martes, 29 de abril de 2014

REVELACIÓN BÍBLICA Y NATURALEZA DEL CONOCIMIENTO DE DIOS

TEMA 12

ELEMENTOS CENTRALES DE LA REVELACIÓN BÍBLICA SOBRE DIOS

12.1. Antiguo Testamento: la presencia salvífica del Dios de Israel.
12.2. El Nombre de Dios.
12.3. Las Manifestaciones del Amor Paterno de Dios, Núcleo Central de la Revelación Neotestamentaria del Misterio de Dios.
12.4. La Revelación del Padre en Jesucristo: Jesucristo, Hijo de Dios, Verbo Eterno, hecho Hombre.
12.5. El Espíritu Santo en los Textos del Nuevo Testamento.

A)DESARROLLO

12.1. Antiguo Testamento: la presencia salvífica del Dios de Israel.
El Dios del que se habla en el Antiguo Testamento es, antes que nada, el Dios que esperaron los padres[79], el que ha intervenido tantas veces en la historia del pueblo de Israel. Se trata de un ser personal que propiamente hablando no es un “descubrimiento” humano, sino que es Alguien que ha salido al encuentro del hombre y que ha hablado a Israel revelando su voluntad y manifestándole sus designios[80].

Según el testimonio de la Biblia, el concepto de Dios contenido en ella se ha ido forjando en sucesivos encuentros entre Dios y los hombres. De entre todos los pueblos de la tierra, Israel se nos presenta con personalidad única y singularísima en lo que se refiere a la cuestión de Dios, hasta el punto de que se puede afirmar que lo que da fuerza y unidad al Antiguo Testamento es la afirmación de la soberanía de Dios. El pueblo de Israel debe su existencia a la libre elección divina, y por eso hecho portador de la promesa mesiánica. La iniciativa de establecer la Alianza con Israel fue pura iniciativa divina. La revelación que Dios hace de sí mismo tiene un carácter progresivo al igual que la historia de la salvación. Siguiendo el orden en que nos es narrada la historia bíblica, pueden distinguirse como cinco etapas en el desarrollo de la doctrina bíblica sobre Dios:

Primera Etapa: correspondería a las tribus nómadas , donde Dios acompaña a los patriarcas como su protector y como el defensor del clan. Más tarde siempre se hablará de Él como el Dios al que han adorado los padres. Dios es llamado Dios de “mi padre”, de “tu padre”, de “su padre”. Las promesas divinas están en consonancia con los deseos fundamentales de pastores seminómadas: la descendencia que asegura la continuidad del clan, la tierra donde puedan establecerse definitivamente.

Segunda Etapa: el periodo previo al asentamiento en Canaán. Es la etapa donde la tradición religiosa de Israel sitúa la Alianza de Yahvé con el Pueblo. Mientras que el Dios de los Padres no tenia nombre, el Dios que establece la Alianza en Sinai, sí tiene un nombre: Él es el que es[81]. Tampoco aquí está Dios ligado a ningún lugar. Él guía el pueblo por todas partes, protegiéndoles, dándoles a comer, etc.

Tercera Etapa: Aquí la acción de Yahvé, Dios de Israel, aparece estrictamente ligada a una institución política: el reino de Judá y la dinastía davÍdica. Las profecías mesiánicas son buena muestra de esta unión. Sin embargo, es también la época de un vasto movimiento animado por los profetas, que reaccionan y luchan por librar a la fe Yahvista de límites políticos y nacionales y por poner a la luz sus exigencias morales, profundizando en su carácter monolátrico hasta la más clara afirmación de monoteísmo, por ejemplo Elías

Cuarta Etapa: Ligada al anterior, pero en la época tardía de la monarquía. Nos es conocido, sobretodo, por los oráculos proféticos, que recalcan cada vez más la fe en un Dios, que por ser el único y transcendente, poderoso y lleno de misericordia ama a todos los hombres. Toda la tierra está llena de su gloria. Su presencia es universal[82]. Se trata de los oráculos contenidos en los libros de Amós, Jeremías, Ezequiel e Isaías.

Quinta Etapa: En el periodo persa. Destaca en ella la reflexión sapiencial sobre Yahvé, sobre su existencia y sobre su providencia. En este periodo, la teología sobre Dios se encuentra en todo su desarrollo. También está la voz de la apocalíptica, con la preocupación de conciliar la fe en la actuación divina con la realidad de las penalidades del pueblo, intentando unir la providencia de Dios, con la existencia del mal que padecen incluso los inocentes. Se subraya que este tiempo es pasajero, que los males que aquejan al pueblo no son definitivos, y que el reino de Dios se encuentra más allá de la historia.

