TEMA 14
HITOS
HISTÓRICO Y TEOLÓGICOS DEL DESARROLLO DEL DOGMA TRINITARIO
14.1. Hasta la proclamación del Símbolo
niceno-constantinopolitano del 381.
14.2. Elementos de la teología
trinitaria agustiniana: la noción de relación; la doctrina psicológica.
14.3. Rasgos centrales de la
elaboración sistemática trinitaria de Santo Tomás de Aquino.
14.4. La cuestión del “filioque ” en el
pasado y en la actualidad.
A) DESARROLLO
14.1. Hasta la proclamación del Símbolo
niceno-constantinopolitano del 381.
14.1.1 La época prenicena:
A.) Los primeros testimonios:
a.) La liturgia bautismal y la liturgia
eucarística: En la Iglesia primitiva, al igual que en la Iglesia de los
tiempos, la fe trinitaria se expresa con especial fuerza en aquellos momentos
en que se celebra el misterio pascual, concretamente, en el Bautismo y en la
Eucaristía. Todo arranca del mandamiento misional contenido en Mt 28, 19:
Bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Testimonios
sobre la dimensión trinitaria del Bautismo, encontramos en la Didaché (ca.
90-100), en S. Justino (+ 163/167), y en S. Ireneo (+ ca. 202). En el bautismo
cristiano se da una estrecha relación entre conversión, admisión en la
comunidad cristiana y profesión de fe trinitaria cristiana. La liturgia
eucarística está también íntimamente ligada al misterio trinitario, así
testimonian S. Justino en su Primera Apología y S. Hipólito de Roma en su
Tradición Apostólica , compuesta en Roma a mediados del siglo III.
b.) La profesión de fe trinitaria: Es
precisamente esta profesión de fe efectuada en el Bautismo y la necesidad de
una catequesis previa para poder hacer esta profesión con conciencia clara de
lo que se celebra y de lo que se confiesa, el motivo de la redacción de
símbolos bautismales. Ya a finales del siglo V están condensados en fórmulas
breves los principales artículos de la fe trinitaria.
c.) La oración cristiana: La oración
cristiana hereda muchos rasgos de la oración judía, pero se distingue de ella
por un rasgo fundamental: se dirige a Dios por la mediación de Jesucristo,
nuestro Señor. En este marco se sitúan las doxologías cristianas que tanta
importancia tendrán en el desarrollo de la doctrina trinitaria. El uso de la
doxología Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo está ya generalizado a
mediados del siglo IV.
B.) Los Padres Apostólicos: La etapa de
los Padres Apostólicos comprende los escritores de los siglos I/II. La doctrina
sobre el único Dios, Padre y Creador, constituye el trasfondo y la indiscutible
premisa. Para los Padres Apostólicos, la afirmación de la divinidad de
Jesucristo no supone una negación de la unicidad de Dios. No realizan
especulación alguna sobre el misterio trinitario. Se limitan a testimoniar la
predicación cristiana.
C.) Los Apologetas: La literatura
apologética mira especialmente a tres campos:
* Los paganos, a los que se les intenta
mostrar que únicamente el Dios cristiano puede ser el Dios verdadero. Los
judíos, a los que se intenta demostrar que el Dios de Israel, es el Padre de
Jesucristo, y que esto no va contra el monoteísmo del Antiguo Testamento.
Corrientes dualistas, gnósticas y docetas, a las que se intenta demostrar que
no hay dos dioses. Las primeras reflexiones teológicas en torno al misterio de
la Trinidad, aparecen con los Apologetas.
D.) S. Ireneo y la estructura
trinitaria de la salvación: Ireneo no es un apologista, pero tiene que
enfrentarse a la teodicea de los gnósticos, que afirma que en Dios existen dos
principios, el bueno y el malo, y que el mundo procede de Dios por emanación.
Ante esto, S. Ireneo afirma la unicidad divina defendiendo a la vez la trinidad
de personas. Al hablar de la Trinidad lo hace en la forma en que se ha
manifestado en la historia de la salvación: Dios Padre que crea el mundo por su
Verbo; el Verbo que envía al Espíritu Santo.
E.) Dos grandes pensadores del siglo
III: Clemente de Alejandría y Orígenes: El pensamiento teológico alcanza en
Oriente un desarrollo extraordinario en torno al año 200. Este desarrollo del
saber teológico alcanza gran esplendor en los siglos III y IV gracias a lo que
se ha llamado “escuelas teológicas”. Destacaremos dos de la “escuela” de
Alejandría: Clemente y Orígenes.
* Clemente, defiende la unidad de Dios
contra los dualistas, y particularmente contra Marción, que piensa que son
incompatibles entre sí la infinita Justicia de Dios y la infinita Bondad. En
consecuencia habla del Dios del Antiguo Testamento (cruel y justiciero)
contraponiéndolo al Dios del Nuevo Testamento ( lleno de bondad y
misericordia). Clemente refuta este dualismo mostrando que pertenece a la misma
persona el hacer el bien y el hacer justicia. También defiende la unicidad de
Dios frente al politeísmo pagano.
La teología alejandrina llega a su
esplendor con Orígenes, sucesor de Clemente.
* Orígenes profundiza y enriquece las
líneas trazadas por Clemente. La unicidad divina es para Orígenes, al igual que
para Clemente, inseparable de la noción de Dios. En doctrina trinitaria,
Orígenes se acerca al esquema ireniano, considerando la Trinidad en el marco de
la economía de la salvación. Está clara en él la idea de homousía , es decir,
de igualdad de substancia entre el Padre y el Hijo. A veces, sin embargo, llama
al Logos , deútero Theós , Dios de segunda categoría. En sus escritos se
encuentran pasajes subordinacionistas, que sin embargo, no invalidan aquellos
otros en que se subraya la igualdad de esencia del Hijo con el Padre. También
afirma con claridad la sustanciabilidad y divinidad del Espíritu.
14.1. 2. Las herejías antitrinitarias
A.) El Monarquianismo: Niega la
trinidad de personas en Dios afirmando únicamente la persona del Padre. Los
caminos son o negar que Cristo sea verdaderamente Dios (adopcionismo:
ebionitas, Teodoto de Bizancio y Pablo de Samosata) o negar que sea un
subsistente distinto del Padre (modalismo: Noeto, Sabelio y patripasianismo).
