¿Cuál es la verdadera Iglesia?
Jesús dijo yo soy
camino verdad y vida, nadie va al Padre sino por mi (Jn 14,6). Fíjese lo que
dice “yo soy la verdad” y no dice yo soy una de las verdades o uno de los
caminos. Además dice Jesús la verdad os hará libres (Jn 8,32). Luego Jesús
mismo eligió a 12 apóstoles y dijo solo a Pedro: sobre esta piedra edificare mi
Iglesia… a ti te daré la llave del reino de los cielos (Mt 16,18). Aquí tampoco
dice Jesús sobre esta piedra edificare mis iglesias, solo dice sobre esta
piedra edificare mi iglesia. Por tanto solo una Iglesia, la Iglesia universal,
(Católica) es la iglesia verdadera porque esta edificada por Jesús sobre los apóstoles
y sus sucesores, así hoy tenemos en el puesto de Pedro al papa nº 266 al Papa Francisco.
Se piensa que todas las religiones son buenas pero de bueno
hasta el demonio dice ser bueno. Todas -salvo degeneraciones extrañas que son
como la excepción que confirma la regla- lleva al hombre a hacer cosas buenas,
exaltan sentimientos positivos y satisfacen en mayor o menor medida la
necesidad de trascendencia que todos tenemos. En el fondo, da igual una que
otra. Además, ¿por qué no puede haber varias religiones verdaderas?
Es cierto que uno tiene que ser de espíritu abierto, y
apreciar todo lo positivo que haya en las diversas religiones, que es
sustancialmente diferente que decir que existen varias religiones verdaderas:
si solamente hay un Dios, no puede haber más que una verdad divina, y una sola
religión verdadera.
La sensatez en la decisión humana sobre la religión no
estará, por tanto, en elegir la religión que a uno le guste o le satisfaga más,
sino más bien en acertar con la verdadera, que sólo puede ser una. Porque una
cosa es tener una mente abierta y otra, bien distinta, pensar que cada uno
puede hacerse una religión a su gusto, y no preocuparse mucho puesto que todas
van a ser verdaderas. Ya dijo Chesterton que tener una mente abierta es como
tener la boca abierta: no es un fin, sino un medio. Y el fin -decía con sentido
del humor- es cerrar la boca sobre algo sólido.
Como cristiano que soy, creo que el cristianismo es la
religión verdadera. Porque si uno no cree que su fe es la verdadera, lo que le
sucede entonces, sencillamente, es que no tiene fe.
Lógicamente, creer que el cristianismo es la religión
verdadera no implica imponerla a los demás, ni menospreciar la fe de otros, ni
nada parecido. Es más, la fe cristiana bien entendida exige ese respeto a la
libertad de los demás.
Ahora bien, la adhesión a la verdad cristiana no es como el
reconocimiento de un principio matemático. La revelación de Dios se despliega
como la vida misma, y toda verdad parcial no tiene por qué ser un completo
error.
Muchas religiones tendrán una parte que será verdad y otra
que contendrá errores (excepto la verdadera, que, lógicamente, no contendrá
errores). Por esta razón, la Iglesia Católica -lo ha recordado el Concilio
Vaticano II- nada rechaza de lo que en otras religiones hay de verdadero y de
santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los
preceptos y doctrinas que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella
profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que
ilumina a todos los hombres.
¿Y por qué la religión cristiana va a ser la verdadera?
Para responder esta pregunta, se pueden aportar pruebas
sólidas, racionales y convincentes, pero nunca serán pruebas aplastantes e
irresistibles. Además, no todas las verdades son demostrables, y menos aún para
quien entiende por 'demostración' algo que ha de estar atado indefectiblemente
a la ciencia experimental.
Digamos -no es muy académico- que es como si Dios no
quisiera obligarnos a creer. Dios respeta la dignidad de la persona humana, que
Él mismo ha creado, y que debe regirse por su propia determinación. Dios jamás
coacciona (además, si fuera algo tan evidente como la luz del sol, no haría
falta demostrar nada: ni tú estarías leyendo esto ni yo ahora escribiéndolo).
Para creer, hace falta una decisión libre de la voluntad: la
fe es a la vez un don de Dios
y un acto libre. Y nadie se rinde ante una demostración no
totalmente evidente (algunos, ni siquiera ante las evidentes), si hay una
disposición contraria de la voluntad.