12.2. El Nombre de Dios.

Dios trasciende todo conocimiento y, en consecuencia, trasciende toda palabra que pueda ser dicha sobre Él. Pero al mismo tiempo, si no se le pudiese atribuir ningún nombre, Dios se nos presentaría como una fuerza anónima e impersonal, incapaz de ser designado e invocado con un nombre concreto. Por eso, la cuestión del nombre de Dios es inseparable de la consideración de Dios como ser personal.

La Biblia da una gran importancia al nombre de Dios. Así se muestra, p.e. en la solemnidad con que se presenta la revelación del nombre de Dios en el monte Horeb[83]; y también en el Decálogo, donde se prohibe utilizar el nombre de Dios en vano[84]. Las cualidades que acompañan el nombre de Dios muestran hasta qué punto, en el pensamiento bíblico, el nombre se identifica con el mismo Dios. El nombre de Dios es “Santo”, “grande y terrible”, “poderoso”, incomunicable, es decir no conviene a ningún otro.

El nombre propio del Dios de Israel es el de Yahvé. Pero hay otras formas complementarias de designar a Dios como: El Saddy, Dios omnipotente[85]; El Olam, Dios Eterno[86]; El Elyon, Dios Altísimo[87]; Adonai, Señor[88]. “El” es el nombre genérico de cualquier dios en la Biblia. Se trata de la palabra común a todas la lenguas semitas para designar a la divinidad. Elohim es un nombre que se puede encontrar aplicado tanto al Dios verdadero como a los dioses falsos. Se trata de una forma plural, aunque con ella se designa muchas veces al Dios único en una forma que se suele entender como “plural mayestático”. Designa casi siempre al Dios verdadero y en este caso viene precisado de diversas formas: con un articulo (Yahvé es el verdadero Elohim[89]); con un complemento(el Elohim de Abraham[90]).

Yahvé es el nombre propio del Dios de los israelitas. Consta de cuatro letras: YHWH. Las nociones de santidad, trascendencia, unicidad y salvación están unidas indisolublemente a este nombre como atributos propios y exclusivos de Él. En los ámbito judíos, la denominación “el señor” se convierte en sinónimo de Yahvé, ya que es lo que se dice cuando se debe leer el tetragrammaton. Comenta el Catecismo de la Iglesia Católica “Al revelar su nombre misterioso de YHWH, “Yo soy el que es” o “Yo soy el que soy” o también “Yo soy el que Yo soy”, Dios dice quien es y con que nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un nombre revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto mismo expresar mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el “Dios escondido”[91], su nombre es inefable[92], y es el Dios que se acerca a los hombres. Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado (“Yo soy el Dios de tus padres”, Éx 3,6) como para el porvenir (“Yo estaré contigo”, Éx 3, 12). Dios que revela su nombre como Yo soy se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo”1 

La interpretación de Yo soy el que soy por algunos autores como una evasiva por parte de Dios no parece sostenible. Debe entenderse a la luz de fórmulas análogas puesta en la boca de Dios como por ejemplo: “Yo digo lo que digo”[93], yo hago gracia a quien hago gracia”[94]. Estas expresiones insisten en la realidad de la soberana existencia de Dios, o más bien, en la eficacia de su palabra y de su gracia. Esto aún es más claro si se sigue directamente la lectura del texto hebreo, que da margen, a una mayor amplitud que la traducción de los LXX o la de San Jerónimo, puesto que admite ser leído también en futuro: yo seré el que seré.

La formula Yo soy el que soy expresa, pues, una existencia que se manifiesta activamente, un ser eficaz. Según el contexto del Éx 3, 14, el nombre que Dios da de sí mismo debe justificar la misión de Moisés, encargado de la liberación de Israel, y, por tanto, es lógico que el nombre con que se presenta -Yahvé-, implique de una forma u otra la eficacia de la ayuda divina: yo estaré contigo.

Si se lee el nombre de Yahvé, especialmente en la interpretación dada en la traducción de los LXX, tomando el verbo “es” significando el ser en sentido absoluto, entonces Yahvé significaría el que es por sí mismo, por oposición a todo ser contingente que no existe por sí mismo, y por oposición a los dioses de las naciones que no son nada. Es claro que, es muy posible que el hagiógrafo no entendiese el nombre de Yahvé en este sentido metafísico profundo; también es cierto que la gran tradición teológica lo entendió en el sentido metafísico de ser absoluto. Así parece que lo entiende también el libro de la Sabiduría, que llama a Dios “ton onta”, el que es[95].

