miércoles, 10 de abril de 2013

TEOLOGÍA BIBLICA V



V: PALABRA VERDADERA Y DINÁMICA

 A) Cambio de planteamiento

El tema de las consecuencias de la inspiración es uno de los que ha experimentado un cambio más radical en su planteamiento a partir del Vaticano II.

Mientras los manuales anteriores se centraban en el tema de la inerrancia, actual­mente se ha ampliado el campo de interés al estudiar como consecuencias de la inspiración no sólo las que pertenecen al campo del conocimiento, sino también al de las otras facultades humanas.

Al mismo tiempo se ha cambiado de enfoque, pasando de una actitud apologética, defensiva, más empeñada en mostrar que la Biblia no se equivocaba nunca, a una actitud más serena, que busca ante todo comprender el sentido profundo de la Escritura.

Por eso ya no se hablan tanto de la inerrancia (concepto puramente negativo = ausencia de error lógico), sino de la verdad de la Escritura, que es un concepto positivo y abarca todos los distintos aspectos de la verdad: ontológica, lógica, literaria.

Hablar de la Verdad de la Escritura es mucho más que hablar de su Inerrancia. De la misma manera que hablar de la Santidad de Jesús es mucho más que hablar de su Impecabilidad.

Por otra parte también la DV centra su atención en la verdad de la Escritura en cuanto dice relación a la salvación del hombre, concretando así el objeto formal bajo el cual puede considerarse toda verdad contenida en la Escritura.

Pero la presencia del Espíritu en la Escritura no está encaminada únicamente a presentarnos verdades doctrinales inerrantes, sino fundamentalmente a tocar el corazón del hombre con fuerza, interpelarle, denunciar sus tinieblas, invitarle a entrar en una nueva relación con Dios.

Una de las características del lenguaje humano es la fuerza. Hay palabras que dan vida y palabras que matan. El texto más importante que nos habla de la inspiración bíblica es el de 2 Timoteo. Nos abre al poder de esta palabra: “Toda Escritura está divinamente inspirada y es útil para enseñar, para interpelar, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena” (2 Tm 3,16-17).

Quizás el texto bíblico que expone con mayor apasionamiento esta fuerza que reside en la palabra inspirada es el Salmo 119. “Las maravillas de tu Ley” (v.18); las delicias del fiel (v. 24); “dulce al paladar más que la miel a mi boca” (v. 103); “mi herencia para siempre, la alegría de mi corazón” (v. 111); “antorcha para mis pies, luz en mi sendero” (v. 105); “mi refugio y mi escudo” (v. 114); “un bien para mí más que miles de monedas de oro y plata” (v. 72); “cantares para mí en mi mansión de extranjero” (v. 54). ¡Qué lejos estamos del lenguaje racionalista de tantos tratados de “Introducción a la Escritura”!

El concepto de inspiración abarca todas las facultades del hombre, y básicamente equivale a su “animación”. Decir que la Escritura es inspirada equivale a decir que es capaz de inspirar en virtud del Espíritu que reside en sus palabras. Por supuesto que uno de los efectos de la Palabra es ser luz en el sendero, lámpara para los pasos, denuncia de nuestras tinieblas. “El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Esta luz de la vida es de lo que hablamos al referirnos a la “verdad” de la Escritura, pero sin nunca olvidar su fuerza.

 B) Distintas acepciones de la palabra “Verdad”

En primer lugar tenemos el concepto clásico de verdad lógica como correspondencia entre el entendimiento y la realidad: “adaequatio intellectus et rei”, la adecuación de lo que se afirma en el juicio sobre algo con la realidad en sí misma. Es el tipo de verdad que nos interesa, por ejemplo, en el veredicto de un jurado sobre la inocencia o culpabilidad de una persona, o en la solución de un problema matemático.

