martes, 15 de abril de 2014

ACCESO RACIONAL A DIOS

TEMA 11: EL ACCESO RACIONAL A DIOS

11.1 Sentido de la pregunta humana acerca de Dios.
11.2 La Respuesta dada desde la Experiencia Religiosa y desde la Filosofía.
11.3 La negación de Dios; características del ateísmo contemporáneo.
11.4  El conocimiento natural de Dios.
11.5 El Dios revelado; fe y conocimiento teológico de Dios.

A) DESARROLLO

11.1 Sentido de la pregunta humana acerca de Dios.
Entendida en toda su amplitud de factores, la cuestión sobre Dios es la cuestión más vital y más radical de toda la teología. En el quehacer teológico, cualquier otra pregunta encuentra su razón de ser precisamente es su relación con Dios, que es el centro de toda pregunta teológica.
La cuestión de Dios es también la cuestión más radical de la existencia humana. En efecto, en el Dios vivo se encuentra la razón de nuestra existencia; en Él se encuentra la razón de nuestro caminar -de nuestro status viatoris--, y en Él se encuentra nuestro término.
Puede decirse que la relación entre Dios y el hombre es tan estrecha que es Dios mismo el que entra a formar parte de la definición teológica del hombre. En efecto la filosofía definió al hombre como animal racional, mientras la Sagrada Escritura lo describe como “hecho a imagen y semejanza de Dios”[70], redimido por la muerte de Cristo y hecho hijo de Dios en el Hijo[71]. La razón más alta de la dignidad del hombre es su vocación a la unión con Dios[72].
En consecuencia, tratar a Dios es tratar de un tema que afecta decisiva y profundamente al hombre. Al mismo tiempo bucear en la estructura del ser humano conlleva plantearse la pregunta sobre Dios. Las cuestiones sobre Dios y las cuestiones sobre el hombre nunca son separables del todo.
La pregunta sobre Dios está inscrita en el mismo corazón del hombre como una capacidad, más aún , como un deseo de infinito y, por eso, el hombre ha sido hecho capax Dei[73]. Por esta razón, la cuestión del hombre está tan implicada en la cuestión de Dios, que omitir o negar la cuestión sobre Dios equivale a negar la dimensión transcendente del hombre, dejándolo reducido a pura biología, a mero producto del azar y desconociendo las ansias de infinito de su corazón.

11.2 La Respuesta dada desde la Experiencia Religiosa y desde la Filosofía.
La universalidad de lo religioso se da en el espacio y en el tiempo. Desde que el hombre, o mejor, desde que los documentos conservados permiten deducir conclusiones con algún fundamento, comprobamos la existencia de la creencia humana en la divinidad así como en la supervivencia de algo humano después de la muerte.
En todas las religiones existe una referencia a la experiencia religiosa o experiencia de Dios. La estructura de la experiencia religiosa consta de tres elementos: 1) el hombre que interviene en ella y que aparece como sujeto de la relación; 2) el misterio de Dios, realidad trascendente y al mismo tiempo presente en el centro de la persona, que es el termino de esa experiencia; 3) el tipo específico de relación del hombre con Dios, distinta de cualquier otra relación, que se manifiesta en el hombre como adoración, confianza, entrega, temor, etc.
Unos rasgos comunes de la experiencia religiosa son : el carácter experiencia de lo vivido, expresado en términos de visita, encuentro, visión, escucha, que se refieren a acontecimientos en los que el sujeto ha intervenido en primer persona. En todos los casos el termino de esa experiencia es una realidad superior al hombre, transcendente a su mundo al mismo tiempo que presente en él. En la respuesta dada desde la experiencia religiosa, la cuestión de Dios se plantea con un punto de vista existencial, personal, ya que lo que se plantea es la salvación del hombre. Dios es visto como un ser personal, providente, guía accesible a todos.
El caminar filosófico del hombre hacia Dios encuentra su luz y su fundamento en la huella que Dios ha dejado de Sí en la creación y, en especial en el mismo hombre, creado a su imagen y semejanza. Este caminar tiene como punto de partida la contemplación del ser creado, es decir, la contemplación de la huella de Dios -Causa Primera- que existe en toda la creación, y se realiza guiado por la luz de la razón natural. En consecuencia, tiene como meta Dios en cuanto Primera Causa. Al final de esta búsqueda intelectual, Dios no es alcanzado por la razón humana en sí mismo -en la intimidad de su ser- , sino que es alcanzado exclusivamente en cuanto término de la relación de total dependencia del Universo -que es contingente- hacia el Ser Supremo, que es su creador y el único ser necesario. Se trata de un conocimiento que, aunque no alcanzar a conocer lo que Dios es, es suficiente para saber que existe.

11.3 La Negación de Dios; Características del Ateísmo Contemporáneo
La palabra ateísmo designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios en forma expresa. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Otros someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal que reputan como inútil el mismo planteamiento de la cuestión. Muchos rebasando indebidamente los límites de la ciencia positiva, pretenden explicarlo todo sobre esta base puramente científica, o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que les interesa más, al parecer, la afirmación del hombre que la negación de Dios[74].
Si se considera como ateos a aquellos que niegan, de manera escéptica positiva toda forma de lo divino (o al menos toda forma de conocimiento de lo divino en sí mismo), cabe la siguiente clasificación del ateísmo: Teórico o Práctico.
Ateísmo teórico que a su vez puede ser:
- negativo : Ignorancia de Dios;
- indiferentismo: la indiferencia o desinterés respecto al problema de Dios;
- positivo: negación de la esencia y de la existencia de Dios, o de su cognoscibilidad racional;
- categórico-doctrinal: pretende demostrar incondicionalmente la no existencia de Dios;
- postulario: cuando la no existencia de Dios aparece como consecuencia necesaria de la exigencia de la emancipación del hombre;
- escéptico: se pone en discusión la posibilidad de un conocimiento verdadero y seguro de Dios;
- agnóstico: cuando, aparte de lo anterior se niega la cognoscibilidad racional de Dios.
Ateísmo práctico : comportamiento o actuar que responde a la convicción atea. Un ateísmo existencial.
En el ámbito pre-cristiano y no cristiano de la antigüedad es difícil encontrar un ateísmo radical que niegue toda forma de lo divino. En el origen de la increencia moderna confluyen elementos especulativos, históricos, sociales y culturales. Un elemento importante es el proceso seguido por la filosofía moderna que, al centrarse en la inmanencia, se va cerrando a cualquier realidad que vaya más allá del propio sujeto.
La increencia contemporánea presenta características específicas, pero tiene en su base el pensamiento de algunos autores que han pretendido formular coherentemente su postura atea. El documento Gaudium et Spes. n. 20 del Vat II explicita sobre su naturaleza: “...sabe explotar el legítimo deseo de independencia del hombre hasta hacerle sentir dificultades contra cualquier clase de dependencia respecto a Dios. Quienes profesan tal forma de ateísmo afirman que la libertad consiste en que el hombre sea de sí mismo, artífice y creador de su propia historia. Lo cual sostienen que no es compatible con la afirmación de un Señor” (ver el humanismo ateo de Feuerbach, Nietzsche y el ateo existencialista de Sartre).
Otro tipo de ateísmo es “aquel que aspira a la liberación del hombre, principalmente a su liberación económica y social; sostiene que a esta liberación se opone, por su propia naturaleza, la religión, ya que orientando la esperanza humana hacia una engañosa vida futura, podría apartarle de la edificación de la ciudad terrestre...” Gaudium et Spes, n. 20 (Este es el caso de materialismo marxista) En su concepción negativa sobre Dios y la religión actúan los postulados del materialismo dialéctico. Es la materia la que determina todo. A partir del materialismo dialéctico, se entiende la absolutización marxista de la economía como fuente de toda manifestación humana ( Materialismo histórico).