B.) El Subordinacionismo arriano:
afirma una subordinación ontológica de las tres divinas personas. Arrio afirma
que el Verbo es poiema del Padre, es decir, una criatura. Las causas del error
de Arrio están en que a la hora de hablar de la Encarnación interpreta
erróneamente el esquema Logos-Sarx y en que niega que en Dios sea posible una
generación.
C.) Los Pneumatómacos: A la
subordinación del Logos siguió la afirmación de la subordinación del Espíritu
Santo. Son los Pneumatómacos, que aceptan la divinidad del Hijo, pero dicen que
el Espíritu Santo es una criatura. Los principales son: los trópicos y los
macedonios.
14.1.3 De Nicea a Constantinopla
A.) El Concilio de Nicea y la
consubstancialidad del Padre y del Hijo: Arrio radicaliza las tendencias
subordinacionistas hasta el punto de negar la divinidad del Hijo, produciendo
importantes controversias teológicas. El Concilio de Nicea (325) es convocado
por el emperador Constantino, preocupado de que las luchas teológicas pudieran
atentar a la unidad del Imperio. El documento clave es el Símbolo, en el cual
se profesa la consubstancialidad del Hijo con el Padre. Se trata del Símbolo
que utilizaba la Iglesia de Cesarea, al que se le añaden algunas frases para rechazar
el arrianismo. Los elementos doctrinales principales en torno a la
consubstancialidad son:
* “de la ousía del Padre”: el Hijo no
es algo hecho por el Padre, sino una comunicación del propio ser del Padre por
medio de generación en la que el Padre entrega verdaderamente al Hijo su propia
substancia.
* “engendrado, no creado”: no es una
generación por gracia sino por naturaleza.
p class=MsoNormal
style='margin-right:.6pt'>* “de la misma naturaleza que el Padre”: sirve
para reafirmar más todavía la filiación del Verbo. Es el punto neurálgico del
Símbolo. La lucha por la aceptación o rechazo de la doctrina nicena girará en
torno a la aceptación o rechazo de este vocablo: homousios . En un primer
momento sólo se discutía contra los arrianos si el Hijo era engendrado o
creado, de ahí que no se pueda decir que desde una perspectiva histórica
homousios se utilizase en Nicea para designar unidad numérica de substancia.
Sin embargo la unidad numérica se encuentra implícitamente afirmada en el
Símbolo por la confluencia de dos afirmaciones: Dios es sólo una substancia y
la substancia del Hijo es igual en todo a la del Padre con perfecta identidad.
Consecuencia: entre el Padre y el Hijo no sólo hay unidad específica sino
también unidad numérica.
B.) El Símbolo Nicenoconstantinopolitano:
En el Primer Concilio de Constantinopla (381) se define la divinidad del
Espíritu Santo, y se completa el Símbolo de Nicea, dando lugar al Símbolo
Nicenoconstantinopolitano. De este Símbolo nos interesa la doctrina
pneumatológica.
* Santo: la divinidad del Espíritu
Santo ya viene insinuada por este calificativo, que ya es aplicado en el Nuevo
Testamento y que tomado en sentido propio muestra como el Espíritu es persona
divina ya que sólo Dios es Santo.
* El Señor: : es un calificativo que
también acompaña a Cristo, y se utiliza aquí para designar un título divino.
* Dador de vida o vivificador : afirma
la misión “ad extra” del Espíritu de santificar, de dar nueva vida, de
re-crear, tiene funciones divinas.
* Que procede del Padre: : muestra el
origen divino del Espíritu, procede del Padre pero sin ser engendrado; procede
del Padre pero sin ser creado.
* Se afirma la adorabilidad del
Espíritu junto con el Padre y el Hijo : fue uno de los argumentos más
importantes para demostrar la perfecta divinidad del Espíritu.
* Que habló por los profetas : tiene la
misma intención de afirmar la divinidad del Espíritu Santo.
Conclusión: los términos que utiliza el
Símbolo para afirmar la divinidad del Espíritu Santo son muy comedidos, pero
todas las afirmaciones que se hacen de Él afirman con otras palabras la
“consubstancialidad” (pero sin usar el término homousios).
14. 2. Elementos de la Teología
Trinitaria Agustiniana: La Noción de Relación y La Analogía Psicológica:
A.) La Noción de Relación:
El tema de las relaciones muestra que
San Agustín conocía a Platón, pero también las categorías aristotélicas. Con
esta idea él afirma que Dios es esencia o ousía. Es una única esencia sin
accidentes y, en consecuencia, sólo Dios es sustancia inconmutable. Sin
embargo, él afirma también que no todo lo que se dice de Dios se dice según la
sustancia; ni tampoco según los accidentes, pues en Dios nada es accidental.
Para San Agustín hay algo en el seno misterioso de la esencia divina que dice
sobre la relación: paternidad, filiación, espiración. Por eso, él afirma que es
posible hablar de relación en Dios, pero que debe entenderse como relación
subsistente , ya que en Dios nada es accidental. Esta afirmación significa que
la relación de paternidad-filiación existente es compatible con la infinita
perfección de Dios, siempre que el término relativo no se le suponga fuera de
Dios, sino dentro de la misma perfección y esencia divina.
San Agustín utiliza el término relación
como opuesto al de sustancial. Para él, no todo lo que se predica de Dios se
predica referido a la sustancia, sino referido a tres que son relativos entre
sí: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y poniendo en primer plano la verdad enseñada
por la Escritura, él afirma que hay en Dios realidades relativas entre sí e
idénticas con la simplicísima esencia divina: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Él
pone el concepto de relación como expresión de la diferenciación personal en el
Dios único, que al mismo tiempo, es un Ser absoluto. Este ser absoluto no puede
ser sino la esencia divina, que además debe ser afirmada como idéntica con la
relación. En esta explicación garantiza también la concepción de estas tres
relaciones como puramente sustanciales. No son determinaciones accidentales de
la esencia divina, ni la alteran; son más bien esta esencia divina única bajo
el aspecto de una correlatividad inmanente. Según eso, las personas
consideradas en sí mismas son el único Dios verdadero y una misma cosa con el
ser divino absoluto, mientras que en relación correlativa son: Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
B.) Relaciones de origen:
San Agustín recibe de la tradición
anterior como verdad ya pacíficamente poseída la relación entre Padre, Hijo y
Espíritu Santo como fundamentada en la procedencia -origen-de las divinas
Personas. Este origen tiene lugar mediante la generación -en el Hijo- y
mediante la aspiración en el Espíritu Santo. Según San Agustín, la procesión
del Hijo es igual a la de la intelligentia a partir de la mens o de la memoria
mientras que la procesión del Espíritu es igual a la de la voluntas , que
procede necesariamente de la intelligentia . Con esta doctrina del Espíritu
Santo como amor Patris et Filii . San Agustín introdujo sin duda una novedad
muy notable en la doctrina trinitaria.
