biblias católicas). 

4. La polémica entre inspiración real e inspiración verbal

Los teólogos postridentinos van a centrar la disputa en torno a la inspiración verbal o real de la Escritura. Según Báñez, la inspiración consiste en un dictado divino que alcanza a todas las palabras del texto inspirado. Los seguidores de Báñez usan el término de inspiración verbal, que en el caso de algunos protestantes fundamentalistas llega a tomar unos tintes puramente mecánicos. El dictado se extiende a todas y cada una de las palabras.

Frente a esta tesis, Lessio, un jesuita profesor de Lovaina, sostuvo la doctrina de la inspiración real de la Escritura. Para Lessio lo que constituye la Escritura formalmente es la autoridad divina. Lo que constituye un escrito en palabra divina es la autoridad divina con que se nos presenta. La revelación se requiere solamente en el caso de la profecía, y no en el caso de las escrituras que no contienen ninguna revelación sobrenatural. Para Lessio la inspiración es un carisma escriturario, en el cual hay una moción divina antecedente sobre el escritor sagrado para poner en acción sus facultades humanas que intervienen en la obra literaria. Junto con esta moción hay una asistencia infalible para evitar cualquier error. Tanto la moción previa como la asistencia no pertenecen al orden de las mociones intelectuales, sino al concurso de Dios sobre la acción libre del hombre, comparable a la protección especial con la que Dios preserva del pecado a los confirmados en gracia.

En el enfoque de Báñez resulta muy difícil explicar las diferencias de estilo, psicología, lenguaje, entre los distintos autores sagrados. Su teoría de la inspiración es difícilmente armonizable con la aceptación moderna de complejos procesos redaccionales por los que han pasado algunos libros. Una de las grandes ventajas de la doctrina de Lessio, frente a la de Báñez, es que ha vuelto aceptable teológicamente la crítica bíblica moderna.

Por el contrario, el peligro de la tesis de Lessio reside en que pone la razón formal de Escritura en la autoridad divina, y no en el origen divino. Un texto humano adoptado por Dios e investido con su autoridad, sería como un hijo adoptado, que no es un verdadero hijo, porque no tiene su origen natural en el padre legal.

La tesis de Lessio explica cómo una palabra que es en su origen humana, puede ser convertida en divina cuando un autor inspirado la incluye en su obra y la autoriza. Esta posibilidad se muestra muy fecunda al explicar cómo muchos libros de la Escritura han reutilizado fuentes que en unas ocasiones podían ser incluso paganas.

Es el caso de citas, como por ejemplo las de los poetas clásicos que trae San Pablo. Recordemos la cita de los Fenómenos de Arato: “somos también de su linaje” (Hch 17,28). Y otra cita de Epiménides de Cnosos: “Cretenses siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos” (Ti 1,12). Podría también pensarse en el caso de asunción de unidades literarias más largas dentro de una obra inspirada posterior. Por ejemplo, muchos piensan que el salmo 29 ha retomado un salmo cananeo a Baal, y tras pasarlo por la censura, lo ha convertido en un texto inspirado. Lessio hablaba de la posibilidad de que este proceso ocurriese no sólo en unidades pequeñas, sino incluso en libros enteros, como sería el caso del II Macabeos que se presenta como un compendio de la obra de un tal Jasón de Cirene, posiblemente un pagano. Para que esa palabra humana se convirtiese en palabra divina bastaría la intervención de un profeta inspirado que lo incluyera en la lista de libros sagrados.

Modernamente no se ve dificultad en que fuentes o materiales humanos puedan ser incorporados a un escrito sagrado, no por mera aprobación subsiguiente, sino por un proceso de asunción integradora, de modo que en el último compilador haya un enjuiciamiento divinamente inspirado acerca del contenido de dicha fuente o escrito. En realidad la incorporación de materiales previos a un libro es siempre un acto creativo de nuevo sentido, no un mero plagio. Al entrar el texto anterior en un nuevo tejido de relaciones intertextuales, ese material previo es recreado de nuevo aunque apenas sufra cambios redaccionales por parte del último compilador. No es que una palabra humana se convierta tal cual en palabra divina. Previamente esa palabra ha asumido nuevos significados en el momento de su incorporación a la obra inspirada, y es en su novedad de significado en lo que es susceptible de gozar del estatuto de palabra inspirada que tiene la obra final en su totalidad.

A veces basta con que el autor inspirado haya percibido un sentido superior en un poema profano, para que al asumirlo sin apenas modificación alguna, el poema adquiera una nueva significación, aquella que el poeta inspirado ha querido darle. Y es gracias a este plus de significación como el poema puede convertirse en un nuevo texto inspirado que es ya palabra divina.