Se puede entender también la verdad en relación con la palabra Emet o fidelidad de Dios (Oswald Lorentz). La Biblia no intentaría tanto reflejar la verdad de las afirmaciones, cuando dar testimonio de la fidelidad de Dios. Efectivamente el contexto de las afirmaciones bíblicas es el testimonio de la donación personal, salvífica y fiel de Dios. Pero en cualquier caso si las afirmaciones de la Biblia sobre esa fidelidad y su manera de mostrarse en la historia bíblica fueran falsas, ya no cabría hablar de la fidelidad de Dios, sino de falsas ilusiones humanas.

Otro enfoque diverso entiende la verdad como coherencia. Aquí el interés principal es descubrir que no hay contradicción interna en lo que se afirma en el conjunto de un texto. Este enfoque tiene que ver con el enfoque anterior de la fidelidad. Se trata de reflejar la coherencia de Dios consigo mismo en su palabra revelada y en nuestra propia historia.

Otro enfoque es el recurso a la experiencia. No interesa tanto la verdad lógica de las afirmaciones en sí mismas, cuanto la verdad de la experiencia que está detrás de estas afirmaciones. Pongamos un ejemplo. Las afirmaciones conceptuales acerca de la presencia real de Jesús en la Eucaristía pueden ser diversas en católicos y luteranos, pero la propia experiencia de la presencia real puede ser la misma en unos y otros. Puede que un luterano, con una teología pobre y deficiente de la presencia real, tenga más devoción al comulgar y se somunique más íntimamente con Jesús que un católico que mantiene una teología conceptualmente más correcta, pero comulga distraído y ni siquiera dialoga con Jesús tras la comunión. Lo importante es la verdad de la experiencia, más bien que la verdad de la objetivación conceptual que se haga de ella.

Otros centran la verdad en la eficacia que las palabras tienen para conseguir el fruto deseado. Austin expuso la teoría del acto lingüístico como lenguaje performativo. El lenguaje tiene también una función pragmática, en cuanto que además de transmitir una cierta información, pretende evocar en el lector una serie de disposiciones religiosas o actitudes existenciales. Desde esta dimensión performativa, la verdad de un texto equivale a su aptitud y eficacia en orden a evocar esas disposiciones. Esto puede llevar a un un cierto relativismo sobre las afirmaciones en sí mismas. Su validez dependería del efecto que causasen en los oyentes, de la manera como les fuera a afectar. Una afirmación que para una cierta persona fuera verdadera, porque le ocasionaría el efecto deseado, podría no ser verdadera para otra persona a quien esa misma formulación le confunde, o le pone muy nervioso. A unos habría que formularles las cosas de una manera y a otros de otra. Pero hay un límite a este relativismo en las formulaciones. Los actos lingüísticos siempre suponen la validez de los contenidos.

La verdad como aletheia: Prospero Grech parte de la concepción heideggeriana de la verdad como aletheia, desvelamiento, el hecho de revelarse y manifestarse el ser. Se da la verdad cuando la experiencia testimoniada es auténtica y la forma de expresión es adecuada, porque consigue conectar al lector con una experiencia propia que él mismo puede verificar. 

Otros, como Avery Dulles, insisten en que todo lenguaje sobre Dios es simbólico, y trata de llevar al creyente al conocimiento del misterio de Dios mediante una comunicación simbólica, en un lenguaje de símbolos y de imágenes inspiradas que influyen en la persona implicándola y conduciéndola a ámbitos inaccesibles al pensamiento conceptual. Luego hay que traducir los símbolos a un lenguaje conceptual de afirmaciones aclaratorias, pero estas afirmaciones nunca agotarán la riqueza de la comunicación simbólica. La verdad en toda su riqueza habría que buscarla más en los símbolos que en las proposiciones secundarias que intentan traducir estos símbolos a un lenguaje nocional.