La procesión del Espíritu Santo es una
de las cuestiones que San Agustín propone a estudiarse en el De Trinitate . Él
desea saber cómo el Espíritu Santo pertenece a dicha Trinidad no siendo
engendrado por el Padre, ni por el Hijo, ni por ambos a una, aunque es Espíritu
del Padre y del Hijo. La respuesta agustiniana es clara: a pesar de no ser
engendrado, el Espíritu tiene la misma sustancia divina, porque la recibe del
Padre y del Hijo como de un único principio; la recibe principaliter del Padre,
pues el Padre es el principio de divinidad y da también al Hijo -que todo lo
recibe del Padre- el espirar al Espíritu Santo. San Agustín acepta, pues, en
toda su fuerza, el axioma de que el Padre es fons et origo totius Trinitatis .
El Espíritu Santo procede como Amor y, por tanto, no es engendrado, pues lo
propio del amor no es el ser imagen, sino el ser peso, comunión, don .
C.) Analogía Trinitaria Psicológica de
San Agustín
En su empeño por penetrar en el
misterio de la Trinidad, San Agustín, con la convicción de que el hombre está
creado a imagen y semejanza de Dios, encontró estas imágenes o semejanzas
tomadas de la naturaleza y especialmente del hombre como base para explicar su
doctrina sobre la Trinidad. Su razón es muy sencilla: si Dios es esencialmente
Trinidad, en el hombre, creado a su imagen, se encontrará un vestigio de esta
trinidad en la que se realiza la unidad de Dios.
San Agustín encuentra en la mente
humana hasta tres imágenes de Trinidad, o más bien una semejanza a tres
niveles: a)mens, notitia, amor, b) memoria sui, intelligentia, voluntas c)
memoria Dei, intelligentia, amor . Las dos primeras están tomadas de la
consideración de las operaciones del alma en general; la tercera está tomada de
la consideración del alma en la contemplación de Dios.
a.) Mens, notitia, amor:
Para San Agustín, nuestro
pensamiento---nuestra alma---se ama a sí misma. Y su amor no es otra cosa que
su afirmación natural de existir. Con esto tenemos, pues, dos realidades
inseparablemente unidas: el alma y su amor. Pero este amor sería imposible si
el alma no tuviese conciencia de sí misma, es decir, si no tuviese noticia de
su propia existencia. Por otra parte, el alma que por ser espiritual es
perfectamente cognoscible no puede no conocerse a sí misma. Así, dice San
Agustín, en lo más interior del hombre, en sus operaciones inmanentes el hombre
refleja la interna unidad y distinción de las Personas divinas. Refleja, sobre
todo, la mútua inmanencia de unas Personas divinas en las otras. Con esto, la
doctrina de la circuminsessio encuentra en San Agustín a su máximo exponente.
b.) Memoria sui, intelligentia,
voluntas:
En esta analogía, San Agustín da un
paso más con respeto a la primera analogía. Para él estas tres facultades no
son como tres vidas, tres mentes y tres sustancias sino una sola vida, mente y
sustancia. Él dice que la memoria esta referida a sí misma; pero en cuanto
memoria tiene sentido relativo, y esto es lo mismo que se puede afirmar en lo
que respeta a la inteligencia y a la voluntad, pues se dominan inteligencia y
voluntad en cuanto dicen relación a algo. En sí mismas, cada una es vida, mente
y sustancia: son una misma realidad. Son tres según sus relaciones recíprocas;
y si no fueran iguales, no sólo cuando una dice relación a otra, sino cuando
incluso cada una de ellas se refiere a todas, no se comprenderían mutuamente.
Se conocen una a una, y una a todas ellas. En conclusión, puesto que todas y
cada una mutuamente se comprenden, existe igualdad entre el todo y la parte, y
las tres son unidad: una vida, una mente, una esencia.
c.) Memoria Dei, intelligentia, amor
En esta tercera analogía San Agustín estudia
el alma en relación no consigo misma, sino en su relación vital con Dios, a
cuya imagen esta hecha. Aquí la memoria significa memoria de Dios, es decir,
conciencia de ese Dios que está mas presente al alma que ella misma. El
conocimiento significa conocimiento de Dios, y el amor, amor de Dios. San
Agustín dice que esto se trata no solo de actos realizados por el alma con sus
propias fuerzas, sino principalmente de los actos realizados por el alma
elevada por la gracia de Dios. Actos con los que se une estrechísimamente a
Dios. Y es que, cuando la imagen de Dios en el alma adquiere todo su relieve es
cuando el alma se abre al conocimiento y al amor de Dios.
Según San Agustín, aunque Dios está
siempre con el hombre, el hombre no siempre está con Dios. Estar con Dios
significa acordarse de Él, conocerle, amarle; equivale a renovar en nosotros la
imagen de Dios, pues con esta memoria, esta inteligencia y esta voluntad se
participa de aquella vida con la que Dios se conoce y se ama. En efecto, si la
mente es por naturaleza es imagen de Dios Trino, su perfección y su hermosura
consistirán en acrecentar el parecido vital con Dios. Pensar en Dios, conocer a
Dios, amarlo cada día más intensamente, ese es el progreso del alma por las
rutas luminosas de la santidad.
14.3. Rasgos Centrales de la
Elaboración Sistemática Trinitaria de Santo Tomás de Aquino.
Santo Tomás de Aquino trata el misterio
de Trinidad en la Suma
Teológica[119]. Con él la estructuración del tratado De
Trinitate adquiere una gran perfección formal que lo constituye en el máximo
exponente de la estructuración escolástica y punto de referencia universal. En
visión de conjunto de su doctrina sobre la Trinidad, cabe destacar estos rasgos
centrales:
A.) Las procesiones divinas:
Según Santo Tomás, la fe nos enseña que
existen en Dios dos procesiones internas, inmanentes, y que es necesario
entender estas procesiones como procesiones espirituales, no materiales. Se
trata de dos procesiones reales, y en todas estas procesiones se encuentran
estos tres elementos: a.) el que procede (qui ); b.) aquel de quien procede ( a
quo ); c.) la relación y orden de procedencia. Para que la procesión sea real
se requiere que estos tres elementos sean reales. Santo Tomás las define en
Dios como ordo originis , es decir, como “orden puro de origen entre dos
términos realmente distintos y existentes en Dios, sin movimiento, ni prioridad
ni posterioridad, ni diversidad de naturaleza, ni composición de acto y
potencia, ni transmutación de ningún género, sucesión, ni tiempo; sin
distinción de causa y efecto, ni mezcla alguna de imperfección.”