Algo parecido ocurría en el Renacimiento cuando los poetas místicos españoles adaptaban a lo divino algún poema amoroso profano. Algo parecido pudo haber ocurrido al Cantar de los Cantares, un poema de amor. Su sacralización habría tenido lugar en el momento en que un autor inspirado vio en esta colección de cantos un sentido superior, susceptible de tener significado religioso.

 D) Documentos modernos del Magisterio

1. Vaticano I

Algunos teólogos seguidores de Lessio radicalizaron la tesis del escritor lovaniense. Aunque la doctrina de Lessio nunca fue condenada por la Iglesia, sin embargo doscientos años más tarde dos tesis mantenidas por seguidores suyos fueron expresamente condenadas en el Vaticano I como tesis minimalistas que reducían excesivamente la intervención divina en la producción de la escritura.

Una de estas tesis fue la de J. Jahn (1792) que identificó la inspiración con la inerrancia. La otra es la de D.B. Haneberg (1850) que identificaba la inspiración con la aprobación subsiguiente, de un modo parecido a como la obra escrita por un teólogo papal puede ser atribuida al Papa mismo si éste la hace suya.

Ambos fueron condenados por el Vaticano I con la siguiente fórmula:

Estos libros del Antiguo y el Nuevo Testamento íntegros, con todas sus partes, tal como son enumerados en el mismo decreto del Concilio (de Trento) y como aparecen en la edición antigua de la Vulgata latina, deben ser considerados como sagrados y canónicos. La Iglesia los considera sagrados y canónicos, no porque habiendo sido compuestos sólo mediante elaboración humana hayan sido posteriormente aprobados con autoridad, ni tampoco sólo porque contengan la revelación sin error alguno, sino porque habiendo sido escritos por inspiración del Espíritu santo tienen a Dios como autor, y como tales fueron entregados a la Iglesia”. (EB 77).

2. Hacia la Encíclica Providentissimus Deus de León XIII

Tras el Vaticano II el teólogo de la inspiración más destacado fue el jesuita cardenal Franzelin, en la tradición de Lessio. Para él la inspiración va a centrarse en la autoridad de la Escritura. Esta es la razón formal de la inspiración. Pero la autoridad les viene a las escrituras de su origen divino, del hecho de que Dios sea su autor.

Desgraciadamente Franzelin entiende el concepto de autor de un modo demasiado unívoco, como autor literario. Distingue el contenido (mensaje) de la forma (lenguaje). Dios es el verdadero autor del contenido, de los pensamientos de la obra, pero el lenguaje puede venir de un colaborador que haga las veces de causa instrumental. La inspiración es un carisma ordenado a las ideas, y la asistencia es un carisma ordenado a su formulación lingüística.

Esta doctrina de Franzelin que estuvo muy en boga en su tiempo hoy día ha caído en desuso, porque toda la moderna filosofía del lenguaje niega esa dicotomía entre ideas y formulación lingüística, y por otra parte la colaboración entre Dios y el hombre debe abarcar la totalidad del efecto, sin que se pueda distinguir áreas diversas de acción de uno y otro. Como dice Schökel: “El dilema implícito en la argumentación es incorrecto: O Dios dicta las palabras o las palabras son sólo del hagiógrafo. Se da un tercero, que es la moción vital sin dictado escrito. Actualmente la mayoría de los teólogos consideran inspirado el conjunto literario, sin distinguir entre fondo y forma. El concreto literario es un conjunto de palabras significativas. Sólo que inspirar no es lo mismo que dictar en la acepción común”.

León XIII en su encíclica Providentissimus Deus (1893), influido por Franzelin, intenta describir la naturaleza de la inspiración desde un análisis de la psicología del autor en su triple dimensión volitiva, intelectiva y operativa. Nos dice que la acción del Espíritu se realiza mediante una moción y una asistencia que se ejerce      

a) en la concepción de todo y sólo lo que quiere escribir.          
b) en la voluntad de escribir fielmente                   
c) en la ejecución literaria.
Y añade que si no se da al menos este tipo de intervención divina, no podríamos llamar verdaderamente a Dios autor, en sentido real. Se establecen, pues, unos mínimos de intervención divina para que el sentido de autor aplicado a Dios no sea una mera metáfora.

La moción y asistencia de Dios se extienden por tanto a todo el proceso de elaboración de la obra, desde las primeras intuiciones hasta los últimos detalles estilísticos de expresión.

