V: PALABRA VERDADERA Y DINÁMICA
A) Cambio de
planteamiento
El tema de las consecuencias de la inspiración es uno de los
que ha experimentado un cambio más radical en su planteamiento a partir del
Vaticano II.
Mientras los manuales anteriores se centraban en el tema de
la inerrancia, actualmente se ha ampliado el campo de interés al estudiar como
consecuencias de la inspiración no sólo las que pertenecen al campo del
conocimiento, sino también al de las otras facultades humanas.
Al mismo tiempo se ha cambiado de enfoque, pasando de una
actitud apologética, defensiva, más empeñada en mostrar que la Biblia no se
equivocaba nunca, a una actitud más serena, que busca ante todo comprender el
sentido profundo de la Escritura.
Por eso ya no se hablan tanto de la inerrancia (concepto
puramente negativo = ausencia de error lógico), sino de la verdad de la
Escritura, que es un concepto positivo y abarca todos los distintos aspectos de
la verdad: ontológica, lógica, literaria.
Hablar de la Verdad de la Escritura es mucho más que hablar
de su Inerrancia. De la misma manera que hablar de la Santidad de Jesús es
mucho más que hablar de su Impecabilidad.
Por otra parte también la DV centra su atención en la verdad
de la Escritura en cuanto dice relación a la salvación del hombre, concretando
así el objeto formal bajo el cual puede considerarse toda verdad contenida en
la Escritura.
Pero la presencia del Espíritu en la Escritura no está
encaminada únicamente a presentarnos verdades doctrinales inerrantes, sino
fundamentalmente a tocar el corazón del hombre con fuerza, interpelarle,
denunciar sus tinieblas, invitarle a entrar en una nueva relación con Dios.
Una de las características del lenguaje humano es la fuerza.
Hay palabras que dan vida y palabras que matan. El texto más importante que nos
habla de la inspiración bíblica es el de 2 Timoteo. Nos abre al poder de esta
palabra: “Toda Escritura está divinamente inspirada y es útil para enseñar,
para interpelar, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena” (2 Tm 3,16-17).
Quizás el texto bíblico que expone con mayor apasionamiento
esta fuerza que reside en la palabra inspirada es el Salmo 119. “Las maravillas
de tu Ley” (v.18); las delicias del fiel (v. 24); “dulce al paladar más que la
miel a mi boca” (v. 103); “mi herencia para siempre, la alegría de mi corazón”
(v. 111); “antorcha para mis pies, luz en mi sendero” (v. 105); “mi refugio y
mi escudo” (v. 114); “un bien para mí más que miles de monedas de oro y plata”
(v. 72); “cantares para mí en mi mansión de extranjero” (v. 54). ¡Qué lejos
estamos del lenguaje racionalista de tantos tratados de “Introducción a la
Escritura”!
El concepto de inspiración abarca todas las facultades del
hombre, y básicamente equivale a su “animación”. Decir que la Escritura es
inspirada equivale a decir que es capaz de inspirar en virtud del Espíritu que
reside en sus palabras. Por supuesto que uno de los efectos de la Palabra es
ser luz en el sendero, lámpara para los pasos, denuncia de nuestras tinieblas.
“El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn
8,12). Esta luz de la vida es de lo que hablamos al referirnos a la “verdad” de
la Escritura, pero sin nunca olvidar su fuerza.
B) Distintas
acepciones de la palabra “Verdad”
En primer lugar tenemos el concepto clásico de verdad lógica
como correspondencia entre el entendimiento y la realidad: “adaequatio
intellectus et rei”, la adecuación de lo que se afirma en el juicio sobre algo
con la realidad en sí misma. Es el tipo de verdad que nos interesa, por
ejemplo, en el veredicto de un jurado sobre la inocencia o culpabilidad de una
persona, o en la solución de un problema matemático.