 C) La cuestión bíblica

La problemática que despierta la verdad de la Escritura puede ser muy diversa. Unas veces hablaremos sobre el problema de la historicidad de los textos, otras del valor del lenguaje relativo a la realidad trascendente de Dios, otras de cómo unos textos pertenecientes a una situación concreta pueden tener validez universal, otras de la adecuación de determinadas afirmaciones bíblicas que resultan problemáticas desde un punto de vista científico, otras sobre concordismo entre diversos textos bíblicos que parecen ser contradictorios, otras sobre determinadas prácticas que son alabadas en la Biblia y que hoy bos resultan profundamente inmorales.

Por una parte los mismos textos bíblicos dan constancia de que la Escritura no puede engañarnos. “La Escritura no puede ser anulada” (Jn 10,35). “La Escritura no puede dejar de cumplirse” (Lc 22,44).

Con todo, ya los mismos rabinos eran conscientes de que en el AT había discor­dancias que no podían ser armonizadas, pero se resistían a admitir que hubiese contradicciones. Al regreso de Elías se explicarán las aparentes discordancias entre Ezequiel y la Torah, por ejemplo (b.Menahot 45a).     

1. Los Santos Padres

Ya antiguamente los Santos Padres tuvieron que plantearse este problema de la inerrancia para solventar las contradicciones que se daban en el interior de la misma Biblia, entre diversos enunciados que aparecen en los dis­tintos libros (pién­sese por ejemplo en el problema sinóptico de los evangelios). En muchos casos intentan resolver las contradicciones de un modo ingenioso a la vez que ingenuo. Pero en cualquier caso están convencidos que no se puede nunca admitir que las afirmaciones bíblicas sean erróneas.

Dice San Justino: “Jamás me atreveré a pensar o decir que las Escrituras presenten contradicciones entre sí; y si alguna Escritura me pareciera tal, más bien confesaré que no entiendo su significado y tratare de persuadir a todos aquellos que sospechan que en la Escritura existen contradicciones, que acepten mi manera de pensar” (PG 6,625).

S. Ireneo: “Si no podemos encontrar la solución a todas las dificultades que aparecen en la Biblia, sería sin embargo una gran impiedad querer buscar un Dios diverso del que es. Debemos confesar a Dios que nos ha hecho, reconociendo que las Escrituras son perfectas, porque han sido pronunciadas por la palabra de Dios y por su Espíritu Santo” (PG 7, 804-805).

Orígenes: Justifica su interpretación alegórica de la Biblia precisamente para eliminar las contradicciones que aparecen en su sentido literal, y reta a los que se oponen a la interpretación alegórica que intenten explicar de otro modo las dificultades de los evangelios sinópticos (PG 14,3009)..

S. Agustín: “Si en estos escritos encuentro alguna cosa que parezca contraria a la verdad, sin la menor duda, no puedo pensar sino que el códice que leo es defectuoso, o que el traductor no ha sido capaz de traducir el pensamiento fielmente, o que yo no lo he entendido bien” (PL 42,525).

2. Época moderna

La cuestión surge con todo rigor con el auge de las ciencias que vienen a contra­decir los modelos del cosmos contenidos en la Biblia, y con el desarrollo de la historia que no siempre viene a dar la razón a los datos históricos de la Escritura.

El caso Galileo fue el más famoso, y el que nos introduce a estos conflictos propios de la modernidad. La primera reacción de la Iglesia fue ponerse a la defensiva al sentirse atacada, pero aceptando el terreno de lucha que le proponían sus mismos adversarios.

Sólo posteriormente la Iglesia cambiará el mismo planteamiento del pro­blema, abandonando la defensa de algunas murallas, que en realidad no estaban defendiendo nada de importancia vital para la misma Iglesia.