En este caso, sugiero, para comprensión de la lectura,
comentar algunas de las razones que pueden hacer comprender mejor porque la
religión cristiana es la verdadera. No pretendo hacerlo de modo exhaustivo ni
tremendamente riguroso: se trata simplemente de arrojar un poco de luz sobre el
asunto, resolviendo algunas dudas, o bien fortaleciendo convicciones que ya se
tiene: sólo intento hacer más verosímil la verdad.
Un sorprendente desarrollo
Podemos empezar, por ejemplo, por considerar lo que ha
supuesto el cristianismo en la historia de la humanidad. Piensen cómo, en los
primeros siglos, la fe cristiana se abrió camino en el Imperio Romano de forma
prodigiosa. El cristianismo recibió un tratamiento tremendamente hostil. Hubo
una represión brutal, con persecuciones sangrientas, y con todo el peso de la
autoridad imperial en su contra durante muchísimo tiempo (unos dos siglos).
Es necesario pensar también que la religión entonces
predominante era una amalgama de cultos idolátricos, enormemente indulgentes,
en su mayor parte, con todas las debilidades humanas. Tal era el mundo que
debían transformar. Un mundo cuyos dominadores no tenían interés alguno en que
cambiara. Y la fe cristiana se abrió paso sin armas, sin fuerza, sin violencia
de ninguna clase. Y, pese a esas objetivas dificultades, los cristianos eran
cada vez más.
Lograr que la religión cristiana se arraigase, se extendiera
y se perpetuara; lograr la conversión de aquel enorme y poderoso imperio, y
cambiar la faz de la tierra de esa manera, y todo a partir de doce predicadores
pobres e ignorantes, faltos de elocuencia y de cualquier prestigio social,
enviados por otro hombre que había sido condenado a morir en una cruz, que era
la muerte más afrentosa de aquellos tiempos... Sin duda para el que no crea en
los milagros de los evangelios, me pregunto si no sería éste milagro
suficiente. Algo absolutamente singular en la historia de la humanidad.
Jesús de Nazareth
Sin embargo, la pregunta básica sobre la identidad de la
religión cristiana se centra en su fundador, en quién es Jesús de Nazareth.
El primer trazo característico de la figura de Jesucristo
-señala André Léonard- es que afirma ser de condición divina. Esto es
absolutamente único en la historia de la humanidad. Es el único hombre que, en
su sano juicio, ha reivindicado ser igual a Dios. Y recalco lo de reivindicado
porque, como veremos, esta pretensión no es en modo alguno signo de jactancia
humana, sino que, al contrario, va acompañada de la mayor humildad.
Los grandes fundadores de religiones, como Confucio,
Lao-Tse, Buda y Mahoma, jamás tuvieron pretensiones semejantes. Mahoma se decía
profeta de Allah, Buda afirmó que había sido iluminado, y Confucio y Lao-Tse
predicaron una sabiduría. Sin embargo,
Jesucristo afirma ser Dios.
Los gestos de Jesucristo eran propiamente divinos. Lo que de
entrada sorprendía y alegraba a las gentes era la autoridad con que hablaba,
por encima de cualquier otra, aun de la más alta, como la de Moisés; y hablaba
con la misma autoridad de Dios en la Ley o los Profetas, sin referirse más que
a sí mismo: "Habéis oído que se dijo..., pero yo os digo..." A través
de sus milagros manda sobre la enfermedad y la muerte, da órdenes al viento y
al mar, con la autoridad y el poderío del Creador mismo.
Sin embargo, este hombre, que utiliza el yo con la audacia y
la pretensión más insostenibles, posee al propio tiempo una perfecta humildad y
una discreción llena de delicadeza. Una humilde pretensión de divinidad que
constituye un hecho singular en la historia y que pertenece a la esencia misma
del cristianismo.
En cualquier otra circunstancia -piénsese de nuevo en Buda,
en Confucio o en Mahoma- los fundadores de religiones lanzan un movimiento
espiritual que, una vez puesto en marcha, puede desarrollarse con independencia
de ellos. Sin embargo, Jesucristo no indica simplemente un camino, no es el
portador de una verdad, como cualquier otro profeta, sino que es Él mismo el
objeto propio del cristianismo.