El nombre de Yahvé manifiesta algo perteneciente al ser de Dios, algo que le es propio y lo distingue de las criatura. Yahvé no es, en efecto, un nombre abstracto, impersonal o inconcreto. Es, sin embargo, un nombre misterioso, en la medida en que, al mismo tiempo que se afirma su relación con el ser o el estar, no se añade ningún rasgo que caracterice ese ser o estar. Pero es el ser o estar propio de alguien; por eso en los LXX se le designa en masculino (ho on, el que es), y no en neutro (to on, lo que es).

12.3. Las Manifestaciones del Amor Paterno de Dios, Núcleo Central de la Revelación Neotestamentaria del Misterio de Dios. La enseñanza del NT sobre Dios hunde sus raíces en las enseñanzas del AT. Cuando en el NT se habla de Dios, se está pensando en Yahvé, es decir, en el Dios único, que se manifestó a Moisés y que habló por medio de los profetas. Los atributos con que se les describe son iguales. Sin embargo no es casual que sea aquí, en la cuestión de Dios, donde persisten las diferencias más fundamentales entre judíos y cristianos. La explicitación del concepto de Dios que tiene lugar en el NT, a pesar de asumir los rasgos esenciales de la enseñanza del AT, implica una novedad radical, que va más allá de un desarrollo o evolución del concepto veterotestamentario.

Esta radical novedad brota de una nueva revelación que, en cierto sentido, supera infinitamente todas las revelaciones anteriores. Dios se ha revelado personalmente en Cristo, en el Hijo. En Jesús, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob desvela definitivamente su vida íntima y su plan de salvación sobre los hombres. La enseñanza de Jesús sobre Dios encuentra su punto culminante precisamente en la revelación del misterio de la Trinidad, revelación que implica junto a la afirmación de que no existe más que un solo Dios, la afirmación de que este Dios único es a la vez Padre, Hijo y Espíritu[96]. Aquí se encuentra lo más especifico del Dios que se revela en Cristo. Esta revelación del misterio trinitario de Dios, a su vez, constituye parte esencial de la mediación salvadora de Jesucristo, pues la salvación del hombre se produce precisamente en su inserción inefable en la vida intima de Dios. El hombre es hecho hijo de Dios en el Hijo por el Espíritu Santo.

La novedad principal del mensaje de Jesús sobre Dios estriba en la forma en que le llamar Padre y, en consecuencia, revela el misterio trinitario. Dios es el Padre de Nuestro Señor Jesucristo en una forma especial y única. Llama a Dios Padre en una forma que nadie ha hecho jamás. Dios es el Abbá de Jesús.

La expresión Abbá en labios de Jesús tiene una gran importancia teológica y marca definitivamente la comprensión cristiana de Dios. En ella se expresa antes que nada una confianza total en el Padre. La expresión Abbá en cuanto testimonio de la íntima relación de Jesús con el Padre tiene también una clara incidencia en la cristología. En dependencia de esta forma nueva con que Jesús llama Padre suyo a Dios, se encuentra la fuerza y el realismo con que Jesús proclama que Dios es Padre de todos los hombres. Gracias a Cristo nos atrevemos a llamar a Dios Padre nuestro.

Jesús de Nazaret lleva a plenitud la enseñanza veterotestamentaria sobre los atributos divinos. Se ve con especial claridad a la hora de tratar de la bondad de Dios. Jesús revela en su propia persona la bondad del Padre. En Cristo, Hijo natural del Padre, se revela el amor del Padre hacia aquellos que predestinó a hacerse conformes a su Hijo[97]. La misma actuación de Jesús es transparencia del amor universal de Dios Padre a todos los hombres. Su trato con pecadores y publicanos para perdonarles y acogerles son el signo visible del abrazo amoroso de Dios, abierto a todos los hombres como Padre[98].

12.4. La Revelación del Padre en Jesucristo: Jesucristo, Hijo de Dios, Verbo Eterno, Hecho Hombre. La paternidad de Yahvé sobre el pueblo de Israel se basa en el hecho de su elección y de su liberación[99]. Se basa pues en el compromiso histórico que Yahvé ha contraído libremente al elegir a Israel y al prometerle su protección continua.