Se puede entender también la verdad en relación con la
palabra Emet o fidelidad de Dios (Oswald Lorentz). La Biblia no intentaría
tanto reflejar la verdad de las afirmaciones, cuando dar testimonio de la
fidelidad de Dios. Efectivamente el contexto de las afirmaciones bíblicas es el
testimonio de la donación personal, salvífica y fiel de Dios. Pero en cualquier
caso si las afirmaciones de la Biblia sobre esa fidelidad y su manera de
mostrarse en la historia bíblica fueran falsas, ya no cabría hablar de la
fidelidad de Dios, sino de falsas ilusiones humanas.
Otro enfoque diverso entiende la verdad como coherencia.
Aquí el interés principal es descubrir que no hay contradicción interna en lo
que se afirma en el conjunto de un texto. Este enfoque tiene que ver con el
enfoque anterior de la fidelidad. Se trata de reflejar la coherencia de Dios
consigo mismo en su palabra revelada y en nuestra propia historia.
Otro enfoque es el recurso a la experiencia. No interesa
tanto la verdad lógica de las afirmaciones en sí mismas, cuanto la verdad de la
experiencia que está detrás de estas afirmaciones. Pongamos un ejemplo. Las
afirmaciones conceptuales acerca de la presencia real de Jesús en la Eucaristía
pueden ser diversas en católicos y luteranos, pero la propia experiencia de la
presencia real puede ser la misma en unos y otros. Puede que un luterano, con
una teología pobre y deficiente de la presencia real, tenga más devoción al
comulgar y se somunique más íntimamente con Jesús que un católico que mantiene
una teología conceptualmente más correcta, pero comulga distraído y ni siquiera
dialoga con Jesús tras la comunión. Lo importante es la verdad de la
experiencia, más bien que la verdad de la objetivación conceptual que se haga
de ella.
Otros centran la verdad en la eficacia que las palabras
tienen para conseguir el fruto deseado. Austin expuso la teoría del acto
lingüístico como lenguaje performativo. El lenguaje tiene también una función
pragmática, en cuanto que además de transmitir una cierta información, pretende
evocar en el lector una serie de disposiciones religiosas o actitudes
existenciales. Desde esta dimensión performativa, la verdad de un texto
equivale a su aptitud y eficacia en orden a evocar esas disposiciones. Esto
puede llevar a un un cierto relativismo sobre las afirmaciones en sí mismas. Su
validez dependería del efecto que causasen en los oyentes, de la manera como
les fuera a afectar. Una afirmación que para una cierta persona fuera
verdadera, porque le ocasionaría el efecto deseado, podría no ser verdadera
para otra persona a quien esa misma formulación le confunde, o le pone muy
nervioso. A unos habría que formularles las cosas de una manera y a otros de
otra. Pero hay un límite a este relativismo en las formulaciones. Los actos
lingüísticos siempre suponen la validez de los contenidos.
La verdad como aletheia: Prospero Grech parte de la
concepción heideggeriana de la verdad como aletheia, desvelamiento, el hecho de
revelarse y manifestarse el ser. Se da la verdad cuando la experiencia
testimoniada es auténtica y la forma de expresión es adecuada, porque consigue
conectar al lector con una experiencia propia que él mismo puede
verificar.
Otros, como Avery Dulles, insisten en que todo lenguaje
sobre Dios es simbólico, y trata de llevar al creyente al conocimiento del
misterio de Dios mediante una comunicación simbólica, en un lenguaje de
símbolos y de imágenes inspiradas que influyen en la persona implicándola y
conduciéndola a ámbitos inaccesibles al pensamiento conceptual. Luego hay que
traducir los símbolos a un lenguaje conceptual de afirmaciones aclaratorias,
pero estas afirmaciones nunca agotarán la riqueza de la comunicación simbólica.
La verdad en toda su riqueza habría que buscarla más en los símbolos que en las
proposiciones secundarias que intentan traducir estos símbolos a un lenguaje
nocional.