11.4 El Conocimiento Natural de Dios: su Importancia, Alcance y Sentido.
El siglo XIX está atravesado en el campo teológico por el problema de la relación entre fe y razón. Muchos autores intentan dar varias soluciones según se tengan en cuentan unos u otros autores del siglo precedente a los que se quiere responder.
En Francia, frente a los excesos de un racionalismo ilustrado, había una tendencia hacia el fideísmo. En Alemania en el esfuerzo de combatir contra el sistema del idealismo que desembocó en panteísmo hegeliano, y de rechazar el agnosticismo kantiano, algunos autores cayeron en errores (p.e. G Hermes, A Günther respectivamente).
De hecho surgieron dos posiciones extremas con respecto a la fe: un fideísmo donde la razón no vale nada para el conocimiento de la fe, y una racionalismo o semi-racionalismo, donde la razón explica todo.). Es en está situación de las cosas donde el concilio vaticano I salió al paso de los errores de la época.
Contra el hegelianismo afirma la distinción de Dios respecto del mundo[75] y que Dios creó el mundo libremente y no para alcanzar mayor perfección. Frente al Deísmo afirma también que Dios cuida y gobierna el mundo con su providencia.
El capítulo II (De revelatione) comienza con la afirmación de la cognoscibilidad natural de Dios: “Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”[76].
De este modo el concilio recoge la verdad de racionalismo y rechaza su falsedad: la razón no es la facultad perfectamente adecuada para el conocimiento en el campo religioso pero tiene una cierta capacidad de conocer en este campo. La posibilidad de conocimiento natural de Dios a través de las cosas creadas, va dirigida aquí a la justificación de la fe en Dios y en su revelación frente a los diversos agnosticismos.
En la Constitución Dogmática sobre la fe (Dei Filius), el concilio afirma que la revelación sobrenatural presupone la natural; el asentimiento de la fe a la revelación está racionalmente justificado sobre la base de argumentos extrínsecos; entre la fe y la razón hay una relación armoniosa y nunca oposición.
Si la razón natural no fuera capaz de conocer a Dios, la Revelación no hubiera sido posible. pues la revelación presupone un cierto conocimiento de Dios. Pues, para recibir una revelación, hay que creer en la existencia de Dios.
El C.V.I en el canon 1 del capítulo 2 de la Constitución dogmática sobre la fe católica (Dei Filius) define dogmática mente el tema del conocimiento natural de Dios: "Si alguien dijese que Dios vivo y verdadero, Creador y Señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas creadas, sea anatema"[77]. De las actas del Concilio se recoge que el canon 1 estaba dirigido hacia aquellos que argumentaban que la existencia de Dios no puede demostrarse (kantianos, fideístas, agnosticistas).