La idea de Dios Padre fluye espontánea en los textos proféticos referida no sólo al pueblo, sino también al justo desválido: los que temen a Dios, huérfanos, viudas, etc. La paternidad de Yahvé reviste sus tonos más fuertes al ser referida al Mesías, el cual es rey y sacerdote para siempre, precisamente porque es Hijo de Yahvé[100]. El mensaje de Jesús sobre Dios como Padre sorprendió a sus oyentes y, en cierto sentido, era inaudito, pero había tenido una preparación en la afirmación de la paternidad de Dios con respecto al pueblo y, en especial, con respecto al Mesías.

En el NT, la enseñanza de Jesús sobre la paternidad de Dios entraña una radical novedad basada en la consciencia de su filiación al Padre, pues a su luz adquiere una nueva y definitiva perspectiva cuanto el Antiguo Testamento ha dicho sobre la paternidad de Dios. Jesús llama Padre suyo a Dios en una forma totalmente nueva que, a su vez incide decisivamente en el modo con que los demás podemos llamar Padre a Dios. La filiación de los hombres a Dios es ahora consecuencia y aplicación de nuestro enraizamiento en Cristo, que es el Hijo eternal del Padre[101] La Buena Noticia no es que Dios sea como un Padre, sino que Dios es, con toda propiedad, Padre de Jesús, y que en Jesús somos hechos realmente hijos de Dios.

Esto es lo más esencial del mensaje del NT sobre Dios: que Dios tiene un Hijo, el cual es eterno y es Dios como el Padre. Esta radical novedad gravita sobre lo que Jesús ha dicho de su filiación divina, es decir, sobre la conciencia que Jesús tiene de su ser y de su origen. Existen muchos textos en que Jesús se dirige a Dios llamándole Padre suyo en un sentido de inmediatez completa: Ya Jesús niño dice de sí mismo que tiene que estar en las cosas de su Padre[102], y advierte de que no todos entrarán en el reino de los cielos sino sólo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos[103]. Jesús se siente tan unido al Padre, que éste le ha entregado todo poder; más aún, que sólo Él conoce al Padre y, a su vez , sólo el Padre le conoce a Ël: Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar[104].

Esta intimidad entre Jesús y el Padre se manifiesta con rasgos inconfundibles en la forma en que Jesús ora: al orar siempre llama Padre a Dios2. Jesús se dirige a Dios llamándole Abbá[105]. La tradición cristiana ha entendido la exclamación Abbá de Jesús como expresión de su singular conciencia de filiación al Padre. Ademas, Jesús nunca puso su filiación al Padre al mismo nivel que la nuestra. Así nunca le llamo nuestro Padre sino que utilizó la expresión mi Padre y vuestro Padre[106] sin incluirse jamas en nuestra filiación.

Este comportamiento de Jesús justifica el que la primera comunidad cristiana haya entendido esta singular expresión -Abba- como manifestación de una consciencia singular de su filiación es decir como manifestación de su consciencia de una intima relación con Dios en cuanto hijo en sentido pleno.
Apoyados en esta conciencia de filiación de Cristo al Padre es como los Apóstoles confiesan a Jesús como el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y era Dios[107], como imagen de Dios invisible[108] y como resplandor de su gloria y la impronta de su esencia[109]. Más tarde, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesará en el Concilio de Nicea que el Hijo es consustancial al Padre, es decir, un solo Dios con él.

12.5. El Espíritu Santo en los Textos del Nuevo Testamento.
Los textos del NT que hablan del Espíritu Santo se pueden agrupar en tres grandes bloques: los que hablan del Espíritu como fuerza carismática; como fuerza divina que santifica los creyentes y en los que aparece más netamente descrito como una persona divina.

a) Como fuerza carismática: Se muestra en la concepción virginal de Jesucristo, que cubre a María con su sombra. Estos textos y otros parecidos tienen como ambiente de pensamiento cuanto se dice en el Antiguo Testamento en torno a la acción creadora y vivificadora del Espíritu de Dios[110] y la protección de Yahvé sobre el campamento judío[111]. Jesús es concebido de un modo excepcional, como obra maestra de la intervención carismática de Dios en la historia. En el bautismo este Espíritu se manifiesta descendiendo sobre Jesús en forma única y total, tomando posesión de Él para su manifestación mesiánica[112]. Jesús es siempre conducido por el Espíritu de Dios[113]. Jesús bautiza en el Espíritu de Dios[114]. Jesús ungido por Dios con el Espíritu Santo y con poder, pasó haciendo el bien[115].