C) La cuestión
bíblica
La problemática que despierta la verdad de la Escritura
puede ser muy diversa. Unas veces hablaremos sobre el problema de la
historicidad de los textos, otras del valor del lenguaje relativo a la realidad
trascendente de Dios, otras de cómo unos textos pertenecientes a una situación
concreta pueden tener validez universal, otras de la adecuación de determinadas
afirmaciones bíblicas que resultan problemáticas desde un punto de vista
científico, otras sobre concordismo entre diversos textos bíblicos que parecen
ser contradictorios, otras sobre determinadas prácticas que son alabadas en la
Biblia y que hoy bos resultan profundamente inmorales.
Por una parte los mismos textos bíblicos dan constancia de
que la Escritura no puede engañarnos. “La Escritura no puede ser anulada” (Jn
10,35). “La Escritura no puede dejar de cumplirse” (Lc 22,44).
Con todo, ya los mismos rabinos eran conscientes de que en
el AT había discordancias que no podían ser armonizadas, pero se resistían a
admitir que hubiese contradicciones. Al regreso de Elías se explicarán las
aparentes discordancias entre Ezequiel y la Torah, por ejemplo (b.Menahot
45a).
1. Los Santos Padres
Ya antiguamente los Santos Padres tuvieron que plantearse
este problema de la inerrancia para solventar las contradicciones que se daban
en el interior de la misma Biblia, entre diversos enunciados que aparecen en
los distintos libros (piénsese por ejemplo en el problema sinóptico de los
evangelios). En muchos casos intentan resolver las contradicciones de un modo
ingenioso a la vez que ingenuo. Pero en cualquier caso están convencidos que no
se puede nunca admitir que las afirmaciones bíblicas sean erróneas.
Dice San Justino: “Jamás me atreveré a pensar o decir que las
Escrituras presenten contradicciones entre sí; y si alguna Escritura me
pareciera tal, más bien confesaré que no entiendo su significado y tratare de
persuadir a todos aquellos que sospechan que en la Escritura existen
contradicciones, que acepten mi manera de pensar” (PG 6,625).
S. Ireneo: “Si no podemos encontrar la solución a todas las
dificultades que aparecen en la Biblia, sería sin embargo una gran impiedad
querer buscar un Dios diverso del que es. Debemos confesar a Dios que nos ha
hecho, reconociendo que las Escrituras son perfectas, porque han sido
pronunciadas por la palabra de Dios y por su Espíritu Santo” (PG 7, 804-805).
Orígenes: Justifica su interpretación alegórica de la Biblia
precisamente para eliminar las contradicciones que aparecen en su sentido
literal, y reta a los que se oponen a la interpretación alegórica que intenten
explicar de otro modo las dificultades de los evangelios sinópticos (PG
14,3009)..
S. Agustín: “Si en estos escritos encuentro alguna cosa que
parezca contraria a la verdad, sin la menor duda, no puedo pensar sino que el
códice que leo es defectuoso, o que el traductor no ha sido capaz de traducir
el pensamiento fielmente, o que yo no lo he entendido bien” (PL 42,525).
2. Época moderna
La cuestión surge con todo rigor con el auge de las ciencias
que vienen a contradecir los modelos del cosmos contenidos en la Biblia, y con
el desarrollo de la historia que no siempre viene a dar la razón a los datos
históricos de la Escritura.
El caso Galileo fue el más famoso, y el que nos introduce a
estos conflictos propios de la modernidad. La primera reacción de la Iglesia
fue ponerse a la defensiva al sentirse atacada, pero aceptando el terreno de
lucha que le proponían sus mismos adversarios.
Sólo posteriormente la Iglesia cambiará el mismo
planteamiento del problema, abandonando la defensa de algunas murallas, que en
realidad no estaban defendiendo nada de importancia vital para la misma Iglesia.