La primera procesión es la del Verbo,
que procede del Padre, secundum emanationem intelligibilem Verbi intelligibilis
a dicente, quod manet in ipso : según la procesión espiritual del Verbo
inteligible de quien lo dice, que permanece en él. Y por esta razón, el Verbo,
concebido con toda perfección desde la eternidad por el Padre, no es distinto
de éste. Es Verbo sustancial y no accidental porque la intelección de Dios no
es accidente, sino que se identifica con su ser. Santo Tomás muestra también
que esta procesión intelectual merece el nombre de generación, porque el
viviente nace del viviente y recibe una naturaleza semejante a la del que
engendra.
La segunda procesión no es por modo de
generación, sino de espiración. Y Santo Tomás explica esta procesión por medio
de su concepto sobre el amor, diciendo que como en nosotros el amor del bien
procede del conocimiento del bien, también se da en Dios una segunda procesión,
la cual no es una generación, porque el amor, al contrario del conocimiento, no
asimila a sí mismo a su objeto, sino que tiende hacia él.
B.) Las relaciones divinas:
La relación es uno de los nueve géneros
de accidentes. Mientras que los otros accidentes afectan a la sustancia,
modificándola, la relación no se toma en orden al sujeto en que se halla, sino
en orden a un término. Ahora bien, puesto que la relación no modifica la
sustancia, el concepto de relación no incluye en sí mismo ni perfección ni
imperfección y, por lo tanto, puede darse en Dios. Santo Tomás afirma que en
Dios hay procesiones reales y hay también relaciones reales que son: las
relaciones paternidad- filiación (por generación) y las relaciones entre
espiración activa y aspiración pasiva (por amor). Estas relaciones no son
distintas de la esencia divina, pues en Dios no hay accidentes y por lo tanto
en Dios el esse in de la relación que es un accidente es de orden sustancial,
no accidental.
Santo Tomás dice también que las
relaciones divinas que están opuestos entre sí son realmente distintas en
virtud misma de esta oposición: el Padre no es Hijo, porque nadie se engendra a
sí mismo; y el Espíritu Santo no es el Padre ni el Hijo. Así, se da pues en
Dios cuatro relaciones reales: paternidad, filiación, espiración activa y
espiración pasiva. Como la espiración activa no se opone ni a la paternidad ni
a la filiación no es realmente distinta de éstas. Existen tres de estas
relaciones que son realmente distintas entre sí pero que se identifican con la
misma esencia divina. Y esto es posible, según Santo Tomás, porque si bien
algunas relaciones divinas son opuestas realmente entre sí, como la paternidad
y la filiación, son oposiciones puramente relativas. Y esta oposición entraña
en ellas solamente una distinción relativa.
C.) Las personas divinas:
Santo Tomás toma como base de la
doctrina sobre las personas divinas la definición boeciana de la persona:
rationalis naturae individua substantia. Él afirma que en Dios se realiza con
toda perfección el concepto de persona, puesto que la persona significa el modo
más perfecto de ser de la sustancia. El concepto de persona no repugna a Dios,
con tal de que este concepto de persona esté purificado de las imperfecciones
con que lo encontramos realizado en las personas creadas.
Para Santo Tomás, en Dios la persona no
significa otra cosa que la relación en cuanto subsistente . En efecto, “la
relación en Dios no es como un accidente adherido a un sujeto, sino que es la
misma esencia divina, por lo cual es subsistente, ya que la esencia divina
subsiste. Luego, por lo mismo, la deidad es Dios, la paternidad divina es Dios
Padre, que es una persona divina. Así pues, el nombre de persona designa en
Dios la relación de origen, pero considerada como subsistente. Es decir,
persona en Dios es la relación subsistente, incomunicable. Al mismo tiempo, es
únicamente por su oposición relativa por lo que las tres divinas Personas se
distinguen entre sí.
En consecuencia, también las nociones
(propiedades ) y las relaciones divinas son idénticas: las nociones no hacen
otra cosa que señalar en forma abstracta la razón que distingue unas relaciones
de otras. El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios, pero el
Padre no es el Hijo, y el Espíritu Santo no es Padre ni el Hijo y, sin embargo,
Padre, Hijo y Espíritu Santo son idénticos con la esencia divina, concebida no
sólo como una sustancia, una sola inteligencia y una sola voluntad, sino
también como un único acto de existir. A su vez, la paternidad, la filiación y
aspiración pasiva son personalidades relativas incomunicables.
D.) Las nociones y los nombres de las
Personas Divinas :
La distinción de las Personas se nos
manifiesta en los nombres que damos a cada una de ellas: Padre, Hijo y Espíritu
Santo. A estas personas las distinguimos también mediante las nociones o notas
distintas que aplicamos a las personas divinas, como paternidad, filiación,
espiración. Las nociones con las que solemos hablar de Personas divinas son
cinco: innascibilidad y paternidad referidas al Padre; espiración activa
referida al Padre y al Hijo; filiación referida al Hijo; procesión o espiración
pasiva referida al Espíritu Santo. De estas cinco, sólo cuatro son relaciones
reales, pues la innascibilidad no es una relación real; cuatro son propiedades
de una persona, pues la espiración activa es común al Hijo y al Padre. Tres son
notas personales o constitutivas de las personas.
Los nombres propios de la primera
Persona son: el Padre que responde a la relación real de paternidad. El segundo
es no engendrado o ingénito que responde al hecho de es propio del Padre el no
proceder de ninguna Persona. El tercero es principio sin principio. Los nombres
propios de la segunda Persona son: Hijo, Verbo, Imagen. He aquí, Santo Tomás
presta la idea agustiniana de que el significado de Hijo y de Verbo se
identifican, es decir, de que el Hijo es Hijo en cuanto Verbo y es Verbo en
cuanto Hijo. Y se llama Imagen para significar que es del todo semejante. De
los propios de la tercera Persona son: Espíritu Santo, Amor y Don.