Veamos primero ejemplos de algunas posibles contradicciones entre afirmaciones bíblicas y resultados de la ciencia y de la historia, o con la sensibilidad moral de nuestros días:

a) El modelo cosmológico del universo y el proceso de la creación en seis días.

b) El sol moviéndose en torno a la tierra que motivó el conflicto de Galileo.

c) La creación del hombre del barro y las doctrinas evolucionistas de Darwin.

d) La liebre ¿un rumiante? (Lv 11,6)

e) Darío el medo, sucesor de Baltasar rey de los caldeos (Dn 6,1).

f) Según la Biblia Jericó fue destruido en la conquista de Josué (finales del XIII), pero al arqueología nos dice que Jericó no era ya antes sino un montón de ruinas, desde que fue destruido anteriormente a finales del Bronce medio.

g) Las etimologías de algunas palabras (cf. Gn 17,17; 18,12-15;; 21,6...). En estos textos se nos dice que un cierto nombre deriva de una palabra hebrea, pero los filólogos de hoy lo niegan. Por ejemplo, dice Gn 1, que mujer  ²iÆsûsûaµh אִשָּׁה  viene de varón  ²iÆsû   אִישׁ . Pero los filólogos dicen que viene de eûnoµsû אֱנוֹשׁ –²-. Cabría decir que la explicación etimológica que da la Biblia está equivocada desde el punto de vista filológico.

h) Hay tres versio­nes diversas de cómo un personaje bíblico presenta a su mujer como si fuera hermana y el rey del país engañado por esta treta, la toma por esoposa y luego es severamente castigado por Dios: Abrahán y Sara en Egipto, Abrahán y Sara en Guerar, Isaac y Rebeca en Guerar (Gn 20,1-20; 17,5.15; 26,6-11).

i) Los libros pseudoepigráficos, como el libro de Daniel, atribuyen su autoría a un personaje del pasado que vivió cientos de años antes de la redacción del libro del que es su supuesto autor.

j) Hay algunas dificultades morales suscitadas por el AT: faltas de sinceridad, ejemplos de crueldad como el herem, o anatema lanzado contra los pueblos cananeos y obliga a los israelitas a que exterminen mujeres y niños (Jos 6,17.21.24.26).

k) La ley del talión o los salmos imprecatorios (Sal 109) respiran un clima de venganza que resulta incómodo desde la perspectiva del sermón de la montaña.

l) Moral sexual deficiente. La Biblia parece aprobar la poligamia y el divorcio. El mismo Jesús se distanció de la permisividad de Moisés con respecto al divorcio. (cf. Mt 19,8).

m) Frecuentemente es muy difícil concordar los relatos evangélicos. Es imposible armonizar  determinados datos que da un evangelio sobre la vida de Jesús  con los datos aportados por otro evangelio. Por ejemplo, Juan trae la expulsión de los mercaderes al principio del ministerio de Jesús, y los sinópticos al final. Jesús muere en Juan la víspera de la Pascua, pero en los sinópticos muere el mismo día de la fiesta. El concordismo intenta resolver la contradicción con habilidad, pero deja la impresión de que se trata de acrobacias hechas con un ingenio que podría mejor dedicarse a otras tareas más útiles.

Estas y otras muchas dificultades han constituido lo que se ha dado en llamar “la cuestión bíblica” que se agudiza sobre todo en el siglo XIX con el darwinismo, y posteriormente con los descubrimientos arqueológicos que ponen en cuestión algunos relatos bíblicos.

A medida que las dificultades contra un concepto global y absoluto de la inerrancia se van robusteciendo, empiezan los intentos de matización en el alcance de la inerrancia bíblica. En 1893 D’Hulst, rector del Instituto católico de París afirma que la inerrancia bíblica se extiende sola y exclusivamente a cuestiones de fe y costumbres, lo mismo que el magisterio de la Iglesia, porque “es poco probable que Dios haya hecho a la Biblia infalible en algunos puntos y en algunos temas en los cuales la Iglesia no lo haya sido ni pretenda serlo”.

La encíclica Providentissimus Deus refutó la teoría de D’Hulst el mismo año en que él la expuso. “La inspiración divina es incompatible con cualquier error. Por su misma esencia no sólo excluye todo error, sino que lo excluye con la misma necesidad con la que Dios, suma Verdad, no puede ser el autor de ningún error”. D’Hulst fue obligado a retractarse.