Veamos primero ejemplos de algunas posibles contradicciones
entre afirmaciones bíblicas y resultados de la ciencia y de la historia, o con
la sensibilidad moral de nuestros días:
a) El modelo cosmológico del universo y el proceso de la
creación en seis días.
b) El sol moviéndose en torno a la tierra que motivó el
conflicto de Galileo.
c) La creación del hombre del barro y las doctrinas
evolucionistas de Darwin.
d) La liebre ¿un rumiante? (Lv 11,6)
e) Darío el medo, sucesor de Baltasar rey de los caldeos (Dn
6,1).
f) Según la Biblia Jericó fue destruido en la conquista de
Josué (finales del XIII), pero al arqueología nos dice que Jericó no era ya
antes sino un montón de ruinas, desde que fue destruido anteriormente a finales
del Bronce medio.
g) Las etimologías de algunas palabras (cf. Gn 17,17;
18,12-15;; 21,6...). En estos textos se nos dice que un cierto nombre deriva de
una palabra hebrea, pero los filólogos de hoy lo niegan. Por ejemplo, dice Gn
1, que mujer ²iÆsûsûaµh אִשָּׁה viene de varón ²iÆsû
אִישׁ . Pero los
filólogos dicen que viene de eûnoµsû אֱנוֹשׁ
–²-. Cabría decir que la explicación etimológica que da la Biblia está
equivocada desde el punto de vista filológico.
h) Hay tres versiones diversas de cómo un personaje bíblico
presenta a su mujer como si fuera hermana y el rey del país engañado por esta
treta, la toma por esoposa y luego es severamente castigado por Dios: Abrahán y
Sara en Egipto, Abrahán y Sara en Guerar, Isaac y Rebeca en Guerar (Gn 20,1-20;
17,5.15; 26,6-11).
i) Los libros pseudoepigráficos, como el libro de Daniel,
atribuyen su autoría a un personaje del pasado que vivió cientos de años antes
de la redacción del libro del que es su supuesto autor.
j) Hay algunas dificultades morales suscitadas por el AT:
faltas de sinceridad, ejemplos de crueldad como el herem, o anatema lanzado
contra los pueblos cananeos y obliga a los israelitas a que exterminen mujeres
y niños (Jos 6,17.21.24.26).
k) La ley del talión o los salmos imprecatorios (Sal 109)
respiran un clima de venganza que resulta incómodo desde la perspectiva del
sermón de la montaña.
l) Moral sexual deficiente. La Biblia parece aprobar la
poligamia y el divorcio. El mismo Jesús se distanció de la permisividad de
Moisés con respecto al divorcio. (cf. Mt 19,8).
m) Frecuentemente es muy difícil concordar los relatos
evangélicos. Es imposible armonizar
determinados datos que da un evangelio sobre la vida de Jesús con los datos aportados por otro evangelio.
Por ejemplo, Juan trae la expulsión de los mercaderes al principio del
ministerio de Jesús, y los sinópticos al final. Jesús muere en Juan la víspera
de la Pascua, pero en los sinópticos muere el mismo día de la fiesta. El
concordismo intenta resolver la contradicción con habilidad, pero deja la
impresión de que se trata de acrobacias hechas con un ingenio que podría mejor
dedicarse a otras tareas más útiles.
Estas y otras muchas dificultades han constituido lo que se
ha dado en llamar “la cuestión bíblica” que se agudiza sobre todo en el siglo
XIX con el darwinismo, y posteriormente con los descubrimientos arqueológicos
que ponen en cuestión algunos relatos bíblicos.
A medida que las dificultades contra un concepto global y
absoluto de la inerrancia se van robusteciendo, empiezan los intentos de
matización en el alcance de la inerrancia bíblica. En 1893 D’Hulst, rector del
Instituto católico de París afirma que la inerrancia bíblica se extiende sola y
exclusivamente a cuestiones de fe y costumbres, lo mismo que el magisterio de
la Iglesia, porque “es poco probable que Dios haya hecho a la Biblia infalible
en algunos puntos y en algunos temas en los cuales la Iglesia no lo haya sido
ni pretenda serlo”.
La encíclica Providentissimus Deus refutó la teoría de
D’Hulst el mismo año en que él la expuso. “La inspiración divina es
incompatible con cualquier error. Por su misma esencia no sólo excluye todo
error, sino que lo excluye con la misma necesidad con la que Dios, suma Verdad,
no puede ser el autor de ningún error”. D’Hulst fue obligado a retractarse.