11.5 El Dios Revelado; Fe y Conocimiento Teológico de Dios
La existencia de Dios es sobre todo, objeto de fe. Creemos firmemente que Dios existe. Creemos con la virtud de la fe, es decir, fiados de la autoridad de Dios que se revela. Un nivel distinto y superior del conocimiento filosófico de Dios se sitúa el caminar teológico hacia Dios. Este caminar tiene como punto de partida la revelación que Dios ha hecho de Sí mismo, de su intimidad y de su naturaleza. Se trata de un caminar que se realiza ademas a la luz de la fe. Se trata de un conocimiento cierto y oscuro: Dios sigue estando más allá de todo conocimiento que podamos alcanzar contemplando a la luz de la fe cuanto se nos ofrece en la revelación sobrenatural. Pero dentro de sus límites y de su oscuridad, la fe -y en consecuencia el pensar teológico- , sin desvelar del todo el misterio de Dios, nos llevan a un conocimiento nuevo y muy superior al que se puede alcanzar por la simple razón natural. Al mismo tiempo que Dios revela, oculta. Esto es así porque durante el caminar terreno del hombre, Dios sólo puede revelarse a él en palabras humanas y no existen palabras humanas que puedan expresar adecuadamente lo que es Dios. Él esta está siempre más allá de toda expresión, de toda palabra, de todo pensamiento creado.
El C.V.I define que hay misterios y que el hombre puede alcanzar cierto conocimiento de ellos por don de Dios, a través de la fe y de la Revelación e incluso un conocimiento por medio de analogías, que es un modo natural de conocer de la razón humana.
Tenemos, pues, que el conocimiento teológico de Dios se caracteriza por ser una reflexión sobre el misterio de Dios, la realidad revelada de Dios que tiene que ver con nosotros. Eso no sólo como algo que podemos conocer más o menos, sino como algo que me ha sido dado y por eso el estudio teológico empieza con la aceptación del misterio como misterio; es un conocimiento desde la fe. El marco en que se desarrolla es la doctrina de fe recibida en la Iglesia y el punto de partida es la propia fe personal.
B) RESUMEN
1.- La pregunta humana acerca de Dios es la pregunta más fundamental de la teología y de la persona humana. Es una pregunta íntimamente ligada al hombre. La vida humana no tiene sentido sin Dios .
2.- Desde la experiencia religiosa, se ve que ateísmo no es algo originario. Todos los pueblos siempre han tenido una experiencia o idea de lo divino. Desde la correcta filosofía, es posible demostrar la existencia de Dios con la luz de la razón partiendo de la naturaleza y del hombre mismo. Sin embargo esas pruebas de la teología natural, exigen una capacidad de análisis metafísico y una competencia que no son comunes.
3.- La negación de Dios es un fenómeno reciente en la historia humana. La génesis de ateísmo tiene muchas causas entre las cuales es la reacción critica contra las religiones y en algunas zonas sobre todo la religión cristiana. El ateísmo moderno presenta con frecuencia una apariencia de sistema. Algunos planteamientos de la filosofía moderna llevados a sus conclusiones lógicas han desembocado en ateísmo.
4.- El concilio Vaticano I define dogmática mente el tema del conocimiento natural de Dios: "Si alguien dijese que Dios vivo y verdadero, Creador y Señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas creadas, sea anatema"[78]. Con esta definición corrige los errores del racionalismo y fideísmo.
5.- Dios se ha revelado en dos maneras básicas: a través de la creación y por revelación sobrenatural de su vida intima y de su designios salvíficos para los hombres y la historia. Por la fe ayudada por la gracia de Dios asentimos a la revelación sobrenatural que Dios ha hecho de sí mismo por la autoridad misma de Dios que se revela. El estudio teológico empieza con la aceptación del misterio como misterio; es un conocimiento desde la fe. Para profundiza en conocimiento teológico la utilización de analogía es inapreciable. El conocimiento teológico de Dios es verdadero, pero al mismo tiempo Dios está encima de cualquier conocimiento que podemos tener de Él.
ADDENDUM
En el CONOCIMIENTO NATURAL DE DIOS (o teología natural) hay que distinguir entre el conocimiento de su existencia (an sit) y el de su esencia (quid sit).
Tres son las tesis fundamentales que hay que mantener acerca del conocimiento natural de la existencia:
1.- La existencia de Dios puede ser conocida con certeza a la luz de la razón natural por medio de las cosas creadas (S. Th. 1 q. 12, a. 12).
Calificación teológica: de fe divina y católica y definida.
Censura: herejía.
2.- La existencia de Dios puede ser demostrada con certeza a la luz de la razón natural por medio de las cosas creadas (S. Th. 1 q. 2, a. 2 y 3).
Calificación teológica: teológicamente cierta.
Censura: error en teología.
3.- La existencia de Dios es conocida también, y sobre todo, a la luz de la fe sobrenatural (S. Th. 1 q. 1, a. 1; 1 q. 12, a. 13).
Calificación eológica: de fe divina y católica definida.
Censura: herejía.

Tesis 1:
No se trata de una cuestión de hecho, sino de derecho. Se afirma simplemente que en la actual naturaleza humana —caída pero reparada— hay una capacidad intelectiva para poder conocer por sí misma, a través de las cosas creadas, la existencia de Dios.
Es un conocimiento con certeza, por tanto, no es una opinión, sino una adhesión firme sin temor a equivocarse. Ahora bien, es un conocimiento verdadero y claro, aunque analógico e imperfecto.
a) Magisterio:
• Vat. I (1870):
“La misma santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”. (ses. III, cap. 2, Const. Dog. Dei Filius - Dz. 3004)
• Pío X: Juramento antimodernista (1907).
b) Adversarios:
- El agnosticismo que niega la posibilidad de conocer más allá de los fenómenos. Para agnósticos como Kant el concepto de Dios no se obtiene por vía de conocimiento racional, sino de sentimiento y de vida íntima que postulan y exigen la idea de Dios.
- Los fideístas y tradicionalistas: Dios sólo puede ser conocido por fe y tradición. Surgieron como reacción al racionalismo.
c) Sagrada Escritura:
Sap. 13, 1-9
Rom. 1, 18ss
Rom. 2, 14

* La tesis se enuncia en plano de la capacidad real de la razón humana para conocer la existencia de Dios. Esto no quiere decir que de hecho todos los hombres adquieran este conocimiento siempre y en primer término como fruto de su deducción a partir de las cosas creadas. Nada obsta a la tesis el hecho de que la mayoría de los individuos tengan su primera idea acerca de Dios por enseñanza de los padres o por tradición secular.

Tesis 2:
Una cosa es conocer con certeza la existencia de Dios y otra es demostrarla. Nuestra inteligencia puede conocer, por ejemplo, —y de hecho los conoce— los primeros principios, aunque no puede demostrarlos. Los conocemos por evidencia inmediata. Mientras que demostrar es clarificar una verdad y probarla por medio de un razonamiento riguroso, partiendo de principios más conocidos.
Esta tesis se refiere a una demostración a posteriori, va de los efectos a las causas, o sea, es un argumento de causalidad. Luego, el hombre es capaz, con las solas fuerzas de su razón, de demostrar la existencia de Dios a partir de las cosas creadas, mediante un proceso de raciocinio verdaderamente científico (no según las ciencias matemáticas, sino según las ciencias filosóficas).
a) Magisterio:
• Con Gregorio XVI, L. Eug Bautain suscribió esta enseñanza (1840).
• Con Pío IX, Bonnetty y J. Frohschammer suscribieron esta doctrina (1855 y 1862 respectivamente).
• Pío X. Encíclica Pascendi: “Profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser ciertamente conocido y, por tanto, también demostrado como la causa por sus efectos, por la luz natural de la razón mediante las cosas que han sido hechas, es decir, por las obras visibles de la creación” (1907).
b) Adversarios:
- Los fideístas y tradicionalistas por negar el principio de causalidad y sostener que el hombre para conocer la existencia de Dios y otras verdades religiosas de orden natural, precisa de la revelación, o de la tradición, o del magisterio familiar o social.
- Los ontologistas para quienes el primum cognitum humano no es el ente, sino el mismo ser divino, en el cual vemos y conocemos todas las demás realidades.
c) Sagrada Escritura: (los mismos textos que en la tesis 1)
Los argumentos, por los que se prueba que la razón humana puede llegar a demostrar la existencia de Dios, son teológicos, pero de Teología natural o Teodicea. El argumento propiamente teológico procedería de la siguiente forma: es una verdad de fe divina y católica que la existencia de Dios pude ser conocida con certeza a la luz de la razón natural por medio de las cosas creadas (tesis 1). Conocer la existencia de Dios en esas condiciones es realmente demostrar con certeza por medio del principio de causalidad. No es una simple justificación racional de un afirmación que se alcanza necesariamente por otra vía.
En síntesis, los errores acerca de la cognoscibilidad natural de la existencia de Dios son 4:
El ontologismo
El tradicionalismo
El subjetivismo inmanentista y modernista
El ateísmo