D) El texto del Vaticano II

 Como quiera que todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso que se consignara en las Sagradas Letras por causa de nuestra salvación” (DV 11; cf. TPV. pp. 113-118).

En el borrador original se decía: “Ya que la inspiración divina se ex­tiende a todas las cosas, es una consecuencia directa y necesaria que toda la Sagrada Escritu­ra está completamente libre de error. La antigua y constante fe de la Iglesia nos enseña que es totalmente ilícito admitir que el escritor sagrado se haya equivocado, ya que la inspiración divina, por su propia naturaleza excluye los errores en cualquier materia, religiosa o profana, con la misma necesidad con que Dios, Verdad suprema, no puede ser fuente de ningún error”.  Esto es parte del borrador “De Fontibus revelationis”, rechazado por los Padres el 20 de noviembre de 1962, en la primera sesión conciliar. El texto pasó a una nueva comisión mixta, encabezada por los cardenales Ottaviani y Bea que lo reformó radicalmente.

De este segundo borrador se pasó a otro borrador muy parecido al definitivo: “Hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad de la salvación” –veritas salutaris.

Algunos Padres del concilio prefirieron evitar esta fórmula, por parecerles que restringía excesivamente la verdad de la Escritura a las verdades de fe y costumbres, cosa que ya había condenado León XIII en la Providentissimus Deus contra D’Hulst.

Un “Comité episcopal internacional” redactó un folleto atacando la fórmula y lo difundió por muchos países. Consiguió por fin este lobby, mediante una intervención de Pablo VI, que se cambiara el texto “verdad de salvación” (veritas salutaris), por el texto actual: Debemos profesar que los libros de la Sagrada Escritura enseñan firme, fielmente y sin error, la verdad, que Dios quiso que fuese consignada en las sagradas letras para nuestra salvación. “Scripturae libri veritatem, quam Deus nostrae salutis causa Litteris Sacris consignari voluit, firmiter, fideliter et sine errore docere profitendi sunt”: La expresión “por causa de nuestra salvación” no califica directamente a “veritas”, sino al verbo pasivo “consignari”. Dios quiso que esa verdad fuese consignada para nuestra salvación. El texto nos habla, por tanto, de las intenciones que tuvo Dios al revelarse y al inspirar a los hagiógrafos.

En realidad no se da en el texto una restricción de la verdad bíblica a las verdades religiosas o morales. La verdad de la Biblia se extiende a todas las verdades, sean de la naturaleza que sean, en la medida en que estén íntimamente relacionadas con el mensaje salvífico. Pongamos un ejemplo: la muerte de Jesús es en sí misma un hecho de la historia, no es una verdad “religiosa”. Sin embargo, dada la íntima relación de este hecho con el mensaje salvífico hay que reconocer que el testimonio bíblico sobre la muerte de Jesús está afectado por la inerrancia bíblica.

 E) Pautas para comprender el sentido de la verdad bíblica

1. Carácter progresivo de la revelación

El AT y en menor medida el NT también choca con algunos de los valores de nuestra mentalidad actual. Pensemos en la aceptación sin más de la esclavitud, o de la guerra santa, o de la poligamia o de la sumisión de la mujer al varón. ¿Qué valor pueden tener para nosotros hoy? Cuando se leen en la liturgia provocan un sentimiento de incomodidad entre los lectores.

Una explicación de cómo esos textos pueden estar incluidos en la Palabra de Dios es comprender el progreso humano que ha tenido lugar a lo largo de la historia. En el Antiguo Testamento se observa claramente este progreso de los valores, y es una pedagogía divina  hacia la revelación que se da en Cristo.