14.4. La Cuestión del “Filioque” en el
pasado y en la actualidad.
La introducción del filioque en el uso
litúrgico, en su versión latina, del Símbolo Nicenoconstantinopolitano,
constituye una importante cuestión trinitaria; es además clave en el diálogo
entre la Iglesia de Occidente y la Iglesia Bizantina.
La teología latina se orientó desde sus
comienzos hacia la afirmación de que el Espíritu Santo procede del Padre y del
Hijo, ya tiempo antes de que se rompiera la comunión entre Oriente y Occidente.
Durante siglos han coexistido las dos fórmulas pacíficamente en la Iglesia: ex
Patre procedit y ex Patre Filioque procedit. Ni los orientales se extrañaron de
la fórmula occidental ni viceversa. Los caminos aparecen como divergentes pero
no incompatibles.
La cuestión del filioque se radicalizó
en los tiempos del cisma, hacia el año 867, con el Patriarca Focio. Focio
condena la inclusión del filioque en el Símbolo, y en su significado doctrinal.
Focio afirma que sólo es el Padre causa del Espíritu Santo y excluye totalmente
al Hijo. Los latinos arguyen que si no hay relación de oposición entre el Hijo
y el Espíritu Santo no se distinguirían entre sí. Los griegos en cambio fundan
la distinción de Personas en las propiedades personales y no en sus relaciones.
- Razones principales que aducen los
ortodoxos en contra del filioque :
* Las relaciones entre las Personas
manifiestan las distinciones entre ellas, pero no son la base que constituye la
distinción. Decir que el Espíritu procede del Hijo para justificar
racionalmente la distinción personal, es pretender racionalizar el
Misterio[120].
* Mediante el filioque , el Padre y el
Hijo aparecen como un principio anónimo del Espíritu Santo[121].
*Atribuir también al Hijo la procesión
del Espíritu Santo equivale a negar que el Padre es el único principio de las
Personas[122].
En el Magisterio Contemporáneo:
En el Credo del Pueblo de Dios de Pablo
VI se dice: “creemos en el Espíritu Santo, persona increada, que procede del
Padre y del Hijo, como amor sempiterno de ellos”; Pablo VI añade al filioque el
inciso como Amor sempiterno de ellos . En el Catecismo de la Iglesia Católica,
en las cuestiones referentes al Espíritu Santo (nn. 243-248), se presta
especial atención a su origen. En concreto, la Procesión del Espíritu Santo se
formula de las tres maneras en que ha venido a ser expresada a lo largo de la
historia. Se recoge en primer lugar la fórmula del Concilio de Constantinopla
sin la adición del Filioque , insistiendo en que la Iglesia reconoce al Padre
como la fuente y el origen de la divinidad (n. 245); se entra a continuación en
la explicación de la tradición latina del filioque , es decir, en el
tratamiento de su historia y de su significado doctrinal (nn. 245-246): se
indica, finalmente, la validez de la fórmula oriental según la cual el Espíritu
Santo procede del Padre por el Hijo y su convergencia con la fórmula
occidental.
B) RESUMEN
Hasta la proclamación del Símbolo
niceno-constantinopolitano del 381:
La época
prenicena: los primeros testimonios (la liturgia bautismal y la liturgia
eucarística, la profesión de fe trinitaria, la oración cristiana); Los Padres
Apostólicos; Los Apologetas; S. Ireneo y la estructura trinitaria de la
salvación; Dos grandes pensadores del siglo III (Clemente de Alejandría y
Orígenes).
Las
herejías antitrinitarias: el Monarquianismo; el Subordinacionismo arriano; los
Pneumatómacos.
De Nicea
a Constantinopla: El Concilio de Nicea y la consubstancialidad del Padre y del
Hijo: “de la ousía del Padre”; “engendrado, no creado”; “de la misma naturaleza
que el Padre”. El Símbolo Nicenoconstantinopolitano: Santo; El Señor;
Dador de vida o vivificador; Que procede del Padre; Se afirma la adorabilidad
del Espíritu junto con el Padre y el Hijo; Que habló por los profetas.
Elementos de la teología trinitaria
agustiniana:la noción de relación; la doctrina psicológica.Rasgos centrales de la elaboración
sistemática trinitaria de Santo Tomás de Aquino: las procesiones divinas; las
relaciones divinas; las personas divinas; las nociones y los nombres de las
Personas Divinas :
La cuestión del “filioque ” en el
pasado y en la actualidad: La teología latina se orientó desde sus comienzos
hacia la afirmación de que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, ya
tiempo antes de que se rompiera la comunión entre Oriente y Occidente. Durante
siglos han coexistido las dos fórmulas pacíficamente en la Iglesia: ex Patre
procedit y ex Patre Filioque procedit.
C) BIBLIOGRAFÍA
Lucas F. Mateo-Seco: Dios Uno y Trino,
Eunsa, Pamplona, 1998.
J. M. Rovira Belloso: Tratado de Dios
Uno y Trino, F. Villalobos, 82 Salamanca,1993.
TEMA 15
LA TEOLOGÍA TRINITARIA
CONTEMPORÁNEA
15.1. La Enseñanza Trinitaria del
Concilio Vaticano II.
15.2. La Enseñanza Trinitaria de Juan
Pablo II.
15.3. La Cuestión Teológica de la Relación
entre Trinidad Inmanente y Trinidad Económica.
15.4. Teología de la Cruz y Reflexión
Trinitaria.
15.5. Misterio de Trinidad y
Espiritualidad Cristiana.
A) DESARROLLO
15.1. La Enseñanza Trinitaria del
Concilio Vaticano II.
El Concilio Vaticano II se convoca como
un concilio pastoral y eclesiológico, sin intención de tratar directamente las
cuestiones trinitarias. Sin embargo, el misterio trinitario es un constante
punto de referencia en la Teología del Concilio Vaticano II. Así, aunque desde
el punto de vista estricto de la doctrina trinitaria no se intente hacer
ninguna aportación, sí se presenta una doctrina importante en torno a la
relación entre el misterio de la Trinidad y la historia de la salvación del
hombre. La Trinidad está en el centro de la doctrina cristiana. Baste recordar
el comienzo de la Constitución Lumen Gentium[123] con su grandiosa visión
de la Iglesia en la que se manifiesta el designio salvador del Padre, la
relación de la Iglesia con el misterio de la Trinidad, la descripción de la
relación entre hombre y el misterio trinitario en la Constitución Gaudium et
Spes[124], o el misterio trinitario como perspectiva en que se ha de leer la
Sagrada Escritura en Constitución Dei Verbum[125].