Tesis 3:
Trata de la posibilidad de conocer a Dios sobrenaturalmente, es decir, como objeto de fe.
Se plantea una aporía: un mismo objeto no puede ser sabido y creído al mismo tiempo, puesto que lo que se sabe, la inteligencia lo ve con claridad; mientras que lo que se acepta por la fe, se percibe con obscuridad (por el testimonio de otro). La dificultad no se resuelve arguyendo distintos objetos materiales para ambos tipos de conocimiento (Dios como autor del orden material y sobrenatural respectivamente), sino porque tienen distintos objetos formales. Se tiene ciencia de la existencia de Dios por la evidencia de las razones naturales, y se tiene fe porque Dios mismo lo ha revelado. Por otro lado, el acto o hábito por el que una persona conoce la existencia de Dios es de orden natural, mientras que el acto o hábito por el que esa misma persona cree que Dios existe es de un orden ontológico distinto, el orden de la gracia, el orden sobrenatural. Luego, son dos conocimientos esencialmente distintos. El conocimiento de la fe está en un plano superior al conocimiento natural.

a) Magisterio.
Símbolo de Nicea (325): “Creemos en un solo Dios...., creador de todas las cosas, visibles e invisibles”.
Símbolo de Constantinopla (381); • Símbolo de Epifanio (ca. 374); • Profesión de fe del concilio IV de Letrán (1215); • Profesión de fe del concilio de Trento (1564); • Concilio Vaticano I (1870)
b) Sagrada Escritura:
Heb. 11, 6 “Sin fe es imposible agradar a Dios, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan”.
La fe, por tanto, es necesaria para salvarse. Y esta fe tiene un doble objeto: 1) la existencia de un solo Dios personal, de naturaleza invisible (Jn. 1, 18; Col. 1, 15); 2) su Providencia remuneradora que dará un salario justo de acuerdo con el mérito de cada uno, en la vida eterna (Mt. 5, 12; 2 Tim. 4, 8. 14).
La existencia de Dios, aceptada como objeto de fe en virtud de la revelación sobrenatural, tiene como resultado el hecho de que todos los hombres puedan llegar al conocimiento de la existencia de Dios con facilidad, firme certeza y sin mezcla de error (Vat. I, Dei Filius, Dz. 3005), aun en aquellas verdades que de suyo no son inaccesibles a la razón. En consecuencia, si bien la revelación sobrenatural no es absolutamente necesaria para que el hombre conozca la existencia de Dios y las verdades fundamentales de la religión, si es relativa y moralmente necesaria. De lo contrario muchos de hecho no llegarían al conocimiento de estas verdades, aunque en principio (de derecho) dispongan de esa capacidad.

DIOS COMO REVELADO está haciendo referencia a la esencia más íntima de Dios —su naturaleza tripersonal— que única y exclusivamente cabe conocerse por una automanifestación gratuita y libérrima de su voluntad. Estamos en el campo del revelatum strictu sensu frente al lo susceptible de revelación (revelabile) que por condescendencia divina también se revela para que todos puedan conocer esas verdades con facilidad, certeza y sin mezcla de error, aunque el hombre tenga capacidad para conocerlas a través de las cosas creadas. Es decir, se trata de aquello de Dios, necesario para nuestra salvación, y que no puede ser conocido de ningún otro modo distinto que el de su autorrevelación. Son todos los dogmas de fe: la Trinidad, la Encarnación del Verbo, la Divinidad y Humanidad del Verbo, los Sacramentos, La Maternidad divina de María, la Inmaculada Concepción, etc., o sea, los misterios que solamente pueden ser conocidos por Revelación Divina Sobrenatural, y de los que la razón, aceptado el dato revelado, no puede alcanzar evidencia intrínseca de los mismos.
Toda esta revelación aparece preanunciada o prefigurada en el AT:
• Trisagio de Isaías 6, 3
• Las fórmulas plurales del Génesis 1, 26; 3, 22
• Textos sapienciales sobre la Sabiduría y la Palabra de Dios: Prov. 8-9 (fuerte personificación de la sabiduría); Sap. 7, 21-27; Is. 66, 10-11
Y un largo etcétera.
Es en la Revelación del N.T donde ésta alcanza su plenitud:
Dios como Padre: Mt. 6, 8; 6, 9; Lc. 15, 11-32 Parábola del hijo pródigo
Dios como Hijo: Prólogo de San Juan 1, 1-18; Mt. 11, 11ss.; Fil. 2, 11; Col. 1, 1-17
Dios como Espíritu Santo: Lc. 1, 1-15; Mt. 28, 19; Jn. 15, 26; 1 Cor. 13, 13 etc., etc.; los textos serían inacabables.