Los santos Padres hablan de la condescendencia divina que se ha adaptado a las entendederas o el “subiecto” da cada generación. Este concepto de condescendencia se inspira en un texto evangélico. Hablando sobre el divorcio, Jesús declaró que “por la dureza de vuestro corazón” os permitió Moisés el divorcio (Mt 10,5). Hay que adecuar las exigencias legales a la capacidad de respuesta de una sociedad en un determinado momento. Exigir demasiado no es la forma de conseguir más sino muchas veces de conseguir menos.

La verdad sólo se da en el contexto global de toda la Escritura a la luz del misterio de Cristo. La Escritura es la consignación de un proceso de búsqueda que sólo puede ser comprendido desde el punto de llegada, desde Cristo. La ley del talión en su momento fue una manera de aliviar costumbres aún más bárbaras, aunque desde la óptica del evangelio nos parezca bastante bár­bara. Pero ya quisiéramos que todo el mundo hoy día se conformara al menos con la ley de talión, cuando vemos por todas partes un deseo de devolver diez veces más el daño sufrido. Tratar de moderar las represalias es un paso positivo en el camino de fomentar la convivencia, aunque no sea la última palabra.

Por eso se impone una lectura jerarquizada de los textos contrapuestos de la Escritura, poniendo a Cristo como coronación y clave de lectura de todo el proceso. Esta lectura jerarquizada contribuirá a resolver algunos de los problemas suscitados por textos que revelan una moralidad deficiente.

 2. El principio de totalidad

Una frase sólo es valedera en el contexto de un párrafo; el párrafo en el capítulo, el capítulo en el libro. Pues bien, cualquier frase de la Escritura sólo está revestida del carisma de la inerrancia en la medida en que se lee desde el contexto global de toda la Escritura, es decir, desde el canon. Esto nos obliga a utilizan como criterios interpretativos de la verdad divina de una afirmación las otras afirmaciones que se hacen al res­pecto en otros lugares de la Biblia. El criterio canónico que Childs contribuyó a valorar supone una auténtica revolución en la hermenéutica.[1]

Para N. Lohfinnk (Stimmen der Zeit 1964), el sentido de un texto varía al combinarse con otros en la unidad de un libro. Por tanto el sentido que un texto pudo haber tenido en la carta a los Romanos queda afectado por el hecho de que dicha carta se junte con la carta de Santiago y formen ambos parte de un mismo libro. La inspiración se les atribuye a Pablo o a Santiago con vistas a la configuración final del canon bíblico. Los libros bíblicos no están aislados, sino que su sentido varía al ser incluidos dentro del canon, y varía cada vez que un nuevo libro se añade al canon al que pertenecía. El sentido inspirado de un texto es su sentido canónico.

Sólo la Biblia como un todo puede reclamar la verdad. Las afirmaciones aisladas sólo pueden reclamarla en la medida en que su interpretación sea coherente con la totalidad de los escritos del canon. Por tanto la exégesis de un texto no podrá ignorar la de los demás. Para Lohfink no se trata de lograr una exégesis armonizante o concordística de toda la Escritura sino de considerar el canon como unidad de una multiplicidad no exenta de tensiones.

Como veremos, R. Brown va más lejos y piensa que el sentido bíblico de un texto no se agota ni siquiera en el conjunto del canon, sino que esta colección normativa supone una comunidad que sigue adelante en su empeño de modelarse a sí misma conforme a esa norma. Por eso el modo como la Iglesia ha comprendido el texto en su vida, su liturgia y su teología es constitutivo de sentido bíblico, porque en es en este contexto como la Biblia es un libro para los creyentes. No se trata simplemente de aplicaciones, de acomodaciones o de eisegesis, sino de lo que el libro significa en cuanto contrapuesto a lo que significó cuando fue escrito (sentido literal) o cuando pasó a formar parte de la colección canónica (sentido canónico).[2]

 3. La verdad es la verdad relacionada con la salvación

La finalidad de Dios al revelarse es ante todo manifestar su plan de salvación, su buena disposición hacia los hombres. Sólo en cuanto las afirmaciones bíblicas tienen relación con este plan de salvación, entran dentro de la intencionalidad de Dios.