D) El texto del Vaticano II
“Como
quiera que todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe
tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de
la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios
quiso que se consignara en las Sagradas Letras por causa de nuestra salvación”
(DV 11; cf. TPV. pp. 113-118).
En el borrador original se decía: “Ya que la inspiración
divina se extiende a todas las cosas, es una consecuencia directa y necesaria
que toda la Sagrada Escritura está completamente libre de error. La antigua y
constante fe de la Iglesia nos enseña que es totalmente ilícito admitir que el
escritor sagrado se haya equivocado, ya que la inspiración divina, por su
propia naturaleza excluye los errores en cualquier materia, religiosa o
profana, con la misma necesidad con que Dios, Verdad suprema, no puede ser
fuente de ningún error”. Esto es parte
del borrador “De Fontibus revelationis”, rechazado por los Padres el 20 de
noviembre de 1962, en la primera sesión conciliar. El texto pasó a una nueva
comisión mixta, encabezada por los cardenales Ottaviani y Bea que lo reformó
radicalmente.
De este segundo borrador se pasó a otro borrador muy
parecido al definitivo: “Hay que confesar que los libros de la Escritura
enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad de la salvación”
–veritas salutaris.
Algunos Padres del concilio prefirieron evitar esta fórmula,
por parecerles que restringía excesivamente la verdad de la Escritura a las
verdades de fe y costumbres, cosa que ya había condenado León XIII en la
Providentissimus Deus contra D’Hulst.
Un “Comité episcopal internacional” redactó un folleto
atacando la fórmula y lo difundió por muchos países. Consiguió por fin este
lobby, mediante una intervención de Pablo VI, que se cambiara el texto “verdad
de salvación” (veritas salutaris), por el texto actual: Debemos profesar que
los libros de la Sagrada Escritura enseñan firme, fielmente y sin error, la
verdad, que Dios quiso que fuese consignada en las sagradas letras para nuestra
salvación. “Scripturae libri veritatem, quam Deus nostrae salutis causa
Litteris Sacris consignari voluit, firmiter, fideliter et sine errore docere
profitendi sunt”: La expresión “por causa de nuestra salvación” no califica
directamente a “veritas”, sino al verbo pasivo “consignari”. Dios quiso que esa
verdad fuese consignada para nuestra salvación. El texto nos habla, por tanto,
de las intenciones que tuvo Dios al revelarse y al inspirar a los hagiógrafos.
En realidad no se da en el texto una restricción de la
verdad bíblica a las verdades religiosas o morales. La verdad de la Biblia se
extiende a todas las verdades, sean de la naturaleza que sean, en la medida en
que estén íntimamente relacionadas con el mensaje salvífico. Pongamos un
ejemplo: la muerte de Jesús es en sí misma un hecho de la historia, no es una
verdad “religiosa”. Sin embargo, dada la íntima relación de este hecho con el
mensaje salvífico hay que reconocer que el testimonio bíblico sobre la muerte
de Jesús está afectado por la inerrancia bíblica.
E) Pautas para
comprender el sentido de la verdad bíblica
1. Carácter progresivo de la revelación
El AT y en menor medida el NT también choca con algunos de
los valores de nuestra mentalidad actual. Pensemos en la aceptación sin más de
la esclavitud, o de la guerra santa, o de la poligamia o de la sumisión de la
mujer al varón. ¿Qué valor pueden tener para nosotros hoy? Cuando se leen en la
liturgia provocan un sentimiento de incomodidad entre los lectores.
Una explicación de cómo esos textos pueden estar incluidos
en la Palabra de Dios es comprender el progreso humano que ha tenido lugar a lo
largo de la historia. En el Antiguo Testamento se observa claramente este
progreso de los valores, y es una pedagogía divina hacia la revelación que se da en Cristo.