El Concilio Vaticano II, con su mayor
atención a la historia de salvación, desarrolla una teología trinitaria más
bien en conexión con la visión económica del misterio trinitario. Al Padre se
le atribuye el designio creador y salvador, el envío del Hijo y del Espíritu
Santo, el llamamiento a participar en la filiación del Hijo. El Padre es el
término y fin de la acción de Cristo y del Espíritu. Al Hijo se le asigna la
revelación del Padre, redención, el don del Espíritu. Al Espíritu Santo se le
asigna la santificación de la Iglesia y la de las almas, el produce la unidad
en la Iglesia, la distribución de los dones y carismas, la configuración con
Cristo.
La consideración del misterio
trinitario a la luz de las misiones divinas ha dado nuevas fuerzas a la
renovación de la pneumatología, precisamente al poner de relieve la actuación
del Espíritu en la Iglesia. Esta misma perspectiva es la más adecuada para
situar todo el misterio cristiano en un marco trinitario. La Iglesia es el
Cuerpo de Cristo animado por el Espíritu. El cristiano se hace hijo de Dios en
Cristo, por la acción del Espíritu Santo. Todo apunta hacia la estrecha
relación entre la misión del Hijo y la misión del Espíritu.
15.2. La Enseñanza Trinitaria de Juan
Pablo II.
Juan Pablo II ha prestado gran atención
al misterio trinitario. Además de las amplias catequesis durante las audiencias
los miércoles dedicadas a cada una de las divinas Personas, ha publicado una
trilogía de encíclicas trinitarias de un denso contenido teológico que son:
Redemptor hominis , Dives in misericordia y Dominum et vivificantem .
Estas encíclicas guardan entre sí una
estrechísima unidad, tanto en la temática central -Dios Padre, Dios Hijo, Dios
Espíritu Santo-, cuanto en la mente y las intenciones del Papa. Se trata de
tres documentos sucesivos, coordenados, dedicados a exponer contenidos
centrales del misterio trinitario conectándolos con los aspectos ontológicos y
económicos presentes en la revelación del misterio de Dios, es decir, sobre la
de los hombres obrada por las tres Personas Divinas.
La trilogía de las Encíclicas
trinitarias se sitúa teológicamente dentro de este contexto, en el que el
misterio de Dios y el misterio del hombre son contemplados a la par, y
penetrados racionalmente a la luz de la misericordiosa acción redentora. Y así,
el estudio sobre Dios, en su ser y en su obra, es inseparable de lo que Él
mismo ha querido mostrarnos en la donación del Hijo, es decir, en la asunción
redentora de la vida humana hasta su muerte. De acuerdo con esto, la
orientación teológica de la trilogía consiste en volver la vista hacia el
misterio de Dios para contemplar en su raíz mas profundo el misterio del
hombre.
En la primera de las Encíclicas (RH),
el acento se pone en uno de los hilos conductores: la Encarnación redentora del
Hijo.. Desde los primeros números de la RH, el hecho redentor es contemplado no
sólo como misterio revelado sino como una luminosa verdad de fe en la que está
la clave para conocer más al fondo a Dios y al hombre en sí mismo y en su mútua
relación. El Papa descubre aquí un magnífico ejemplo de cómo se unen
armónicamente el teocentrismo y el antropocentrismo, pues la apertura a Cristo,
en cuanto Redentor del mundo, revela plenamente el hombre al ismo hombre. Él
mismo encarna y personifica la misericordia de Dios hacia el hombre, de tal
forma que el misterio pascual es el culmen de la revelación del inescrutable
misterio de Dios. Así pues, puede decirse con justicia que Cristo mismo es el
hilo conductor que da peculiar unidad a esta trilogía trinitaria.
En la segunda de las encíclicas (DM),
Juan Pablo II ha mostrado el rostro compasivo del Padre que se inclina con la
fuerza del perdón sobre las heridas del mundo. Esta misericordia del Padre se
ha manifestado plenamente en la encarnación redentora del Hijo. Dice Juan Pablo
II: Cristo confiere un significado definitivo a toda la tradición
veterotestamentaria de la misericordia divina. No sólo habla de ella
explicándola con semejanzas y parábolas, sino que además y ante todo, él mismo
la encarna y personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia[126].
La encarnación del Verbo no sólo es obra de caridad de Dios, sino también
revelación suma de la misericordia divina hecha persona. Y el misterio pascual
de Jesús es la cúspide de la revelación de la misericordia divina: es la
ofrenda del Hijo al Padre misericordioso en el abrazo de la caridad del
Espíritu Santo.
Juan Pablo II escribió la tercera de la
trilogía trinitaria (DV) con la idea de que por amor, Cristo resucitado dona a
su Iglesia el Espíritu Santo. En esta encíclica el Papa trata especialmente de
la acción del Espíritu Santo en la historia de salvación de los hombres desde
la creación hasta su plenitud en el juicio final. Y esto se expresa en los
diversos pasajes concretos de la encíclica, como por ejemplos: El Espíritu es
la fuente de la vida en la historia de la humanidad[127]. También el Papa trata
sobre la obra del Espíritu Santo en el tiempo de la Iglesia, desde primer
Pentecostés hasta nuestros días.
En su pontificado se destaca
particularmente la labor teológica plasmada en el Catecismo de la Iglesia
Católica. El Catecismo desarrolla la exposición de los artículos de la fe
siguiendo el Símbolo de los Apóstoles, que se completa con el del
Nicenoconstantinopolitano. Antes que nada, advierte de la importancia que tiene
la expresión Creo en Dios, que es entendida como la afirmación de la existencia
de un único Dios. Después de esto, insiste que la confesión de la unicidad de
Dios es inseparable de la confesión de la existencia de Dios, el Catecismo
presenta los atributos divinos en base a una concepción bíblica: Dios como
único, personal, vivo, santo, misericordioso, verdad y amor[128].