Como dijimos anteriormente al estudiar la Dei Verbum en este punto concreto, lal espedificar que la verdad de la Biblia es aquella “que Dios quiso que se consignara en las Sagradas Letras por causa de nuestra salvación”, quedan resueltas muchas de las con­tradicciones entre la Biblia y otras ciencias, pues en la mayoría de los casos se trata de temas en los cuales no hay dificultad ninguna en reconocer que los autores bíblicos se han podido equivocar. Dios no se ha revelado a sí mismo para ilustrarnos sobre temas de ciencia o de historia. Para ello nos ha dado una inteligencia. La Biblia no es una enciclopedia sobre todos los saberes avalada por la autoridad divina.

 4. Los géneros literarios

Para conocer lo que Dios quiere decir y dice en la Sagrada Escritura es necesario conocer tanto los condicionamientos e in­tención de sus autores humanos, como los de su lenguaje, que no siempre dependen de la intención de los mismos autores. El estudio de los géneros literarios de una determinada época nos ayudará a matizar el alcance de determinadas afirmaciones. El sentido literal de un texto no coincide con el sentido literalista. Sería un error interpretar como histórico un texto que pertenece al género literario de “parábola” o de “cuento”.

 5. La disociación psicológica

Cuando la fuerza de la atención se centra en un enfoque determinado, el resto de los elementos que puedan aparecer simultáneamente en el campo de la conciencia, no están todos afectados por el mismo juicio, ni por el mismo intento de adhesión. Llamamos a este fenómeno disociación psicológica entre las diversas afirmaciones que están adheridas unas a otras como las cerezas. Toda afirmación está unida con todo un sistema de pensamiento y se sustenta  en ese sistema. Sin embargo es posible analizar cada afirmación por separado, en virtud de su valor propio. La verdad de una no queda afectada por la falsedad de otras que están adheridas a ella.

Por ejemplo Pablo podía estar personalmente convencido de que la parusía era inminente, y que él estaría vivo todavía para la segunda venida de Cristo. Esa convicción se deja traslucir en sus escritos, pero nunca es objeto de una afirmación formal (1 Ts 4.15-17). Lo que Pablo afirma in recto es que la suerte de los que mueran antes de la parusía no será inferior a la de los que alcancen a vivirla. El autor solo se compromete con lo que afirma in recto, y no con las asunciones, valores o presuposiciones que es posible entrever a través de la ventana del texto.

 6. Los grados de afirmación

El autor divino sólo se compromete con un juicio en la misma medida en que se compromete el autor humano. Si éste meramente expresa una opinión o una probabili­dad, lo que se afirma “in recto”, no es la verdad de esa afirmación sino su probabilidad, y esta sigue siendo verdadera aun cuan­do el hecho sea falso.

Si el pronóstico del tiempo dice que es muy probable que llueva mañana, no se puede decir que se haya equivocado por el simple hecho de que mañana no llueva. Lo que se afirma no es el hecho de la lluvia, sino su probabilidad. Dicho pronóstico solo está equivocado si se llega a demostrar que con los datos meteorológicos que se  manejaban, la lluvia no era probable.

Muchas veces el autor no se compromete con una determinada costumbre, sino que la da por supuesto. Por ejemplo la esclavitud o la situación de la mujer en la sociedad (cf. 1 Co 11,2-16; 1 Co 14,34-36; Si 32).

 7. Las citas explícitas o implícitas

Los autores sagrados utilizan sus fuentes sin rigor crítico. En su uso de cronologías, listas genealógicas, tomadas de archivos de la época, el autor sagrado no pretende garantizar su valor crítico, sino sólo afirmar que así se encontraban en sus fuentes, o que son útiles para su historia o verdaderos en cuanto a su sustancia. La materialidad de los hechos cuenta menos que su relación con el misterio de salvación, que es quien determina su significado.

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