b) Como Fuerza divina que santifica a los creyentes: Las personajes más conectados con la misión mesiánica de Jesús reciben el Espíritu Santo en forma especial. Así sucede, p.e., con el Bautista (cfr. Lc 1, 15), con Zacarías (cfr. Lc 1, 67), con Isabel (cfr. Lc 1, 41), Simeón (Lc 2, 45) y sobretodo, con Santa María (cfr. Lc 1, 46-54)

En Pentecostés los Apóstoles y discípulos de Cristo reciben el Espíritu Santo ( Hech. 2, 18). El poder del Espíritu Santo se manifiesta frecuentemente en la actuaciones de los apóstoles. Basta recordar el concilio de Jerusalén: “Ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros...” (Hech. 15, 28). La elección de Matías (cfr. Hech. 1, 15-26), la de Pablo y Bernabé (cfr. Hech. 13, 2), la de los diáconos (cfr. Hech. 6, 3-6), la institución de los obispos (cfr. Hech. 20, 28; 1 Tim 4, 12; 2 Tim 1, 6) son obra del Espíritu Santo.

Los cristianos son llamados templos del Espíritu Santo (1 Cor 3, 16-17; 1 Cor 6, 19); están edificados como morada de Dios en el Espíritu Santo (Ef 2, 22). Los bautizados han sido santificados por el Espíritu de nuestro Dios (1 Cor 6, 11). Los bautizados son regenerados por la acción del Espíritu Santo que Jesucristo derramó sobre nosotros (cfr. Tit 3-4). Es la presencia del Espíritu en el alma del justo la que otorga ese espíritu de adopción por el que clamamos Abbá, Padre (cfr. Rom 8, 15), pues la gracia de Dios se ha derramado en nuestros corazones por la gracia del Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5). Consecuentemente , es necesario vivir según el Espíritu y no según la carne (cfr. Rom 8, 9-11).

c) El Espíritu como persona divina: En los sinópticos aparece con claridad en un pasaje que es clave en materia cristológica y trinitaria: el Bautismo de Jesús. En esos pasajes el Espíritu Santo, que desciende en forma de paloma, se distingue claramente del Padre y del Hijo muy amado (cfr. Mc 1, 9-11; Mt 3, 13-17; Lc 3, 21-22). Esta distinción personal aparece con mayor claridad en el mandato de bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cfr. Mt 28, 19).

La presencia del Espíritu Santo en Hechos es abundantísima. Entre muchas otras cosas habla del Espíritu Santo como Aquél de quien brotan los carismas de los fieles. Es el Espíritu el que insinúa como ha de hacerse la expansión de la Iglesia, p.e., indicando a Felipe que se acerque al eunuco de Etiopía (Hech. 8, 29); es Él quien inspira a los Apóstoles las palabras que deben decir cuando son juzgados por el Sanedrín (Hech, 8). En algunos textos aparece como sujeto de verbos como habitar, distinguir, querer (1 Cor 3, 16; 6,11; 17, 19) y en textos donde aparecen fórmulas ternarias, p.e. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros (2 Cor 13, 13); Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Señor; hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios. (1 Cor 12, 4, cfr. Ef 1, 3-14).

Es en la narración joánica de la Última Cena donde encontramos los textos más explícitos en torno al Espíritu Santo como Persona:
Jn 14, 16-17 : “Yo rogaré al Padre, y os enviará otro Paráclito para que permanezca con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce; vosotros lo conocéis, porque permanece en vosotros y está en vosotros”
Jn 14, 26 : “El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre”.
Jn 15, 26: “Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte de mi Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí.”
Jn 16, 13-15: “Cuanto viniere el Espíritu Santo, os guiará hacia la verdad completa (...)  Él me glorificará , porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre, es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer”.