EL CONOCIMIENTO TEOLÓGICO DE DIOS
Es, en frase de San Anselmo, fides quaerens intellectum, la fe que busca entender. Parte, por tanto, del dato de fe. Creemos en virtud de la fe que viene de lo alto, es decir, fiados de la autoridad de Dios que revela. Creer en Dios es una adhesión firmísima que implica al hombre entero en relación con Dios. Todos los Símbolos de la Iglesia empiezan con esta primera y fundamental afirmación: Creo en un solo Dios.
Fe y razón se adhieren al mismo Dios; la razón llega hasta Él a través del raciocinio con la observación y “contemplación” de las cosas creadas tanto externas como internas al mismo hombre. La fe llega hasta Dios por su adhesión a la persona de Cristo; el término de la fe es el Dios trinitario. La fe no sólo enseña sobre la esencia y los atributos divinos, sino sobre todo su modo de ser personal y sobre sus intervenciones salvíficas en la historia. Se trata de un conocimiento más cierto y profundo que el racional.
El teocentrismo de la virtud de la fe está perfectamente expresado por una brillante fórmula triple de S. Agustín:
Credere Deodesigna el motivo de la fe: creer apoyado en la autoridad de Dios que revela.
Credere Deumdesigna el objeto central de la fe: creer lo que Dios ha dicho de sí mismo.
Credere in Deumdesigna la entrega total a Dios, como quien es nuestro principio y nuestro último fin, que se realiza en el acto de fe.
El acto de fe implica, por tanto, creer a Dios, creer en Dios y entregarse a Dios. Implica, pues, a la persona entera y la introduce en la intimidad de Dios.
Sin embargo, pese a su grandeza y profundidad, el conocimiento de fe es todavía muy limitado, pues sus conceptos tampoco son suficientes para expresar el misterio de Dios. Dios no deja de ser misterioso al hombre por el hecho de revelarse. Y es que también el discurso de la fe es necesariamente analógico. Precisamente porque no existe palabra humana alguna que pueda expresar adecuadamente el misterio de Dios, incluso cuando Nuestro Señor habla de Dios se ve forzado a utilizar un lenguaje analógico, el único lenguaje posible para hablar del misterio. SÓLO la Palabra eterna de Dios expresa perfectamente qué y quién es Dios, porque es el mismo Dios. Así pues, es en la contemplación del VERBO como conocemos a Dios, en ese ir y venir de la fe a la razón: credo ut intelligam et intelligo ut credam. Ese es el proceso del conocimiento teológico de Dios.

C) BIBLIOGRAFÍA
J. IBÁÑEZ – F. MENDOZA, Dios Uno en Esencia, Ediciones Palabra, Madrid 1987
J. IBÁÑEZ – F. MENDOZA, Dios Trino en Personas, Ediciones Palabra, Madrid 1988
L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, Eunsa, 1998
C. Izquierdo, Teología Fundamental. EUNSA, 1998.
F. Conesa. Apuntes de Filosofía de la Religión, Fac. de Teología Univ. de Navarra.
L.F. Mateo-Seco, Dios Uno y Trino. EUNSA, 1998.

TEMA 12: ELEMENTOS CENTRALES DE LA REVELACIÓN BÍBLICA SOBRE DIOS

12.1. Antiguo Testamento: la presencia salvífica del Dios de Israel.
12.2. El Nombre de Dios.
12.3. Las Manifestaciones del Amor Paterno de Dios, Núcleo Central de la Revelación Neotestamentaria del Misterio de Dios.
12.4. La Revelación del Padre en Jesucristo: Jesucristo, Hijo de Dios, Verbo Eterno, hecho Hombre.
12.5. El Espíritu Santo en los Textos del Nuevo Testamento.

A)DESARROLLO
12.1. Antiguo Testamento: la presencia salvífica del Dios de Israel.
El Dios del que se habla en el Antiguo Testamento es, antes que nada, el Dios que esperaron los padres[79], el que ha intervenido tantas veces en la historia del pueblo de Israel. Se trata de un ser personal que propiamente hablando no es un “descubrimiento” humano, sino que es Alguien que ha salido al encuentro del hombre y que ha hablado a Israel revelando su voluntad y manifestándole sus designios[80].
Según el testimonio de la Biblia, el concepto de Dios contenido en ella se ha ido forjando en sucesivos encuentros entre Dios y los hombres. De entre todos los pueblos de la tierra, Israel se nos presenta con personalidad única y singularísima en lo que se refiere a la cuestión de Dios, hasta el punto de que se puede afirmar que lo que da fuerza y unidad al Antiguo Testamento es la afirmación de la soberanía de Dios. El pueblo de Israel debe su existencia a la libre elección divina, y por eso hecho portador de la promesa mesiánica. La iniciativa de establecer la Alianza con Israel fue pura iniciativa divina.
La revelación que Dios hace de sí mismo tiene un carácter progresivo al igual que la historia de la salvación. Siguiendo el orden en que nos es narrada la historia bíblica, pueden distinguirse como cinco etapas en el desarrollo de la doctrina bíblica sobre Dios:
Primera Etapa: correspondería a las tribus nómadas , donde Dios acompaña a los patriarcas como su protector y como el defensor del clan. Más tarde siempre se hablará de Él como el Dios al que han adorado los padres. Dios es llamado Dios de “mi padre”, de “tu padre”, de “su padre”. Las promesas divinas están en consonancia con los deseos fundamentales de pastores seminómadas: la descendencia que asegura la continuidad del clan, la tierra donde puedan establecerse definitivamente.
Segunda Etapa: el periodo previo al asentamiento en Canaán. Es la etapa donde la tradición religiosa de Israel sitúa la Alianza de Yahvé con el Pueblo. Mientras que el Dios de los Padres no tenia nombre, el Dios que establece la Alianza en Sinai, sí tiene un nombre: Él es el que es[81]. Tampoco aquí está Dios ligado a ningún lugar. Él guía el pueblo por todas partes, protegiéndoles, dándoles a comer, etc.
Tercera Etapa: Aquí la acción de Yahvé, Dios de Israel, aparece estrictamente ligada a una institución política: el reino de Judá y la dinastía davÍdica. Las profecías mesiánicas son buena muestra de esta unión. Sin embargo, es también la época de un vasto movimiento animado por los profetas, que reaccionan y luchan por librar a la fe Yahvista de límites políticos y nacionales y por poner a la luz sus exigencias morales, profundizando en su carácter monolátrico hasta la más clara afirmación de monoteísmo, por ejemplo Elías
Cuarta Etapa: Ligada al anterior, pero en la época tardía de la monarquía. Nos es conocido, sobretodo, por los oráculos proféticos, que recalcan cada vez más la fe en un Dios, que por ser el único y transcendente, poderoso y lleno de misericordia ama a todos los hombres. Toda la tierra está llena de su gloria. Su presencia es universal[82]. Se trata de los oráculos contenidos en los libros de Amós, Jeremías, Ezequiel e Isaías.
Quinta Etapa: En el periodo persa. Destaca en ella la reflexión sapiencial sobre Yahvé, sobre su existencia y sobre su providencia. En este periodo, la teología sobre Dios se encuentra en todo su desarrollo. También está la voz de la apocalíptica, con la preocupación de conciliar la fe en la actuación divina con la realidad de las penalidades del pueblo, intentando unir la providencia de Dios, con la existencia del mal que padecen incluso los inocentes. Se subraya que este tiempo es pasajero, que los males que aquejan al pueblo no son definitivos, y que el reino de Dios se encuentra más allá de la historia.