El Catecismo considera brevemente las
Personas del Padre y del Hijo[129] y después, se detiene en las cuestiones
referentes al Espíritu Santo[130], prestando especial atención a su origen. En
concreto, la procesión del Espíritu Santo se formula de las tres maneras en que
ha venido a ser expresada a lo largo de la historia. Se recoge, en primer
lugar, la fórmula del Concilio de Constantinopla sin la adición del Filioque ,
insistiendo en que la Iglesia reconoce al Padre como la fuente y el origen de
la divinidad[131]; se trata a continuación en la explicación de la tradición
latina del Filioque , es decir, en el tratamiento de su historia y su
significado doctrinal[132]: se indica, finalmente, la validez de la fórmula
oriental según la cual el Espíritu Santo procede del Padre por el Hijo y su
convergencia con la fórmula occidental.
Tras esto, el Catecismo pasa a exponer
el enunciado estricto del misterio trinitario, que se expresa en tres grandes
proposiciones siguiendo el orden clásico: 1. La Trinidad es una; 2. Las
Personas divinas son realmente distintas entre sí; 3. Las Personas divinas son
relativas unas a otras[133]. Finalmente, el Catecismo dedica cuatro
números[134] a explicar que las obras ad extra son comunes a las tres
Personas y dan a conocer tanto las propiedades de las Personas divinas como su
naturaleza única, insistiendo al mismo tiempo en la relación de la vida
cristiana con el misterio trinitario.
15.3. La Cuestión Teológica de la
relación entre la Trinidad inmanente y la Trinidad económica.
Las expresiones Trinidad inmanente y
Trinidad económica tienen gran importancia en la teología trinitaria. Trinidad
inmanente se refiere a la Trinidad considerada en sí misma, y Trinidad
económica se refiere a la Trinidad en cuanto manifestada en la historia,
mediante las misiones divinas. Es decir, Trinidad inmanente se hace Trinidad
económica -se revela y se comunica al hombre- precisamente en las misiones de
las Personas. Y las misiones remiten necesariamente al origen de la Persona
enviada. Esto es así por la naturaleza misma del misterio trinitario y de la
salvación del hombre.
En efecto, la salvación del hombre
consiste en la unión personal con Dios en el diálogo de conocimiento y de amor
mantenido con cada una de las Personas divinas, en cuanto distintas. Este
diálogo no podría tener lugar si en su relación con nosotros las Personas
divinas no manifestasen aquello que es propio, es decir, lo que pertenece a su
origen. Las Personas divinas, en su actuación económica, remiten siempre a su
procedencia eterna. El Hijo remite siempre a su filiación; el Espíritu remite
siempre a su carácter de Amor y de Don. De ahí que la manifestación económica
de la Trinidad constituya una manifestación de la Trinidad Inmanente.
Karl Rahner en su interpretación sobre
la relación entre ambas, planteó un problema en su Grundaxiom, axioma
fundamental, que no coincide con la doctrina de Iglesia. El axioma tiene dos
partes: La primera, es la identificación entre La Trinidad económica y Trinidad
inmanente y esto no ofrece dificultad alguna y se afirma en la teología de las
misiones. En la segunda parte de su axioma -la identificaron entre Trinidad
inmanente y Trinidad económica- Karl Rahner dice -y a la inversa no parece
aceptable. Y aquí, la dificultad estriba no en que la Trinidad económica
refleje a la Trinidad inmanente, sino en que la refleje de tal forma que se
puede identificar con ella, es decir, la manifieste en su totalidad.
Yves Congar critica esta doctrina de
Rahner, y argumenta que la Trinidad económica revela la Trinidad inmanente,
pero no la revela en su totalidad, porque existe un límite: la encarnación
tiene sus condiciones propias, derivadas de su naturaleza de obra creada. La
argumentación es clara: las misiones, que manifiesta la Trinidad inmanente, no
la manifiesta en su totalidad. De ahí que no se puede identificar con ella. La
Trinidad económica manifiesta a la Trinidad inmanente, pero la Trinidad
inmanente no es la Trinidad económica.
W. Kasper siguiendo los argumentos de
Congar, argumenta que la axioma fundamental de Karl Rahner es ambigua y se
presta a malentendidos. El argumenta que si se aplicase el Grundaxiom como
axioma geométrico, la Trinidad inmanente estaría en peligro de disolverse en la
historia. Él propone que Trinidad inmanente no se puede identificar con
Trinidad económica, pues la Trinidad económica manifiesta a la inmanente por
medio de la kénosis, en el mundo histórico en el que cuenta la libertad del
hombre y la libertad de Dios.
15.4. Teología de la Cruz y la
Reflexión Trinitaria.
La “Theologia Crucis” en su origen, es
expresión acuñada por Lutero y es definida en contraposición a la “Theologia
Gloriae”. Lutero llama “theologia gloriae” a la teología mística y a la
teología especulativa. Esta teología es fundada en el conocimiento natural de
Dios desarrollado en la teodicea, la cual que sería provisional, desapareciendo
cuando se mostrase la Cruz. Sólo cuando se piensa a la vez en la cruz, afirma
Lutero, el conocimiento de Dios por las obras de la creación es saludable.
Lutero llama “Theologia Crucis” la
única y verdadera teología, ya que ahí se encierra el auténtico conocimiento de
Dios. En su doctrina reformadora, llama “Teología Cruz” a un quehacer enmarcado
por estos dos rasgos: incompatibilidad entre conocimiento natural y
sobrenatural por una parte, y total alteridad de Dios con respeto al mundo, por
otra. Esta alteridad conlleva, como consecuencia, que se presenta la fe tanto
mas pura cuanto mas absurda parezca al sentido común, y que se diga que la
justicia de Dios es tanto mas pura cuanto mas injusta aparezca. Eso explica que
la cruz, a la vez suplicio y trono de gloria, sea considerada por Lutero
unilateralmente como desgarramiento, y que él presente a Cristo como aplastado
por la ira del Padre hacia Él, padeciendo auténticamente, en sustitución
meramente legal, los tormentos del infierno.
La teología católica no admite el
planteamiento dualista luterano de la oposición entre la theologia crucis y la
theologia gloriae. Más bien, la revelación en la Cruz se constituye junto a la
resurrección como el momento cumbre de la revelación divina de Dios de su amor
y su misericordia. Dios ya se ha manifestado abundantemente antes de la Cruz.
Pero la muerte de Cristo en la Cruz es la síntesis y el núcleo de su mensaje.