B) RESUMEN

La presencia salvífica de Dios de Israel a lo largo del Antiguo testamento se puede dividir en cinco etapas de la historia de la salvación: la etapa de los patriarcas; la etapa del éxodos y la alianza; la etapa de la monarquía; la época tardía de la Monarquía y finalmente la etapa del tiempo persa. En estas sucesivas etapas la fidelidad y misericordia de Dios queda muy patente.
Yahvé es el nombre propio del Dios de los israelitas. Consta de cuatro letras: YHWH. Es un nombre revelado. Las nociones de santidad, trascendencia, unicidad y salvación están unidas indisolublemente a este nombre como atributos propios y exclusivos de Él.  Ademas de este nombre hay otros nombres complementarios de Dios.
 La enseñanza de Jesús sobre Dios encuentra su punto culminante precisamente en la revelación del misterio de la Trinidad, revelación que implica junto a la afirmación de que no existe más que un solo Dios, la afirmación de que este Dios único es a la vez Padre, Hijo y Espíritu.
En el NT, la enseñanza de Jesús sobre la paternidad de Dios entraña una radical novedad basada en la consciencia de su filiación al Padre.
Los textos del NT que hablan del Espíritu Santo se pueden agrupar en tres grandes bloques: los que hablan del Espíritu como fuerza carismática; como fuerza divina que santifica los creyentes y en los que aparece más netamente descrito como una persona divina.

C) BIBLIOGRAFÍA
L. F. , Mateo-Seco Dios Uno y Trino. Eunsa, 1998.

TEMA 13 

NATURALEZA DEL CONOCIMIENTO TEOLÓGICO DE DIOS

13.1. Sentido y valor del conocimiento Analógico de Dios: “Analogía Entis”. “Analogía Fidei”.
13.2. Dios y la cuestión del ser: Principales aspectos Teológicos.
13.3. “Dios es Amor”: Significado y Alcance Teológico de esta verdad Revelada.

13.1 Sentido y valor del conocimiento Analógico de Dios: “Analogía Entis”. “Analogía Fidei”.

Analogía Entis: El en mundo humano, la analogía es un instrumento clave para adquirir nuevos conocimientos y para hablar de Dios, tanto a la luz de la razón, como a la luz de la fe.
El principio de la analogía subraya que los enunciados obtenidos por la vía eminentiae (que considera que todas la perfecciones están en Dios en forma eminente, es decir, en grado infinito p.e. Dios es infinitamente bueno) no son afirmaciones que correspondan adecuadamente a la realidad de Dios, sino que son expresiones que manifiestan a la vez las relaciones de semejanza y de desemejanza entre Dios y entre cuanto se nos dice sobre Él.

La palabra analogíasignifica semejanza, en parte igual y en parte distinta: de algo conocido, pasamos a conocer algo nuevo, pero que guarda cierta semejanza con lo que ya conocemos.

La analogía tiene un primer punto de partida en el mismo lenguaje. Se le llama analogía nominun, analogía de los nombres. Significa que podemos utilizar una misma palabra atribuyéndola a diversas realidades p.e. Ia palabra zorro que refiere naturalmente a un animal pero que Jesucristo empleó para hablar de Herodes[116].

Se trata, pues de una realidad colocada entre la univocidad y la equivocidad. La univocidad se da entre aquellos nombres o realidades que son idénticos; la equivocidad entre los que no se parecen en nada; la analogía entre los que son en parte iguales y en parte distintos. Es claro que de Dios y el mundo no se puede hablar en forma unívoca: esto suprimiría su diferencia. Tampoco se puede hablar en forma equivoca: esto equivaldría a negar la causalidad divina sobre el mundo y el hecho de que el hombre es imagen y semejanza de Dios.
La teología, pues, se ve urgida a utilizar el lenguaje analógico tanto para hablar de la razón natural, como para meditar sobre la revelación. La diferencia esencial entre la analogía del ser tal y como se encuentra en el pensamiento de Aristóteles y la analogía del ser utilizada en el pensamiento cristiano, por ejemplo, en Santo Tomás, estriba en la  relación entre el mundo y Dios que se percibe desde la fe en la creación. Afirmar la creación ex nihilo implica afirmar que Dios no forma parte de este mundo sino que está fuera y muy por encima de él (desemejanza infinita).

Pero Dios, aun sin formar parte del mundo, imprime su huella en él en cuanto es su creador. La inteligibilidad del mundo apunta hacia la inteligencia de su creador. Dios no ha hecho al mundo de una preexistente materia eterna, sino que todo lo que hay en el mundo procede de Dios.Por otra parte, el Dios de la fe, el Dios que ha hablado por Jesucristo, ha utilizado el lenguaje humano para hablar de sí mismo, por lo tanto, se afirma la validez de la analogía del ser, ya que el lenguaje utilizado en la Revelación implica el juego entre semejanza y desemejanza propio de la ascensión en el conocimiento, es decir, implica la analogía del ser .