Esta acción es tan eficaz (aun respetando la voluntad y libertad del hagiógrafo) que consigue que éste, aun usando de sus propias facultades, lleve a término apropiadamente la finalidad pretendida por Dios, y sin añadir de su cosecha nada que no esté también querido por Dios. Veamos el texto principal de la encíclica:

Nada importa que el Espíritu Santo se haya servido de hombres como instrumentos para escribir, como si a estos escritores inspirados, ya que no al autor principal, se les hubiera podido deslizar algún error.

Porque Dios de tal manera los excitó y movió con su influjo sobrenatural para que escribieran, de tal manera les asistió mientras escribían, que ellos concibieran rectamente todo y sólo lo que El quería, y lo quisiesen fielmente escribir y lo expresasen aptamente con verdad infalible. De otra manera no sería Él el autor de toda la Escritura”. Ver aquí una síntesis de la Encíclica papal.

Este modelo de inspiración que Schökel llama “leonino” ha dominado en los manuales teológicos hasta el Vaticano II. Repetiremos aquí el juicio que Schökel pasa sobre él, afirmando su validez fundamental, dentro de un esquema abstracto. “Dejando aparte la escritura automática y otros casos anormales y patológicos, todo proceso literario puede descomponerse esquemáticamente en tres tiempos: un tiempo intelectual de conocimiento –del orden que sea-, un tiempo de voluntad libre hacia la objetivación literaria, y un tiempo de ejecución o realización. Que en la realidad los tiempos pueden montarse, que cada uno puede desdoblarse y adoptar formas diversas, eso no quita a la validez básica del esquema”. Esta comprensión de la inspiración sigue adoleciendo de las limitaciones del planteamiento de la filosofía del lenguaje en la época, y toma el concepto de Dios como autor literario de una forma muy antropomórfica.

La mayor objeción es que, incluso como esquema, resulta demasiado esquemático, y a la luz de las modernas ciencias del lenguaje el esquema psicológico resulta bastante primitivo y por lo tanto mejorable.

León XIII partía del concepto de Dios autor de Franzelin, pero lo utilizaba en función de la inerrancia que estaba siendo atacada por los racionalistas en la llamada “cuestión bíblica”. Al asignar al carisma de la inspiración una función formalmente reveladora, abrió el camino para una teología inspiracionista elaborada por la escuela tomista de Lagrange en la que se subrayó el concepto de la causalidad instrumental tomista aplicada a los autores, y el efecto de iluminación aplicado a la inspiración misma.
3. La Divino Afflante Spiritu de Pío XII

Otra aportación en el camino hacia el Vaticano II fue el de la encíclica Divino Afflante Spiritu. Publicada por Pío XII en 1943. Prescinde el Papa de los tecnicismos de León XIII sobre la manera concreta de cómo se ejerce la inspiración sobre el hagiógrafo e invita a los teólogos a seguir reflexionando sobre el tema. Sin embargo introduce una gran novedad en la nomenclatura usada hasta la época. Al referirse a la instrumentalidad de los autores humanos usa por primera vez la expresión instrumentos vivos y racionales con lo que se da un gran paso adelante en la misma línea de afirmación del verdadero carácter de autores que tienen los escritores humanos, aunque esta palabra de “autor” humano todavía no se usará hasta la Dei Verbum.

Ellos, partiendo del hecho de que el hagiógrafo en la composición del libro sagrado es el órgano o instrumento del Espíritu Santo, pero instrumento vivo y dotado de inteligencia, destacan con toda razón que dicho instrumento, impulsado por la moción divina, usa de tal forma de sus facultades y de sus fuerzas, que todos pueden fácilmente darse cuenta por el libro, que es su obra, de la índole propia de cada uno, con sus rasgos y características peculiares (EB 556).

4. La neoescolástica del P. Benoit

Benoit puede considerarse el theologus inspirationis, el que más ha tratado de separar la inspiración de la revelación. Su contribución ha servido para matizar el modelo leonino que tiende a considerar la inspiración ante todo como una revelación en la mente del escritor que garantiza la inerrancia de la doctrina.

Parte Benoit de la consideración de que la mayor parte de los textos bíblicos no contienen revelaciones sobrenaturales. El hagiógrafo recibe la documentación que expresa en sus libros no por medio de una revelación sobrenatural, sino de un modo natural, sus fuentes, su observación personal…

Por eso no siempre el hagiógrafo recibe una iluminación en su juicio especulativo para descubrir algo misterioso o inaccesible. Esta iluminación es necesaria sólo en el caso de la profecía.