La Cruz es el extremo al que puede llegar Dios en su amor difusivo, es la
autodefinición insuperable de Dios. La Cruz revela, junto con el amor del Padre
a los hombres, la actuación plena de la filiación divina de Jesús que, al
entregarse voluntariamente a la muerte, responde con su devoción filial al
Padre, y a la autodonación del Padre a su Hijo hecho hombre. La respuesta del
Padre a la entrega de Cristo es la resurrección en la que recibe la
glorificación que le constituye como “Señor”. Y en cuanto Señor, Cristo envía
el Espíritu Santo a los hombres, a quienes, por el mismo Espíritu, da una
participación en su propia gloria y, definitivamente, en la vida misma de Dios.
El envió del Espíritu Santo -que no se puede separar del acontecimiento de la
Cruz, muerte y resurrección de Cristo- expresa y realiza la plenitud
escatológica de la vida, de la muerte y de la resurrección de Cristo. El
Espíritu Santo es el perpetuo dador de sentido, de la verdad del misterio de
Cristo para la Iglesia.
15.5. El Misterio Trinitario y
Espiritualidad Cristiana.
Toda la vida cristiana se edifica sobre
un hecho fundamental: “Dios nos invita a responder a su donación”. Este
intercambio amoroso con la Trinidad tiene lugar ya en la tierra, pues por el
Bautismo somos hechos nueva creatura en Cristo. Se trata de una nueva vida, que
lleva en sí misma la tendencia a crecer y a desarrollarse hasta llegar a su
plenitud en la vida del cielo. La nueva vida en Cristo no es algo futuro, sino
algo ya presente y operante en el cristiano. El Espíritu habita en el alma en
estado de gracia, derramando sobre ella sus dones, y sobre todo, la caridad que
nos impulsa a gastar la vida por amor, en las tareas de cada jornada. Bajo la moción
del Espíritu Santo, la vida interior del cristiano se va edificando sobre la
realidad de su filiación divina en Cristo.
La vida cristiana exige, por eso,
docilidad al Paráclito, que es enviado a nuestros corazones para llenarnos de
caridad; exige afirmar la propia existencia en la roca de la filiación divina,
matizando todos nuestros pensamientos y obras con el espíritu filial de quienes
pueden dirigirse a Dios llamándole “Abbá” -la misma oración de Jesús-, por el
Espíritu que nos ha sido dado.
La liturgia es el modelo sobre el que
basar la piedad personal. Ahora bien, el objeto de la liturgia es la
glorificación de la Trinidad. Este fue también el centro de vida y la muerte de
Jesús: dar gloria al Padre mediante su obediencia y entrega. Inmersa en la
actuación de Cristo, la liturgia tiene estructura esencialmente trinitaria.
También la piedad de cualquier cristiano debe tener estructura trinitaria. En
la liturgia, el bautismo se administra en nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo; las oraciones se dirigen al Padre, por el Hijo, en Espíritu
Santo; los salmos se concluyen con la doxología trinitaria, que, a su vez, está
universalmente presente en la oración de la Iglesia. Todas las celebraciones de
los sacramentos y sacramentales manifiesta explícitamente que la salvación
viene de la Trinidad y culmina en la unión con la Trinidad.
La verdad trinitaria pertenece también
a la estructura más intima de todo el quehacer teológico -el teólogo dirige su
mirada hacia el Dios que se ha revelado en Cristo-, también en su dimensión
moral. Puede decirse con justicia que si la teología moral quiere ser autentica
teología, debe reflexionar sobre Dios, sobre el mundo y el hombre desde un
punto de vista muy preciso: la mútua donación personal existente entre Dios y
el hombre, que alcanza su cima en la mútua inhabitación. La moral cristiana es
la moral de hijos de Dios.
Los autores de la teología espiritual
suele concebir la inhabitación trinitaria como el fundamento de la experiencia
mística. San Juan de la Cruz piensa: la vida mística implicaría una experiencia
-oscura de la fe- de la Trinidad que inhabita en nuestros corazones. Esta
experiencia es a su vez, un anticipo del cielo.
B) RESUMEN
La Enseñanza Trinitaria del Concilio
Vaticano II: Lumen Gentium, Gaudium et Spes y la Dei Verbum.
La Enseñanza Trinitaria de Juan Pablo
II:Redemptor hominis , Dives in misericordia y Dominum et vivificantem .
La Cuestión Teológica de la Relación
entre Trinidad Inmanente y Trinidad Económica: las expresiones Trinidad inmanente
y Trinidad económica tienen gran importancia en la teología trinitaria.
Trinidad inmanente se refiere a la Trinidad considerada en sí misma, y Trinidad
económica se refiere a la Trinidad en cuanto manifestada en la historia,
mediante las misiones divinas. Es decir, Trinidad inmanente se hace Trinidad
económica -se revela y se comunica al hombre- precisamente en las misiones de
las Personas. Y las misiones remiten necesariamente al origen de la Persona
enviada. Esto es así por la naturaleza misma del misterio trinitario y de la
salvación del hombre.
Teología de la Cruz y Reflexión
Trinitaria: la teología católica no admite el planteamiento dualista luterano
de la oposición entre la theologia crucis y la theologia gloriae. Más bien, la
revelación en la Cruz se constituye junto a la resurrección como el momento
cumbre de la revelación divina de Dios de su amor y su misericordia. Dios ya se
ha manifestado abundantemente antes de la Cruz. Pero la muerte de Cristo en la
Cruz es la síntesis y el núcleo de su mensaje. La Cruz es el extremo al que
puede llegar Dios en su amor difusivo, es la autodefinición insuperable de
Dios. La Cruz revela, junto con el amor del Padre a los hombres, la actuación
plena de la filiación divina de Jesús que, al entregarse voluntariamente a la
muerte, responde con su devoción filial al Padre, y a la autodonación del Padre
a su Hijo hecho hombre.
Misterio de Trinidad y Espiritualidad
Cristiana:toda la vida cristiana se edifica sobre un hecho fundamental: “Dios
nos invita a responder a su donación”. Este intercambio amoroso con la Trinidad
tiene lugar ya en la tierra, pues por el Bautismo somos hechos nueva creatura
en Cristo. Se trata de una nueva vida, que lleva en sí misma la tendencia a
crecer y a desarrollarse hasta llegar a su plenitud en la vida del cielo.
C) BIBLIOGRAFÍA:
Lucas F. Mateo-Seco : Dios Uno y Trino,
Eunsa, Pamplona, 1998.
Antonio Aranda (de.) : Trinidad y
salvación: Estudios sobre la trilogía trinitaria de Juan Pablo II.
Cesar Izquierdo Urbina: Teología
Fundamental, Eunsa, Pamplona, 1998.
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