Analogía fidei: La analogía de la fe se refiere a la forma en que la analogía se utiliza en la Revelación. Se trata de una analogía nueva, creada por Dios mismo en el hecho de la Revelación. Implica y se apoya en la analogía del ser y al mismo tiempo la trasciende. Por ejemplo: la analogía del pan (analogía entis) se sabe lo que quiere decir, es decir, la alimentación fisiológica del hombre. En cambio, cuando Jesucristo habla del pan[117] está hablando de un alimento sobrenatural, es decir, una realidad espiritual y trascendente. El pan recibe una nueva relación, porque es apto para recibir esa nueva relación pero, al mismo tiempo, esa nueva relación le trasciende absolutamente. Por esta razón se dice que la analogía fidei  se fundamenta en la analogía entis y, al mismo tiempo, la trasciende.

13.2. Dios y la cuestión del ser: Principales aspectos Teológicos.
La peculiaridad de la cuestión del ser radica en que todo es, es decir, no hay ninguna realidad que no sea. El ser es un acto, una perfección de las cosas. Es un acto universal y no algo exclusivo a un tipo de realidad. El ser es un acto constitutivo y más radical aquello por lo que las cosas son. Por tanto, constituye el acto primero y mas íntimo de la realidad, que desde dentro confiere al sujeto todo su perfección.

Para hablar de lo que es Dios, no tenemos más punto de partida que el conocimiento del mundo material en el que nos movemos. Los conceptos de esencia y de naturaleza están tomados de él, con lo que esto implica de perfección y de límite. Entendemos por esencia de una cosa aquello por lo que una cosa es lo que es.Un hombre es un hombre y no un caballo.Este significado de esencia surge lógicamente de la relación que el sustantivo esencia tiene con el verbo ser. Con el término esencia nos referimos a lo que una cosa es realmente.

Muchas veces los términos esencia y naturaleza (la misma realidad desde la perspectiva de su nacimiento) han sido tratados como sinónimos. En el caso de Dios, no nace, sino que es eterno. Por tanto, el término de naturaleza no se le puede aplicar más que en forma verdaderamente remota y analógica, utilizándolo para designar según nuestro modo de conocer aquello en lo que radica la unidad de Dios, lo que es común a las tres divinas Personas, lo que por así decirlo constituye a Dios en su ser Dios.

Las cosas que nos sirven de punto de partida están compuestas de esencia y de existencia; pero en Dios no hay tal composición. Su ser no puede concebirse como una potencialidad que es puesta en acto por la existencia. Las observaciones de Santo Tomás de Aquino: la esencia divina no es otra cosa que su propia existencia. Dios es acto puro, es decir, Dios es su propio acto de existir.

En efecto, no se puede concebir a Dios como a una esencia que estuviese puesta en acto por la existencia. Dios no tiene esencia, sino que es un puro acto de existir no limitado por ninguna forma de ser. Dios no tiene el ser, Él es el ser. Dios no tiene vida, es vida ilimitada.
Al mismo tiempo no hay que olvidar que existe una esencia o naturaleza divina, es decir, un cumulo de perfecciones que le constituyen en Dios y le diferencian de todo lo creado. Dios es Dios, es decir, es un ser infinito y eterno.
¿En que consiste ser Dios? La tradición teológica ha respondido a ella basándose en el concepto de ousia divina, sustancia divina. También el nombre de sustancia divina ha de ser tomado en sentido analógico. En Dios, que es simplicísimo, no hay nada que esté debajo de unos accidentes. Es necesario pues, despojar el concepto de sustancia de toda limitación, evitando concebir a la ousia divina como lo más permanente del ser.

13.3. “Dios es Amor”: Significado y Alcance Teológico de esta verdad Revelada.
Al hablar de la voluntad de Dios, se ha hecho una doble identificación: se ha identificado la voluntad divina con su acto, y se ha identificado ese acto con el amor, que es el acto propio y primero de la voluntad. Así se desprende de la absoluta simplicidad divina. Ésta es, además, la única forma de tomar en toda su rotundidad la afirmación joánica de que Dios es amor[118].
Según nuestra forma de hablar, el primer movimiento de la voluntad es el amor. Sin este movimiento no puede darse ningún otro movimiento de la voluntad: el odio es rechazo de lo que se opone al bien amado, el deseo es deseo del bien amado, el gozo es descanso en el bien amado, etc. Toda la actividad volitiva del ser inteligente descansa, pues, sobre el amor como su acto primario.