12.2. El Nombre de Dios.
Dios trasciende todo conocimiento y, en consecuencia, trasciende toda palabra que pueda ser dicha sobre Él. Pero al mismo tiempo, si no se le pudiese atribuir ningún nombre, Dios se nos presentaría como una fuerza anónima e impersonal, incapaz de ser designado e invocado con un nombre concreto. Por eso, la cuestión del nombre de Dios es inseparable de la consideración de Dios como ser personal.
La Biblia da una gran importancia al nombre de Dios. Así se muestra, p.e. en la solemnidad con que se presenta la revelación del nombre de Dios en el monte Horeb[83]; y también en el Decálogo, donde se prohibe utilizar el nombre de Dios en vano[84]. Las cualidades que acompañan el nombre de Dios muestran hasta qué punto, en el pensamiento bíblico, el nombre se identifica con el mismo Dios. El nombre de Dios es “Santo”, “grande y terrible”, “poderoso”, incomunicable, es decir no conviene a ningún otro.
El nombre propio del Dios de Israel es el de Yahvé. Pero hay otras formas complementarias de designar a Dios como: El Saddy, Dios omnipotente[85]; El Olam, Dios Eterno[86]; El Elyon, Dios Altísimo[87]; Adonai, Señor[88].
“El” es el nombre genérico de cualquier dios en la Biblia. Se trata de la palabra común a todas la lenguas semitas para designar a la divinidad. Elohim es un nombre que se puede encontrar aplicado tanto al Dios verdadero como a los dioses falsos. Se trata de una forma plural, aunque con ella se designa muchas veces al Dios único en una forma que se suele entender como “plural mayestático”. Designa casi siempre al Dios verdadero y en este caso viene precisado de diversas formas: con un articulo (Yahvé es el verdadero Elohim[89]); con un complemento(el Elohim de Abraham[90]).
Yahvé es el nombre propio del Dios de los israelitas. Consta de cuatro letras: YHWH. Las nociones de santidad, trascendencia, unicidad y salvación están unidas indisolublemente a este nombre como atributos propios y exclusivos de Él. En los ámbito judíos, la denominación “el señor” se convierte en sinónimo de Yahvé, ya que es lo que se dice cuando se debe leer el tetragrammaton. Comenta el Catecismo de la Iglesia Católica “Al revelar su nombre misterioso de YHWH, “Yo soy el que es” o “Yo soy el que soy” o también “Yo soy el que Yo soy”, Dios dice quien es y con que nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un nombre revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto mismo expresar mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el “Dios escondido”[91], su nombre es inefable[92], y es el Dios que se acerca a los hombres. Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado (“Yo soy el Dios de tus padres”, Éx 3,6) como para el porvenir (“Yo estaré contigo”, Éx 3, 12). Dios que revela su nombre como Yo soy se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo”1 
La interpretación de Yo soy el que soy por algunos autores como una evasiva por parte de Dios no parece sostenible. Debe entenderse a la luz de fórmulas análogas puesta en la boca de Dios como por ejemplo: “Yo digo lo que digo”[93], yo hago gracia a quien hago gracia”[94]. Estas expresiones insisten en la realidad de la soberana existencia de Dios, o más bien, en la eficacia de su palabra y de su gracia. Esto aún es más claro si se sigue directamente la lectura del texto hebreo, que da margen, a una mayor amplitud que la traducción de los LXX o la de San Jerónimo, puesto que admite ser leído también en futuro: yo seré el que seré.
La formula Yo soy el que soy expresa, pues, una existencia que se manifiesta activamente, un ser eficaz. Según el contexto del Éx 3, 14, el nombre que Dios da de sí mismo debe justificar la misión de Moisés, encargado de la liberación de Israel, y, por tanto, es lógico que el nombre con que se presenta -Yahvé-, implique de una forma u otra la eficacia de la ayuda divina: yo estaré contigo.
Si se lee el nombre de Yahvé, especialmente en la interpretación dada en la traducción de los LXX, tomando el verbo “es” significando el ser en sentido absoluto, entonces Yahvé significaría el que es por sí mismo, por oposición a todo ser contingente que no existe por sí mismo, y por oposición a los dioses de las naciones que no son nada.
Es claro que, es muy posible que el hagiógrafo no entendiese el nombre de Yahvé en este sentido metafísico profundo; también es cierto que la gran tradición teológica lo entendió en el sentido metafísico de ser absoluto. Así parece que lo entiende también el libro de la Sabiduría, que llama a Dios “ton onta”, el que es[95].
El nombre de Yahvé manifiesta algo perteneciente al ser de Dios, algo que le es propio y lo distingue de las criatura. Yahvé no es, en efecto, un nombre abstracto, impersonal o inconcreto. Es, sin embargo, un nombre misterioso, en la medida en que, al mismo tiempo que se afirma su relación con el ser o el estar, no se añade ningún rasgo que caracterice ese ser o estar. Pero es el ser o estar propio de alguien; por eso en los LXX se le designa en masculino (ho on, el que es), y no en neutro (to on, lo que es).