En ella se da una revelación de verdades inaccesibles a la inteligencia humana. En cambio en el caso de la inspiración bíblica, en la mayoría de los casos las verdades que se recogen en la Escritura son verdades que no provienen de una revelación sobrenatural, sino de la experiencia humana, de la reflexión personal, de las fuentes históricas, del sentido común. El hagiógrafo recibe la documentación que expresa en sus libro, no de una revelación sobrenatural, sino de causas naturales. Cuando la Biblia afirma que: “Un buen amigo es un tesoro”, se trata de una verdad a la que el hombre tiene acceso por su propia experiencia y sentido común, sin necesidad de una revelación sobrenatural.

Sí podría hablarse, con todo, de una iluminación sobrenatural en su inteligencia para reforzar la evidencia natural de aquella afirmación, de manera que al autor al proponerla no lo hiciese sólo en virtud de su propia evidencia personal, cuanto con la luz sobrenatural que Dios le infunde. Por eso cuando nosotros aceptamos estas afirmaciones bíblicas, no lo hacemos en virtud de la perspicacia, inteligencia, buena documentación, o credibilidad del autor humano, sino en virtud de la luz con que Dios iluminó su juicio para percibir dicha verdad con absoluta certeza. Los datos no son objeto de una revelación, pero la certeza sobre esos datos sí es objeto de una especial iluminación de Dios sobre el juicio especulativo del hagiógrafo.

Pero Benoit subraya que la acción divina en el caso de la inspiración escriturística se ejerce sobre todo en el juicio práctico, que es el que juzga no sobre al verdad en sí misma, sino sobre la aptitud o conveniencia de decirla o no decirla aquí y ahora, o de expresarla de una determinada forma o en un determinado contexto, para conseguir el efecto pretendido. Es lo que llamamos la iluminación del juicio práctico. En el caso del evangelio, el profeta, el revelador fue Jesús. La gracia que recibe Lucas es en orden a redactar convenientemente la revelación de Jesús que le ha llegado mediante testimonios humanos o fuentes escritas. Es una inspiración en su juicio práctico de cara a redactar esas verdades con ésta fórmula, con este orden concreto.

En cualquier caso el carisma de inspiración se articula con otros carismas al servicio de la Palabra de Dios, que se ejercen en los distintos momentos del proceso de revelación. No siempre será fácil el distinguir entre los carismas que corresponden a cada fase del proceso.

Se da un carisma profético mediante el cual se nos revela la verdad de Dios o la voluntad de Dios. Hay también unos carismas funcionales que sirven para la conservación y transmisión oral de esa revelación en el seno de la comunidad creyente. Finalmente está el carisma escriturario, que mira en concreto a la puesta por escrito de esta revelación.

En el caso de las cartas de Pablo, por ejemplo, todos estos carismas se ejercen simultáneamente en la redacción de sus cartas, que se realizó de una sola vez. En el caso de elaboraciones más lentas, los distintos carismas pueden ser dados a personas distintas para las diversas fases de elaboración. Por ejemplo el carisma de revelación estuvo en el profeta que pronunció los oráculos, el escriturario en su discípulo que los recopiló y los puso por escrito.

Como luego señalaremos, no hay que olvidar nunca que la Biblia no se limita a transmitirnos enunciados de verdades. En muchas ocasiones la Palabra se nos da no tanto para ilustrar nuestro entendimiento cuanto para mover nuestra voluntad o encender nuestro corazón. Y generalmente este tipo de especulación neoescolástica trabaja sobre una concepción muy racionalista del conocimiento y del lenguaje que la moderna filosofía del lenguaje a venido a ampliar y matizar.

5. La Dei Verbum del Vaticano II

En relación con el primer esquema “De Fontibus Revelationis”, que fue retirado por la asamblea en su primera votación, la Dei Verbum ha reducido y simplificado mucho el borrador, eliminando de él la cita del modelo leonino, y la cita de Pío XII sobre los instrumentos vivos y racionales. Igualmente elimina un párrafo de tipo negativo en el que se desaprobaba a los que desnaturalizan la Escritura explicándola de un modo naturalista.

Al mismo tiempo al cambiar el título inicial “De Fontibus Revelationis”, evita pronunciarse sobre el debatido problema teológico sobre si existe sólo una o varias fuentes de la revelación. Pero lo principal de la nueva redacción de la constitución conciliar es que por primera vez en un documento autoritativo se reconoce que los hagiógrafos fueron “verdaderos autores”. La categoría de Autor aplicada a Dios permanece, aunque nada nos obliga a tomarla en un sentido categorial, y dentro del espíritu del concilio cabría la distinción que algunos teólogos como Rahner han hecho entre Autor originante (Urheber) que sería Dios mismo, y autor literario (Verfasser) que sería el hagiógrafo.