La simplicidad divina (la exclusión de todo tipo de composición, de potencialidad, de causalidad) nos ha llevado a identificar, además, la voluntad divina con su acto primero y propio. También nos lleva a considerar con atención el nexo que existe entre el amor y el objeto amado.

El amor de Dios es tan infinito como su Bondad y como su inteligencia. Se trata, pues, de un acto único de amor, que es universal. Dios abraza con su amor a todo lo que es bueno. Dios ama, pues, a todo cuanto existe, pues todo cuanto existe es bueno. No hay nada a lo que no llegue algún rayo del amor de Dios.

Dentro de la universalidad de este amor, es necesario recalcar que el amor de Dios recae primaria y necesariamente sobre sí mismo. Dios se ama con amor infinito y eterno. Y se goza infinitamente en ese amor. Los teólogos, como se ha visto, suelen calificar este amor como amor esencial (que se identifica con la esencia divina) y, a la vez, lo distinguen del Amor-Persona, que es el Espíritu Santo.

Dios se ama a sí mismo con amor infinito y necesario. Dios es el infinito y se conoce a sí mismo con infinita perfección. Y puesto que el objeto primero de la voluntad es el Bien, síguese que se ama a sí mismo en un acto de amor infinito, necesario y eterno.

De la necesidad intrínseca con la que Dios mismo es el objeto primario de su amor se sigue que Dios no puede crear el mundo más que para su gloria porque Él mismo no puede tener ningún fin fuera de sí mismo. Si lo tuviera, no sería la Primera Causa no causada: su actuación estaría causada por un fin exterior a Él.

Por otra parte, sólo en Dios, que es el Bien infinito, encuentra su fin la criatura racional, que está hecha para el conocimiento de lo inefable y para el amor de un infinito que es entrañablemente personal. El Bien infinito no puede no atraer hacia sí al bien limitado por la centralidad ontológica que ocupa con respecto a todo otro bien. Tanto la naturaleza divina como el bien de la criatura exigen esta centralidad con necesidad metafísica.

¿Puede interpretarse esta afirmación como la existencia de un egoísmo absoluto y trascendental en Dios?. ¡No! porque la infinita perfección divina lleva consigo el que Dios no necesite nada. Dios no crea el mundo por una necesidad interna o para obtener algo del mundo, sino por una inefable y absoluta gratuidad. El infinitamente sabio y poderoso no es un ser indigente, sino un ser infinitamente feliz.

Esta misma cuestión puede considerarse desde la perspectiva del mundo. Ser creada para la gloria de Dios es, por así decirlo, la mayor gloria de la criatura. Aquél que es imagen del amor infinito sólo puede encontrar su descanso en la unión con el amor infinito.

El amor con que Dios se ama a sí mismo no sólo no contiene en sí nada de egoísta, sino que este amor forma parte de la santidad de Dios. Dios, que es el sumo Bien, al amarse a sí mismo no hace otra cosa que amar infinitamente al Bien sumo. Se trata de un amor purísimo que hace imposible que Dios quiera el pecado.

El amor y el gozo están en Dios formalmente, es decir, tal y como en sí mismos. Están en Dios según su más elevada perfección, sin limitaciones y los modos propios con que existen en el ser creado. Están en Dios formalmente, porque el amor y el gozo responden al acto primero y propio de la voluntad, que versa sobre el bien. En cambio los actos que versan sobre el mal (el deseo, la tristeza, la cólera, el odio) no pueden encontrarse en Dios más que en sentido metafórico, pues afectos entrañan en sí mismos algo de imperfección: suponen o la ausencia de un bien, o la presencia de un mal.

B) RESUMEN
1) Por la analogía del ser, podemos tener un conocimiento de Dios partiendo de las cosas creadas por Él.
2) Por la analogía de la fe, podemos tener un conocimiento de Dios basado en el hecho de la Revelación.
3) En Dios, la esencia y la existencia se identifican, por eso Dios no tiene el ser, sino que Él es el ser. Dios es.
En Dios, por la identificación entre la esencia y la existencia, se da también una identificación entre la voluntad divina con su acto, y con esto se ha identificado ese acto con el amor, por lo tanto Dios es Amor.
4) El amor de Dios es lo que causa el ser de las cosas y por lo tanto son buenas.

C) BIBLIOGRAFÍA
Manual. Dios Uno y Trino. Lucas Francisco Mateo-Seco (1998).
El conocimiento analógico (pp. 415ss).
Los conceptos de esencia y naturaleza aplicados a Dios (pp. 436ss).

Dios es amor (pp. 675ss).

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