12.3. Las Manifestaciones del Amor Paterno de Dios, Núcleo Central de la Revelación Neotestamentaria del Misterio de Dios.
La enseñanza del NT sobre Dios hunde sus raíces en las enseñanzas del AT. Cuando en el NT se habla de Dios, se está pensando en Yahvé, es decir, en el Dios único, que se manifestó a Moisés y que habló por medio de los profetas. Los atributos con que se les describe son iguales. Sin embargo no es casual que sea aquí, en la cuestión de Dios, donde persisten las diferencias más fundamentales entre judíos y cristianos. La explicitación del concepto de Dios que tiene lugar en el NT, a pesar de asumir los rasgos esenciales de la enseñanza del AT, implica una novedad radical, que va más allá de un desarrollo o evolución del concepto veterotestamentario.
Esta radical novedad brota de una nueva revelación que, en cierto sentido, supera infinitamente todas las revelaciones anteriores. Dios se ha revelado personalmente en Cristo, en el Hijo. En Jesús, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob desvela definitivamente su vida íntima y su plan de salvación sobre los hombres.
La enseñanza de Jesús sobre Dios encuentra su punto culminante precisamente en la revelación del misterio de la Trinidad, revelación que implica junto a la afirmación de que no existe más que un solo Dios, la afirmación de que este Dios único es a la vez Padre, Hijo y Espíritu[96]. Aquí se encuentra lo más especifico del Dios que se revela en Cristo. Esta revelación del misterio trinitario de Dios, a su vez, constituye parte esencial de la mediación salvadora de Jesucristo, pues la salvación del hombre se produce precisamente en su inserción inefable en la vida intima de Dios. El hombre es hecho hijo de Dios en el Hijo por el Espíritu Santo.
La novedad principal del mensaje de Jesús sobre Dios estriba en la forma en que le llamar Padre y, en consecuencia, revela el misterio trinitario. Dios es el Padre de Nuestro Señor Jesucristo en una forma especial y única. Llama a Dios Padre en una forma que nadie ha hecho jamás. Dios es el Abbá de Jesús.
La expresión Abbá en labios de Jesús tiene una gran importancia teológica y marca definitivamente la comprensión cristiana de Dios. En ella se expresa antes que nada una confianza total en el Padre. La expresión Abbá en cuanto testimonio de la íntima relación de Jesús con el Padre tiene también una clara incidencia en la cristología. En dependencia de esta forma nueva con que Jesús llama Padre suyo a Dios, se encuentra la fuerza y el realismo con que Jesús proclama que Dios es Padre de todos los hombres. Gracias a Cristo nos atrevemos a llamar a Dios Padre nuestro.
Jesús de Nazaret lleva a plenitud la enseñanza veterotestamentaria sobre los atributos divinos. Se ve con especial claridad a la hora de tratar de la bondad de Dios. Jesús revela en su propia persona la bondad del Padre. En Cristo, Hijo natural del Padre, se revela el amor del Padre hacia aquellos que predestinó a hacerse conformes a su Hijo[97]. La misma actuación de Jesús es transparencia del amor universal de Dios Padre a todos los hombres. Su trato con pecadores y publicanos para perdonarles y acogerles son el signo visible del abrazo amoroso de Dios, abierto a todos los hombres como Padre[98].

12.4. La Revelación del Padre en Jesucristo: Jesucristo, Hijo de Dios, Verbo Eterno, Hecho Hombre.
La paternidad de Yahvé sobre el pueblo de Israel se basa en el hecho de su elección y de su liberación[99]. Se basa pues en el compromiso histórico que Yahvé ha contraído libremente al elegir a Israel y al prometerle su protección continua.
La idea de Dios Padre fluye espontánea en los textos proféticos referida no sólo al pueblo, sino también al justo desválido: los que temen a Dios, huérfanos, viudas, etc. La paternidad de Yahvé reviste sus tonos más fuertes al ser referida al Mesías, el cual es rey y sacerdote para siempre, precisamente porque es Hijo de Yahvé[100]. El mensaje de Jesús sobre Dios como Padre sorprendió a sus oyentes y, en cierto sentido, era inaudito, pero había tenido una preparación en la afirmación de la paternidad de Dios con respecto al pueblo y, en especial, con respecto al Mesías.
En el NT, la enseñanza de Jesús sobre la paternidad de Dios entraña una radical novedad basada en la consciencia de su filiación al Padre, pues a su luz adquiere una nueva y definitiva perspectiva cuanto el Antiguo Testamento ha dicho sobre la paternidad de Dios. Jesús llama Padre suyo a Dios en una forma totalmente nueva que, a su vez incide decisivamente en el modo con que los demás podemos llamar Padre a Dios. La filiación de los hombres a Dios es ahora consecuencia y aplicación de nuestro enraizamiento en Cristo, que es el Hijo eternal del Padre[101] La Buena Noticia no es que Dios sea como un Padre, sino que Dios es, con toda propiedad, Padre de Jesús, y que en Jesús somos hechos realmente hijos de Dios.
Esto es lo más esencial del mensaje del NT sobre Dios: que Dios tiene un Hijo, el cual es eterno y es Dios como el Padre. Esta radical novedad gravita sobre lo que Jesús ha dicho de su filiación divina, es decir, sobre la conciencia que Jesús tiene de su ser y de su origen. Existen muchos textos en que Jesús se dirige a Dios llamándole Padre suyo en un sentido de inmediatez completa: Ya Jesús niño dice de sí mismo que tiene que estar en las cosas de su Padre[102], y advierte de que no todos entrarán en el reino de los cielos sino sólo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos[103]. Jesús se siente tan unido al Padre, que éste le ha entregado todo poder; más aún, que sólo Él conoce al Padre y, a su vez , sólo el Padre le conoce a Ël: Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar[104].
Esta intimidad entre Jesús y el Padre se manifiesta con rasgos inconfundibles en la forma en que Jesús ora: al orar siempre llama Padre a Dios2. Jesús se dirige a Dios llamándole Abbá[105]. La tradición cristiana ha entendido la exclamación Abbá de Jesús como expresión de su singular conciencia de filiación al Padre. Ademas, Jesús nunca puso su filiación al Padre al mismo nivel que la nuestra. Así nunca le llamo nuestro Padre sino que utilizó la expresión mi Padre y vuestro Padre[106] sin incluirse jamas en nuestra filiación.
Este comportamiento de Jesús justifica el que la primera comunidad cristiana haya entendido esta singular expresión -Abba- como manifestación de una consciencia singular de su filiación es decir como manifestación de su consciencia de una intima relación con Dios en cuanto hijo en sentido pleno.
Apoyados en esta conciencia de filiación de Cristo al Padre es como los Apóstoles confiesan a Jesús como el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y era Dios[107], como imagen de Dios invisible[108] y como resplandor de su gloria y la impronta de su esencia[109]. Más tarde, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesará en el Concilio de Nicea que el Hijo es consustancial al Padre, es decir, un solo Dios con él.

12.5. El Espíritu Santo en los Textos del Nuevo Testamento.
Los textos del NT que hablan del Espíritu Santo se pueden agrupar en tres grandes bloques: los que hablan del Espíritu como fuerza carismática; como fuerza divina que santifica los creyentes y en los que aparece más netamente descrito como una persona divina.
a) Como fuerza carismática: Se muestra en la concepción virginal de Jesucristo, que cubre a María con su sombra. Estos textos y otros parecidos tienen como ambiente de pensamiento cuanto se dice en el Antiguo Testamento en torno a la acción creadora y vivificadora del Espíritu de Dios[110] y la protección de Yahvé sobre el campamento judío[111]. Jesús es concebido de un modo excepcional, como obra maestra de la intervención carismática de Dios en la historia. En el bautismo este Espíritu se manifiesta descendiendo sobre Jesús en forma única y total, tomando posesión de Él para su manifestación mesiánica[112]. Jesús es siempre conducido por el Espíritu de Dios[113]. Jesús bautiza en el Espíritu de Dios[114]. Jesús ungido por Dios con el Espíritu Santo y con poder, pasó haciendo el bien[115].
b) Como Fuerza divina que santifica a los creyentes: Las personajes más conectados con la misión mesiánica de Jesús reciben el Espíritu Santo en forma especial. Así sucede, p.e., con el Bautista (cfr. Lc 1, 15), con Zacarías (cfr. Lc 1, 67), con Isabel (cfr. Lc 1, 41), Simeón (Lc 2, 45) y sobretodo, con Santa María (cfr. Lc 1, 46-54)
En Pentecostés los Apóstoles y discípulos de Cristo reciben el Espíritu Santo ( Hech. 2, 18). El poder del Espíritu Santo se manifiesta frecuentemente en la actuaciones de los apóstoles. Basta recordar el concilio de Jerusalén: “Ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros...” (Hech. 15, 28). La elección de Matías (cfr. Hech. 1, 15-26), la de Pablo y Bernabé (cfr. Hech. 13, 2), la de los diáconos (cfr. Hech. 6, 3-6), la institución de los obispos (cfr. Hech. 20, 28; 1 Tim 4, 12; 2 Tim 1, 6) son obra del Espíritu Santo.
Los cristianos son llamados templos del Espíritu Santo (1 Cor 3, 16-17; 1 Cor 6, 19); están edificados como morada de Dios en el Espíritu Santo (Ef 2, 22). Los bautizados han sido santificados por el Espíritu de nuestro Dios (1 Cor 6, 11). Los bautizados son regenerados por la acción del Espíritu Santo que Jesucristo derramó sobre nosotros (cfr. Tit 3-4). Es la presencia del Espíritu en el alma del justo la que otorga ese espíritu de adopción por el que clamamos Abbá, Padre (cfr. Rom 8, 15), pues la gracia de Dios se ha derramado en nuestros corazones por la gracia del Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5). Consecuentemente , es necesario vivir según el Espíritu y no según la carne (cfr. Rom 8, 9-11).
c) El Espíritu como persona divina: En los sinópticos aparece con claridad en un pasaje que es clave en materia cristológica y trinitaria: el Bautismo de Jesús. En esos pasajes el Espíritu Santo, que desciende en forma de paloma, se distingue claramente del Padre y del Hijo muy amado (cfr. Mc 1, 9-11; Mt 3, 13-17; Lc 3, 21-22). Esta distinción personal aparece con mayor claridad en el mandato de bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cfr. Mt 28, 19).
La presencia del Espíritu Santo en Hechos es abundantísima. Entre muchas otras cosas habla del Espíritu Santo como Aquél de quien brotan los carismas de los fieles. Es el Espíritu el que insinúa como ha de hacerse la expansión de la Iglesia, p.e., indicando a Felipe que se acerque al eunuco de Etiopía (Hech. 8, 29); es Él quien inspira a los Apóstoles las palabras que deben decir cuando son juzgados por el Sanedrín (Hech, 8). En algunos textos aparece como sujeto de verbos como habitar, distinguir, querer (1 Cor 3, 16; 6,11; 17, 19) y en textos donde aparecen fórmulas ternarias, p.e. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros (2 Cor 13, 13); Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Señor; hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios. (1 Cor 12, 4, cfr. Ef 1, 3-14).
Es en la narración joánica de la Última Cena donde encontramos los textos más explícitos en torno al Espíritu Santo como Persona:
Jn 14, 16-17 : “Yo rogaré al Padre, y os enviará otro Paráclito para que permanezca con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce; vosotros lo conocéis, porque permanece en vosotros y está en vosotros”
Jn 14, 26 : “El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre”.
Jn 15, 26: “Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte de mi Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí.”
Jn 16, 13-15: “Cuanto viniere el Espíritu Santo, os guiará hacia la verdad completa (...)  Él me glorificará , porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre, es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer”.

B) RESUMEN
La presencia salvífica de Dios de Israel a lo largo del Antiguo testamento se puede dividir en cinco etapas de la historia de la salvación: la etapa de los patriarcas; la etapa del éxodos y la alianza; la etapa de la monarquía; la época tardía de la Monarquía y finalmente la etapa del tiempo persa. En estas sucesivas etapas la fidelidad y misericordia de Dios queda muy patente.
Yahvé es el nombre propio del Dios de los israelitas. Consta de cuatro letras: YHWH. Es un nombre revelado. Las nociones de santidad, trascendencia, unicidad y salvación están unidas indisolublemente a este nombre como atributos propios y exclusivos de Él.  Ademas de este nombre hay otros nombres complementarios de Dios.
 La enseñanza de Jesús sobre Dios encuentra su punto culminante precisamente en la revelación del misterio de la Trinidad, revelación que implica junto a la afirmación de que no existe más que un solo Dios, la afirmación de que este Dios único es a la vez Padre, Hijo y Espíritu.
En el NT, la enseñanza de Jesús sobre la paternidad de Dios entraña una radical novedad basada en la consciencia de su filiación al Padre.
Los textos del NT que hablan del Espíritu Santo se pueden agrupar en tres grandes bloques: los que hablan del Espíritu como fuerza carismática; como fuerza divina que santifica los creyentes y en los que aparece más netamente descrito como una persona divina.

C) BIBLIOGRAFÍA

L. F. , Mateo-Seco Dios Uno y Trino. Eunsa, 1998.

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