Veamos la parte más interesante del texto conciliar:

Las verdades reveladas por Dios que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La Santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por sagrados y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo tienen a Dios como autor, y como tales han sido entregados a la Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados Dios eligió a hombres que utilizó, usando ellos de sus propias facultades y fuerzas, de modo que obrando él en ellos y por ellos, escribieron como verdaderos autores todo y sólo lo que Dios quería.

"Como quiera pues que todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente con fidelidad y sin error la verdad que Dios quiso que fuese consignada en las Sagradas Letras por causa de nuestra salvación” (DV 11).

Lo más importante que hay que subrayar es el concepto de “verdaderos autores” aplicado a los hagiógrafos. Ellos son ahora los autores en sentido propio y estricto. Dios es autor en sentido metafórico y no propio y estricto.

La Dei Verbum es también importante por lo que no dice. Ha desaparecido la terminología de León XIII sobre las causalidades, no se menciona el efecto formal de la iluminación intelectual. La única actividad formal asignada a la inspiración es “poner por escrito la revelación”. Esto sitúa la inspiración en el ámbito de las ciencias del lenguaje y la creación literaria.

 E) Nuevos planteamientos

1. La génesis de una obra literaria

Hay muchas maneras de explicar la génesis de una creación literaria. Vamos a utilizar aquí el análisis de Alonso Schökel paso a paso y veremos cómo se realiza la acción divina en cada fase de esta creación literaria humana.

-Materiales empleados: vivencias propias, vivencias ajenas, escritos previos, fuentes de cualquier tipo.

-Intuición inicial, central, unificadora: el autor contempla estos materiales, distanciándose un momento de ellos. En este momento surge la chispa de una intuición.

-Ejecución: el artista trata de expresar con palabras esta intuición y mientras lo hace surgen nuevas intuiciones que también pugnan por expresarse.

Veamos cómo se aplica este esquema a la acción divina en la inspiración tomando algunos ejemplos:

-Oseas: Experiencia personal de infidelidad matrimonial. Intuición sobre el paralelismo de esta experiencia con la de Dios y su pueblo.

-Salmo 119: Artesanía del lenguaje: Acróstico alfabético. 176 versos en grupos de 8 que comienzan todos por la misma letra hebrea del alfabeto y por orden. La intuición básica es el amor a la Ley considerada a la vez como precepto y como don.

-Salmo 29: Utilización de fuentes literarias no religiosas, transponiéndolas a la clave de la fe. Un salmo cananeo sirve de inspiración a un redactor Yahvista para expresar el poderío de Dios reflejado en la tormenta.

2. Inspiración sucesiva

En los casos de elaboración compleja de un libro de la Escritura a través de diversas ediciones (que suele ser lo más frecuente), habrá que postular una acción del Espíritu Santo en todos los momentos creativos, y no meramente en el del último corrector o editor.

Pero no es necesario postular la inspiración en la etapa profana o neutra, no israelítica. Ni siquiera en la última etapa, en la que el editor se limita a coleccionar textos yuxtaponiéndolos sin ninguna contribución literaria creativa.

Los libros bíblicos han ido creciendo orgánicamente en la vida del pueblo, y el Espíritu Santo ha acompañado este crecimiento con su soplo misterioso y eficaz.

3. La tesis eclesiológica de Rahner

Rahner va a trasladar la formalidad de la Escritura a un campo nuevo, menos experimentable. En lugar de poner la especificidad de la Escritura en su origen divino, es decir en la forma de interacción de Dios y el hombre en la producción de la obra literaria, o en su autoridad divina, es decir en el tipo de sanción divina con la que Dios aprueba como suya determinada obra literaria, Rahner va a poner la especificidad de la Escritura en la voluntad divina.

Los libros de la Escritura son más divinos que los demás porque son queridos por Dios con una voluntad distinta de cómo quiere la producción del resto de los libros. Esta relación entre Dios y el hombre no es meramente trascendental, como en cualquier relación entre Creador y criatura, sino categorial. Es semejante a la voluntad de salvación que Dios tiene sobre los predestinados, una voluntad que no puede frustrarse.

Dios quiere la Escritura con el mismo acto de voluntad con el que quiere la Iglesia apostólica, ya que estos escritos pertenecen a la fundación de la Iglesia misma. En la Escritura la Iglesia apostólica objetiva su fe de forma auténtica y de un modo privilegiado. Con la misma voluntad con la que Dios quiere la fundación de la Iglesia apostólica quiere también estos escritos en los que se plasma su esencia y su fe.

En esta tesis no es necesario que el hombre sea consciente de la inspiración cuando escribe. De esta manera la doctrina de Rahner sustrae el hecho de la inspiración de cualquier análisis de tipo psicológico y literario.

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