Los santos Padres hablan de la condescendencia divina que se
ha adaptado a las entendederas o el “subiecto” da cada generación. Este
concepto de condescendencia se inspira en un texto evangélico. Hablando sobre
el divorcio, Jesús declaró que “por la dureza de vuestro corazón” os permitió
Moisés el divorcio (Mt 10,5). Hay que adecuar las exigencias legales a la
capacidad de respuesta de una sociedad en un determinado momento. Exigir
demasiado no es la forma de conseguir más sino muchas veces de conseguir menos.
La verdad sólo se da en el contexto global de toda la
Escritura a la luz del misterio de Cristo. La Escritura es la consignación de
un proceso de búsqueda que sólo puede ser comprendido desde el punto de
llegada, desde Cristo. La ley del talión en su momento fue una manera de
aliviar costumbres aún más bárbaras, aunque desde la óptica del evangelio nos
parezca bastante bárbara. Pero ya quisiéramos que todo el mundo hoy día se
conformara al menos con la ley de talión, cuando vemos por todas partes un
deseo de devolver diez veces más el daño sufrido. Tratar de moderar las
represalias es un paso positivo en el camino de fomentar la convivencia, aunque
no sea la última palabra.
Por eso se impone una lectura jerarquizada de los textos
contrapuestos de la Escritura, poniendo a Cristo como coronación y clave de
lectura de todo el proceso. Esta lectura jerarquizada contribuirá a resolver
algunos de los problemas suscitados por textos que revelan una moralidad
deficiente.
2. El principio de
totalidad
Una frase sólo es valedera en el contexto de un párrafo; el
párrafo en el capítulo, el capítulo en el libro. Pues bien, cualquier frase de
la Escritura sólo está revestida del carisma de la inerrancia en la medida en
que se lee desde el contexto global de toda la Escritura, es decir, desde el
canon. Esto nos obliga a utilizan como criterios interpretativos de la verdad
divina de una afirmación las otras afirmaciones que se hacen al respecto en
otros lugares de la Biblia. El criterio canónico que Childs contribuyó a
valorar supone una auténtica revolución en la hermenéutica.[1]
Para N. Lohfinnk (Stimmen der Zeit 1964), el sentido de un
texto varía al combinarse con otros en la unidad de un libro. Por tanto el
sentido que un texto pudo haber tenido en la carta a los Romanos queda afectado
por el hecho de que dicha carta se junte con la carta de Santiago y formen
ambos parte de un mismo libro. La inspiración se les atribuye a Pablo o a
Santiago con vistas a la configuración final del canon bíblico. Los libros
bíblicos no están aislados, sino que su sentido varía al ser incluidos dentro
del canon, y varía cada vez que un nuevo libro se añade al canon al que
pertenecía. El sentido inspirado de un texto es su sentido canónico.
Sólo la Biblia como un todo puede reclamar la verdad. Las
afirmaciones aisladas sólo pueden reclamarla en la medida en que su
interpretación sea coherente con la totalidad de los escritos del canon. Por
tanto la exégesis de un texto no podrá ignorar la de los demás. Para Lohfink no
se trata de lograr una exégesis armonizante o concordística de toda la
Escritura sino de considerar el canon como unidad de una multiplicidad no
exenta de tensiones.
Como veremos, R. Brown va más lejos y piensa que el sentido
bíblico de un texto no se agota ni siquiera en el conjunto del canon, sino que
esta colección normativa supone una comunidad que sigue adelante en su empeño
de modelarse a sí misma conforme a esa norma. Por eso el modo como la Iglesia
ha comprendido el texto en su vida, su liturgia y su teología es constitutivo
de sentido bíblico, porque en es en este contexto como la Biblia es un libro
para los creyentes. No se trata simplemente de aplicaciones, de acomodaciones o
de eisegesis, sino de lo que el libro significa en cuanto contrapuesto a lo que
significó cuando fue escrito (sentido literal) o cuando pasó a formar parte de
la colección canónica (sentido canónico).[2]
3. La verdad es la
verdad relacionada con la salvación
La finalidad de Dios al revelarse es ante todo manifestar su
plan de salvación, su buena disposición hacia los hombres. Sólo en cuanto las
afirmaciones bíblicas tienen relación con este plan de salvación, entran dentro
de la intencionalidad de Dios.