Por eso, la verdadera fe cristiana comienza cuando un
creyente deja de interesarse por las ideas o la moral cristianas, tomadas en
abstracto, y le encuentra a Él como verdadero hombre y verdadero Dios.
Cuando se trata de discernir entre lo verdadero y lo falso,
y en algo importante, como lo es la religión, conviene profundizar bastante. La
religión verdadera será efectivamente la de mayor atractivo, pero para quien
tenga de ella un conocimiento suficientemente profundo.
¿Puede uno salvarse con cualquier religión?
La verdad sobre Dios es accesible al hombre en la medida en
que éste acepte dejarse llevar por Dios y acepte lo que Dios ordena; en la
también en que el hombre quiera buscar a Dios rectamente. Por ello, es un
barbarismo decir que los que no son cristianos no buscan a Dios rectamente. Hay
gente recta que puede no llegar a conocer a Dios con completa claridad. Por
ejemplo, por no haber logrado liberarse de una cierta ceguera espiritual. Una
ceguera que puede ser heredada de su educación, o de la cultura en la que ha
nacido, y en ese caso, Dios que es justo, juzgará a cada uno por la fidelidad
con que haya vivido conforme a sus convicciones. Es preciso, lógicamente, que a
lo largo de su vida hayan hecho lo que esté en su mano por llegar al
conocimiento de la verdad. Y esto es perfectamente compatible con que haya una
única religión verdadera.
En esta línea, la Iglesia católica señala que los que sin
culpa de su parte no conocen el Evangelio ni la Iglesia pero buscan a Dios con
sincero corazón e intentan en su vida hacer la voluntad de Dios, conocida a
través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.
Y como asegura Peter Kreeft, el buen ateo participa de Dios
precisamente en la medida en que es bueno. Si alguien no cree en Dios, pero
participa en alguna medida del amor y la bondad, vive en Dios sin saberlo. Esto
no significa, sin embargo, que basta con ser bueno sin necesidad de creer en
Dios para lograr la salvación eterna. La persona no debe creer en Dios porque
nos sea útil, o porque nos permita ser buenos, sino, fundamentalmente, porque
creemos que Dios es verdadero.
En esta línea hay que mostrarnos un tanto escépticos ante
algunas crisis de fe supuestamente intelectuales, pero que en el fondo esconden
una opción por fabricarse una religión propia, a la medida de los propios
gustos o comodidades. Cuando una persona hace una interpretación acomodada de
su religión para rebajar así sus exigencias morales, o no se preocupa de
recibir la necesaria formación religiosa adecuada a su edad y circunstancias,
es bien probable que la pretendida crisis intelectual bien pueda tener otros
orígenes.
¿Por qué, entonces, la Iglesia es necesaria para la
salvación del hombre?
La Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues
Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros en su
Cuerpo, que es la Iglesia» (Lumen gentium, 14).
Siguiendo a la Dominus Iesus, esta no se contrapone a la
voluntad salvífica universal de Dios; por lo tanto, «es necesario, pues,
mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación
en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta
misma salvación» (Redemptoris missio, 9). Para aquellos que no son formal y
visiblemente miembros de la Iglesia, «la salvación de Cristo es accesible en
virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia,
no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada
en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto
de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu Santo» (ibid, 10).
Ciertamente, las diferentes tradiciones religiosas contienen
y ofrecen elementos de religiosidad, que forman parte de «todo lo que el
Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las
culturas y religiones» (Redemptoris missio, 29). A ellas, sin embargo, no se
les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica ex opere operato,
que es propia de los sacramentos cristianos. Por otro lado, no se puede ignorar
que otros ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros
errores (cf. 1 Co 10, 20-21), constituyen más bien un obstáculo para la salvación.
En este sentido, la Dominus Iesus es bastante clara cuando
afirma que con la venida de Jesucristo Salvador, Dios ha establecido a la
Iglesia para la salvación de todos los hombres. Esta verdad de fe no quita nada
al hecho de que la Iglesia considera las religiones del mundo con sincero
respeto, pero al mismo tiempo excluye esa mentalidad indiferentista «marcada
por un relativismo religioso que termina por pensar que "una religión es
tan buena como otra"» (Redemptoris missio, 36). Como exigencia del amor a
todos los hombres, la Iglesia «anuncia y tiene la obligación de anunciar
constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn
14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en
quien Dios reconcilió consigo todas las cosas» (Nostra aetate, 2).
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