Como dijimos anteriormente al estudiar la Dei Verbum en este
punto concreto, lal espedificar que la verdad de la Biblia es aquella “que Dios
quiso que se consignara en las Sagradas Letras por causa de nuestra salvación”,
quedan resueltas muchas de las contradicciones entre la Biblia y otras ciencias,
pues en la mayoría de los casos se trata de temas en los cuales no hay
dificultad ninguna en reconocer que los autores bíblicos se han podido
equivocar. Dios no se ha revelado a sí mismo para ilustrarnos sobre temas de
ciencia o de historia. Para ello nos ha dado una inteligencia. La Biblia no es
una enciclopedia sobre todos los saberes avalada por la autoridad divina.
4. Los géneros
literarios
Para conocer lo que Dios quiere decir y dice en la Sagrada
Escritura es necesario conocer tanto los condicionamientos e intención de sus
autores humanos, como los de su lenguaje, que no siempre dependen de la
intención de los mismos autores. El estudio de los géneros literarios de una
determinada época nos ayudará a matizar el alcance de determinadas afirmaciones.
El sentido literal de un texto no coincide con el sentido literalista. Sería un
error interpretar como histórico un texto que pertenece al género literario de
“parábola” o de “cuento”.
5. La disociación
psicológica
Cuando la fuerza de la atención se centra en un enfoque
determinado, el resto de los elementos que puedan aparecer simultáneamente en
el campo de la conciencia, no están todos afectados por el mismo juicio, ni por
el mismo intento de adhesión. Llamamos a este fenómeno disociación psicológica
entre las diversas afirmaciones que están adheridas unas a otras como las
cerezas. Toda afirmación está unida con todo un sistema de pensamiento y se
sustenta en ese sistema. Sin embargo es
posible analizar cada afirmación por separado, en virtud de su valor propio. La
verdad de una no queda afectada por la falsedad de otras que están adheridas a
ella.
Por ejemplo Pablo podía estar personalmente convencido de
que la parusía era inminente, y que él estaría vivo todavía para la segunda
venida de Cristo. Esa convicción se deja traslucir en sus escritos, pero nunca
es objeto de una afirmación formal (1 Ts 4.15-17). Lo que Pablo afirma in recto
es que la suerte de los que mueran antes de la parusía no será inferior a la de
los que alcancen a vivirla. El autor solo se compromete con lo que afirma in
recto, y no con las asunciones, valores o presuposiciones que es posible
entrever a través de la ventana del texto.
6. Los grados de
afirmación
El autor divino sólo se compromete con un juicio en la misma
medida en que se compromete el autor humano. Si éste meramente expresa una
opinión o una probabilidad, lo que se afirma “in recto”, no es la verdad de
esa afirmación sino su probabilidad, y esta sigue siendo verdadera aun cuando
el hecho sea falso.
Si el pronóstico del tiempo dice que es muy probable que
llueva mañana, no se puede decir que se haya equivocado por el simple hecho de
que mañana no llueva. Lo que se afirma no es el hecho de la lluvia, sino su
probabilidad. Dicho pronóstico solo está equivocado si se llega a demostrar que
con los datos meteorológicos que se
manejaban, la lluvia no era probable.
Muchas veces el autor no se compromete con una determinada
costumbre, sino que la da por supuesto. Por ejemplo la esclavitud o la
situación de la mujer en la sociedad (cf. 1 Co 11,2-16; 1 Co 14,34-36; Si 32).
7. Las citas
explícitas o implícitas
Los autores sagrados utilizan sus fuentes sin rigor crítico.
En su uso de cronologías, listas genealógicas, tomadas de archivos de la época,
el autor sagrado no pretende garantizar su valor crítico, sino sólo afirmar que
así se encontraban en sus fuentes, o que son útiles para su historia o
verdaderos en cuanto a su sustancia. La materialidad de los hechos cuenta menos
que su relación con el misterio de salvación, que es quien determina su
significado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario