TEMA 21: LA HUMANIDAD DE CRISTO
21.1. Testimonio bíblico sobre la
perfección humana de Cristo.
21.2. La conciencia mesiánica de
Cristo.
21.3. La explicación teológica sobre la
perfección de la humanidad del verbo encarnado: Santidad y Gracia; ciencia;
voluntad y libertad impecables.
21.4. La coexistencia de la plenitud de
gracia y de la condición de viador.
A) DESARROLLO
21.1. Testimonio bíblico sobre la
perfección humana de Cristo.
Jesucristo, hombre como nosotros, tiene
una fisonomía humana bien concreta. Las particularidades individuales de Cristo
expresan la persona divina del Hijo de Dios, pues El ha hecho suyos los rasgos
de su propio cuerpo y alma hasta tal punto que, la fe en la verdadera
encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana.
Considerando las dos genealogías de
Cristo vemos que Jesús pertenece al pueblo elegido por ser de la estirpe
de Abraham y al mismo tiempo es miembro de la gran familia humana.
La verdad del cuerpo de Cristo está
claramente revelada en el NT, donde encontramos los relatos de la concepción de
Jesús en el seno de una mujer, de su nacimiento y desarrollo, de su vida de
hombre adulto, de su predicación y de su muerte. Cristo, además de comportarse
como hombre, dice de sí mismo dirigiéndose a los judíos: “Pero tratáis de
matarme a mí, hombre que os he dicho la verdad...”[201].
También encontramos testimonios de la
realidad material de su cuerpo: en efecto, Jesús necesita comer y beber, dormir
y reposar. Además, Cristo puso de manifiesto la verdad de su carne sufriendo la
pasión y una muerte verdaderamente humana, corporal.
En el NT, hay abundantes textos que
indican con claridad que Jesús tiene un verdadero espíritu humano -alma
espiritual-, que se manifestaba en los sentimientos humanos que tuvo:
sentimientos, por ejemplo, de indignación[202], de tristeza[203], de
alegría[204]. Esta espiritualidad humana se manifiesta también en el ejercicio
de la virtud: obediencia al Padre[205], humildad[206], etc.; y también en la
oración[207]. Jesús mismo se refiere a su alma o espíritu humano: Mi alma está
triste hasta el punto de morir[208]; Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu[209].
En cuanto al aspecto físico de Jesús,
los Evangelios no nos han llegado indicación directa alguna. Sin embargo,
indirectamente poseemos datos de los que podemos deducir su notable fortaleza
física: su largo ayuno, las grandes distancias que recorrió, el rigor de los
sufrimientos de su Pasión, etc. No hay motivo para suponer que su humanidad
fuese vigorizada por la divinidad por encima de las fuerzas naturales, aunque
esto tampoco se puede excluir de manera absoluta.
Jesús aparece en los evangelios como un
varón de gran equilibrio mental, que nunca pierde el señorío sobre sí mismo,
incluso cuando se manifiesta con ira santa o revela que su alma está triste
hasta la muerte; sus respuestas a los fariseos cuando intentan tergiversar sus
palabras, son rápidas, inteligentes, directas y, al mismo tiempo, sin engaño.
Su lenguaje adquiere con frecuencia tonos sublimes y poéticos de perenne belleza,
como en el Sermón del Monte o en las parábolas.
Como subraya el Concilio Vaticano II,
el Hijo de Dios, .
21.2. La conciencia mesiánica de Cristo
El Mesías significa el Ungido. El
título de Ungido se aplica en el AT al que va a venir, al Esperado y a quien se
le atribuye la triple dignidad de rey, profeta y sacerdote.
Los racionalistas afirman que Jesús no
tuvo conciencia de ser el Mesías o que fue creciendo en El la convicción, bajo
el influjo del Bautista, de que era el Mesías pero más tarde, ante el rechazo
de la gente, abandonó esta idea como se refleja en la agonía de Getsemaní.
Esta lectura de los evangelios hecha
por los racionalistas es incompatible con el testimonio que Jesús da de sí
mismo:
a) El manifestó públicamente que era el
Mesías esperado: en el momento solemne de la declaración a Caifás[210].
b) Jesús aceptó títulos mesiánicos: en
la conversación con la samaritana: "...Jesús le respondió: Yo
soy"[211].
c) Jesús se dio a sí mismo el título de
Mesías: "...porque vuestro Maestro es uno solo: Cristo"[212].
d) Jesús es denominado Mesías por los
primeros discípulos: "Hemos encontrado al Mesías"[213].
Cristo siguió una pedagogía de
manifestarse poco a poco para evitar falsas interpretaciones que lo confundiera
con un libertador político y nacionalista frente a la dominación del Imperio
Romano.
Los racionalistas dicen que Jesús
durante su ministerio público no afirmó de sí mismo que era Hijo de Dios; ni
siquiera intentó probar su mesianidad. Ambas cosas habrían sido creación
posterior de la fe cristiana post-pascual, que influyó en la redacción de los
evangelios: las frases puestas en boca de Jesús serían, pues, un producto de
esta mitologización.
La postura racionalista carece de
fundamento porque:
a) Jesús se asigna atributos y poderes
divinos: "...ved que aquí hay algo más que Jonás..., ved que aquí hay
algo más que Salomón..."[214].
b) Jesús se atribuye una potestad
legislativa superior a Moisés y los profetas: "Pero Yo os digo...”[215].
c)Tiene poder para perdonar los
pecados: En ningún momento dice que este poder sea delegado: Jesús, al curar al
paralítico con sólo su palabra, les hace ver a los judíos que tiene la potestad
para curar los efectos del pecado y el pecado mismo.
d) Jesús comunica ese poder a los
discípulos: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los
pecados, les son perdonados..."[216].
e) Jesús tiene el poder de juzgar a los
hombres: En la parábola de la cizaña según la cual el Hijo del Hombre,
constituido Juez de vivos y muertos, separará los buenos de los malos en el
Juicio Final.
f) Jesús exige para sí mismo el mayor
amor del mundo: "Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es
digno de mí..."[217]
g) Jesús nunca pone su filiación al
Padre en igualdad con la filiación de los demás hombres a Dios: "subo a mi
Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"[218]. Es la
conversación en la aparición a María Magdalena.
h) Jesús es el único que conoce al
Padre: "... nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo
quiera revelarlo".
i) Jesús dice de sí mismo que es Hijo
de Dios: "Por esto los judíos buscaban con más ahínco matarle, pues no
sólo quebrantaba el sábado, sino que decía que Dios era su Padre, haciéndose
igual a Dios"[219].
j) Jesús afirma su preexistencia a su
existencia terrena: :"Pues nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del
cielo, el Hijo del Hombre".
21.3. La explicación teológica sobre la
perfección de la humanidad del verbo encarnado: Santidad y Gracia; ciencia;
voluntad y libertad impecables.
La Sagrada Escritura habla con nitidez
e insistencia de la santidad de Jesucristo. El espíritu de Yahvé reposará sobre
El...[220]
Al hablar de la santidad de Jesucristo,
no nos referimos, como es obvio, a la santidad del Verbo, esencialmente santo
por ser uno con el Padre y el Espíritu Santo, sino a Jesucristo en cuanto
hombre, es decir, tratamos de la santificación de la "divinización"
de su naturaleza humana. Nos preguntamos, pues, cómo la santidad de Dios se
comunica a la naturaleza humana de Jesús, unida al Verbo en unidad de persona. En
Cristología se habla de que existe en Cristo una triple gracia: la gracia de
unión —es decir, la unión hipostática considerada en su aspecto de don o gracia
otorgada a la humanidad de Jesús—, la gracia habitual —la gracia que llamamos
santificante—, y la gracia capital, es decir, la gracia de Cristo posee en
cuanto cabeza de la humanidad.
La naturaleza humana de Cristo ha sido
elevada por la unión hipostática —la gracia de unión— a la mayor unión con la
divinidad —con la Persona del Verbo— a que puede ser elevado ser alguno. La
gracia de unión es el mayor don que la naturaleza humana de Cristo ha podido
recibir, es una gracia infinita con la misma infinitud del Verbo con el que
queda ontológicamente unida su naturaleza humana. Por esta unión, el hombre Jesús
—la naturaleza humana de Jesús hipostasiada en el Verbo—, al ser persona
en y por el Verbo, no recibe una filiación adoptiva, sino que es el Hijo
natural del Padre.
Hay divergencia entre tomistas y
escotistas respecto a la gracia de unión
Tomistas (Durando)
Escotistas
La humanidad de Cristo es santificada
por la gracia de unión no sólo radicaliter, sino también formaliter. Esto
equivale a afirmar que la gracia de unión otorga por sí sola la impecabilidad a
Cristo. En efecto, si la santidad es la unión con Dios sin mancha de pecado,
esta indisoluble unión con Dios se da ya en Cristo por la gracia de unión.
La unión hipostática santifica a la
humanidad del Señor sólo en el sentido de que es el fundamento, la fuente y la
raíz (radicaliter) de la gracia habitual de Cristo, de forma que exige
que se le otorgue este don. Es decir, la gracia de unión no santificaría
formalmente (formaliter) a Cristo, sino sólo fontalmente, en cuanto exigiría la
gracia habitual.
La santidad comporta:
Santidad en el hombre
Santidad en Cristo
1) Participación en la naturaleza
divina.
2) La filiación divina, por la que el
justo es constituido en hijo adoptivo por el Hijo, gracias a la unión
hipostática.
3) Ser grato a Dios.
1) Participación que no puede ser mayor
que el de la unión en unidad de persona.
2) Cristo es Hijo natural
3) La humanidad de Cristo es plenamente
grata a Dios por ser la humanidad del Hijo.
De aquí se sigue que sea lógico afirmar
que la gracia de unión santifica a Cristo propiamente, es decir, formaliter, y
no sólo fontalmente.
Por otra parte, Cristo tuvo todas las
virtudes en la forma conveniente a su perfección de Hijo y a su misión de
Redentor.
Las virtudes que son exclusivas del
status viatoris, como la fe y la esperanza, o las que incluyen en sí una
imperfección, como la virtud de la penitencia, no están formalmente en Cristo,
pero lo que tienen de perfección se encuentra en El asumido en una perfección
superior.
Se dan en Cristo en forma excelsa todos
los dones y los frutos del Espíritu Santo y llevan a su última perfección las
virtudes uniéndolas en la unidad superior de la suma perfección “estaba lleno
del Espíritu Santo y que fue conducido al desierto”[221].
También estuvieron en Cristo todas las
gracias gratis datae y todos los carismas, porque de la plenitud de gracia de
Cristo se reciben todas las gracias.
Cristo tuvo plenitud intensiva de
gracia (habitual), es decir, en cuanto a su perfección, y plenitud extensiva,
es decir, en cuanto a los dones y gracias a que se extiende por su unión con el
Verbo y por su misión de Cabeza de la humanidad.
La gracia conferida a Cristo no es
infinita en razón al ser creatural; sí se puede decir, en cambio, que es
infinita, si se considera como tal gracia, pues la posee "sin restricción
alguna".
Cristo posee gracia (habitual)
infinita, desde el primer momento de su concepción, por su unión en unidad de
persona con el Verbo y su capitalidad sobre el género humano. Esta afirmación,
a su vez, implica estas otras dos: a) que Cristo poseyó desde el primer instante
de su concepción la visión beatífica —el grado más excelso de gracia—; b) que
Cristo no pudo crecer en gracia a lo largo de su vida, pues no parece lógico
que camine hacia Dios, quien ya es Dios.
En Cristo existen dos naturalezas
perfectas, la divina y la humana y, en consecuencia, dos operaciones, dos modos
de conocer: uno divino y otro humano.
El acto de conocer del Verbo en cuanto
Verbo es común a las Tres Divinas Personas, esta es la ciencia increada.
El conocimiento humano en Cristo es
patente en todo el NT. En Cristo existe una inteligencia humana,
correspondiente al alma racional que posee. Esta inteligencia, a su vez, no
está despojada de la actividad que le es propia: los actos humanos de entender,
como ya el Concilio III de Constantinopla condenó las tesis de Apolinar de
Laodicea por negar que Cristo tuviese alma intelectual y sus respectivas
operaciones intelectuales.
Los teólogos se preguntan si Cristo,
gozó de los tres modos de conocimiento en su caminar terreno: a los que, al
menos con capacidad obediencial, está abierta la inteligencia humana.
Por ciencia adquirida aquellos
conocimientos que el hombre adquiere por sus propias fuerzas, a partir de sus
sentidos; “crecía en sabiduría, edad y gracia”[222]. Este conocimiento es
consecuencia del realismo con que se acepta la Encarnación del Verbo. La
experiencia de que Cristo disponía era, obviamente, limitada y acorde con su
época y lugar.
La ciencia de visión, aquella
contemplación intuitiva de la esencia divina que poseen los bienaventurados. El
NT habla de que El Hijo ha visto al Padre, da testimonio del Padre[223].
En el sentido estricto: testifica de lo que ha visto. Al mismo tiempo no aparece
nunca como un creyente, como aquel que procede por la oscuridad de la fe, sino
como quien ve la intimidad divina.
La afirmación de la existencia de la
ciencia de visión en Cristo ha sido posición casi unánime de los teólogos desde
el medioevo hasta la época del Concilio Vaticano II, basada no en un texto
determinado del NT, sino en el conjunto de los datos bíblicos y patrísticos.
Conveniencias de la Ciencia visión
Dificultades teológicas
• por la perfección en la naturaleza
humana de Cristo, y por su capitalidad.
• La absoluta seguridad con que Cristo
testifica de la existencia de Dios y de la intimidad divina.
• nos obliga a admitir que fue al mismo
tiempo viador y comprehensor. Esto parece en sí mismo contradictorio, pues se
dice con ello que Jesús estuvo al mismo tiempo en el camino y en la meta.
• por el carácter de su Mediación,
siendo la visión beatífica el culmen de esta unión.
• parece que implicaría negar la
realidad de su conocimiento adquirido.
• La plenitud de santidad y gracia que
es la suprema unión del alma con Dios implica la ciencia de visión
• la suprema felicidad, que parece
incompatible con el sumo dolor experimentado por Cristo en su muerte.
Se llama ciencia infusa aquel
conocimiento que no se adquiere directamente por el trabajo de la razón, sino
que es infundido directamente por Dios en la inteligencia humana. Era
conveniente que Cristo gozara de ciencia de visión por el principio de
perfección con que acceden al estudio de la ciencia humana de Cristo: puesto
que la inteligencia humana de Cristo era capaz de recibir la ciencia infusa,
debía recibir esta ciencia.
Aparecen textos del NT en que se habla
de un conocimiento sobrenatural de Cristo, conocimiento que puede atribuirse al
don profético de Jesús, conocimiento de cosas que Jesús no podía conocer por
los recursos ordinarios de su ciencia adquirida, como por ejemplo, el
conocimiento que muestra de los corazones (Natanael, samaritana, certeza que
Lázaro ha muerto, predice la negación de Pedro, anuncia su muerte y
resurrección...). La absoluta certeza y autoridad con que habla, el hecho de
que la fuente de su conocimiento en estas ocasiones trasciende el usual origen
del conocimiento humano.
A esta razón ha de añadirse que Cristo
es Cabeza de los hombres y los ángeles, y parece conveniente que estén en la
Cabeza todas las gracias que serán otorgadas a sus miembros.
La mayor parte de los teólogos afirman
como perteneciente a la fe no sólo que Cristo no se equivocó, sino que era
infalible; que por la unión hipostática era metafísicamente imposible que
errase.
Con respecto a la ignorancia en Cristo
en torno al día del juicio, algunos Padres lo entienden no porque de hecho lo
ignorase, sino porque ni quería ni podía revelarlo.
Es necesario distinguir entre: Error es
considerar falso lo que es verdadero y viceversa; ignorancia es desconocer algo
que debe conocerse, es la carencia de una perfección debida; nesciencia es
desconocer algo que no tiene por qué saberse. En este sentido, ni el error ni
la ignorancia pueden darse en Cristo. Irían contra la dignidad de su Persona y
contra la misma Providencia divina, al no dotar a la naturaleza humana de
Cristo de lo conveniente para desempeñar su misión de Maestro. Sí se da, en
cambio, la nesciencia pues, su mente no era omnisciente.
Existe en Cristo una doble voluntad: la
voluntad divina y la voluntad humana, correspondientes a las dos naturalezas
—la divina y la humana— que se encuentran perfectas en Cristo.
Nadie ha negado la existencia en el
Verbo de una voluntad divina común con el Padre y el Espíritu Santo. Sí se ha
negado, en cambio, la existencia de auténtica voluntad humana, y de un
verdadero acto de querer: Apolinar de Laodicea; Eutiques y los monofisitas;
Nestorio; los monoteletas, Sergio de Constantinopla y Macario de Antioquía.
El Concilio III de Constantinopla (año
680-681), condenó el monotelismo y definió solemnemente que "se dan en El
(Cristo) dos voluntades naturales y dos operaciones naturales sin división, sin
cambio, sin separación, sin confusión; y las dos voluntades naturales no están
opuestas una a la otra (...) al contrario, la voluntad humana no resiste ni es
reacia a la omnipotente voluntad divina, sino que le está sujeta".
Nuestro Señor ora en el Huerto
diciendo: No se cumpla mi voluntad, sino la tuya[224]. En estas palabras pone
de relieve no sólo que tiene una voluntad humana distinta de la del Padre, sino
que esta voluntad tiene una tendencia que es contraria al cumplimiento del
mandato recibido y, en consecuencia, que, para cumplir la voluntad del Padre
debe vencer la resistencia de su voluntad humana.
En el querer humano de Cristo —como en
el de todo hombre— existe un aspecto llamado voluntas ut natura, consistente en
la inclinación que la voluntad tiene por su propia naturaleza para elegir lo
que es bueno para el sujeto y rechazar lo que es malo a la naturaleza de ese
sujeto. Por esta razón, como es obvio, la voluntad de Cristo —ut natura—,
rechazaba lo que era contrario a su naturaleza humana, como los padecimientos y
la muerte.
En cambio, la voluntas ut ratio
significa el querer en cuanto elección dirigida por la razón, y, en este
sentido, la voluntad puede elegir incluso lo que es contrario al sujeto —como
tolerar los tormentos y la muerte— si esto es conveniente una razón superior.
En el Señor, la voluntas ut natura y la
sensibilidad disentían a veces de la voluntad divina, pero eran enteramente
sometidas a ella por la voluntas ut ratio. Era voluntad de Dios que Cristo
padeciese la Pasión y la Muerte; no las quería Dios por sí mismas, sino en
orden a un fin: la salvación de los hombres.
En Cristo no se dio, por tanto, ninguna
contrariedad de voluntades, porque la voluntas ut natura rechazaba la
muerte como algo nocivo a la naturaleza humana, mientras que la voluntas ut
ratio y la voluntad divina la querían por una razón distinta, la
salvación de los hombres. Y no sólo no había oposición, sino que también los
mismos movimientos de su sensibilidad y de su voluntas ut natura que rehuían la
muerte y el dolor, eran queridos por Cristo con su voluntas ut ratio y
estaban perfectamente sometidos por ella a la Voluntad divina.
Es de fe que Cristo tuvo libertad
humana y libre albedrío. La libertad pertenece a la integridad de la naturaleza
humana, pues a la existencia de inteligencia y de la voluntad sigue
necesariamente la capacidad de elegir.
La libertad humana en Cristo se muestra
en aquellos lugares en los que se afirma que Jesús es hombre perfecto y en los
que se dice que Cristo obedeció a su Padre o que mereció por nosotros. Sin
auténtica libertad es imposible obedecer y merecer.
Consecuencia de la unión hipostática,
de la santidad sustancial y de la infinitud de gracia habitual es la afirmación
unánime en torno a la ausencia de pecado en Cristo —la impecancia— y a su
incapacidad de pecar, su impecabilidad.
La Sagrada Escritura afirma
explícitamente que Cristo no cometió pecado. “El es el Cordero inmaculado que
quita el pecado del mundo”[225].
He aquí algunas de las principales
razones: 1) Las personas son las que responden de las acciones realizadas a
través de su propia naturaleza; si Cristo hubiese cometido pecado, sería la
Persona del Verbo la que habría pecado a través de su naturaleza humana. 2) La
santidad infinita de Cristo es incompatible con cualquier sombra de pecado. 3)
Su misión de Redentor era contraria a que Cristo cometiese pecado.
¿Cómo se conjugan en Cristo libertad
humana e impecabilidad? Si Cristo era impecable, ¿cómo podía desobedecer? Y si
obedecía sin poder desobedecer, ¿cómo se puede decir que fuese libre en su
muerte?
Nos centraremos en la solución
tomistas, Salmanticenses y Belarmino: Cristo tuvo verdadero precepto de morir,
que obedeció con libertad impecable, es decir, era al mismo tiempo libre aunque
no podía desobedecer. Esto parece concordar con el texto de “Cristo se hizo
obediente hasta la muerte de cruz y, por esta razón, Dios lo exaltó y le dio un
nombre sobre todo nombre” que habla de la obediencia de Cristo que sitúa en la
obediencia de Cristo la razón de que fuese grato a Dios su sacrificio:
Como considera Santo Tomás “el pecado
no pertenece a la naturaleza humana, sino que ha sido introducido en el hombre
contra esta naturaleza... el pecar, ni perfecciona la libertad, ni es conforme
a la naturaleza de la libertad, aunque muestra que el hombre tiene libertad”.
La esencia de la libertad está en el
modo de querer : en querer sin que la voluntad sea movida más que por sí misma.
La voluntad es libre porque es causa de su propio acto, porque no es movida
necesariamente ni por la inteligencia ni por ningún otro factor interno o
externo. Siendo el bien el objeto propio de la voluntad, no hay contradicción
entre ser libre y no poder elegir el mal: lo que hay es, precisamente,
perfección de la libertad.
Voluntad y libertad impecables de
Cristo
Consecuencia de la unión hipostática,
de la santidad sustancial y de la infinitud de gracia habitual es la afirmación
unánime en torno a la ausencia de pecado en Cristo y a su incapacidad de pecar.
La Sagrada Escritura afirma
explícitamente que Cristo no cometió pecado (cfr. Jn 8,46; 1 Pe 1,19; Heb 4,5).
Dada la unanimidad existente en esta cuestión, las intervenciones del
Magisterio son muy escasas. La ausencia de pecado en
Cristo, se entiende a la
luz de tres realidades fundamentales:
• la unión hipostática: las personas
son las que responden de las acciones realizadas a través de su propia
naturaleza y, si Cristo hubiese cometido pecado, sería la Persona del Verbo la
que habría pecado a través de su naturaleza humana.
• la santidad de Cristo que es
incompatible con cualquier sombra de pecado.
• su misión de Redentor que como
sacerdote santo que no necesita ofrecer víctimas y sacrificios por sí mismo,
sino sólo por sus hermanos, no hubiese sido modelo perfecto si hubiese habido
pecado en El.
La impecabilidad de Cristo se puede
explicar de diversas formas:
a)Pedro
Lombardo, San Buenaventura, Santo Tomás y Suárez. La impecabilidad le viene a
Cristo por la misma unión hipostática. Las personas son las que responden de
sus acciones. Decir, pues, que Cristo podría pecar equivale a afirmar que Dios
podría pecar, cosa imposible.
b)Escoto
entiende que Cristo es impecable en razón de la providencia divina y de la
visión beatífica. Cristo sería impecable por una gracia exterior.
Afirmar la impecabilidad de Cristo
lleva inevitablemente a plantearse la cuestión de su libertad. ¿Cómo puede
decirse que Cristo era absolutamente impecable en razón de su propia Persona y
al mismo tiempo poseía una auténtica libertad humana? Pertenece a la fe que
Cristo fue libre, ya que sin ella no hubiese podido obedecer especialmente en
el momento de la muerte. Se han dado diversas posibles soluciones a esta cuestión:
• Cristo no tuvo visión beatífica o al
menos le fue suspendida durante el tiempo de la Pasión, o bien esa visión
beatífica no hacía al alma de Cristo intrínsecamente impecable y, por tanto, no
le quitaba la libertad (escotistas).
• Cristo no tuvo un estricto precepto
de morir, sino sólo un consejo que fue libre de seguir o no (Franzelin).
• Cristo tuvo verdadero precepto de
morir, pero era libre a la hora de elegir las circunstancias de su muerte
(Lugo, Vázquez).
• Cristo tuvo verdadero precepto de morir,
que obedeció con libertad impecable (tomistas, Salmanticenses, Belarmino).
Esta última posición parece concordar
mejor con la enseñanza de la Escritura. Cristo fue libre e impecable a la hora
de cumplir los preceptos divinos y la misma ley natural a lo largo de su
caminar terreno. Santo Tomás lo explica diciendo que el pecado no pertenece a
la naturaleza humana, sino que ha sido introducido en el hombre contra esta
naturaleza. El pecar, ni perfecciona la libertad, ni es conforme a la
naturaleza de la libertad, aunque muestra que el hombre tiene libertad. La
libertad se manifiesta en la elección, pero el elegir en cuanto tal no es
esencial en el acto libre, y menos aún el elegir entre el bien y el mal. La
esencia de la libertad está en el modo de querer: en querer sin que la voluntad
sea movida más que por sí misma. La voluntad es libre porque es causa de su
propio acto, porque no es movida necesariamente ni por la inteligencia ni por
ningún otro factor interno o externo. Siendo el bien el objeto propio de la
voluntad, no hay contradicción entre ser libre y no poder elegir el mal: lo que
hay es, precisamente, perfección de la libertad.
21.4. La coexistencia de la plenitud de
gracia y de la condición de viador
Por otra parte, negarle a Cristo este
crecimiento parece equivalente a ignorar su verdadera condición humana como
parece indicar Lc 2, 52: Jesús crecía... Conviene recordar que Cristo es
perfecto hombre, pero no es un vulgaris homo, sino un hombre que, al mismo
tiempo, es Dios. De ahí que pedir una total equivalencia entre Jesús y los
demás hombres es sencillamente imposible.
Es necesario subrayar la veracidad del
caminar terreno del Señor por ser la razón como el Señor puede redimirnos. En
efecto, si ya lo sabe todo por ciencia de visión, "El alma de
Cristo—escribe Santo Tomás—, antes de su Pasión, gozaba plenamente de la visión
de Dios y, por tanto, poseía la bienaventuranza propia del alma. Mas fuera de
éste, le faltaban los demás elementos que integran la bienaventuranza, pues su
alma era pasible, y su cuerpo pasible y mortal (...). Por consiguiente, en
cuanto poseía la bienaventuranza propia del alma, era bienaventurado; y en
cuanto tendía a aquellos elementos de la bienaventuranza que aún le faltaban,
era a la vez viador".
Pero, ¿cómo es posible que la gloria
del Verbo no redundase en toda la Humanidad de Jesús desde el primer momento de
la Encarnación? La respuesta de Santo Tomás es que, mientras Cristo era viador,
la gloria de lo más profundo del alma dispensativa no redundaba en la parte
inferior del alma ni en el cuerpo. Nos encontramos aquí ante un gran misterio.
Esta solución mantiene los dos términos del problema: el gozo y el dolor de la
Humanidad del Señor durante su caminar terreno. La coexistencia de ambos
extremos parece deducirse claramente de lo dicho en los evangelios.
Parecida solución encuentra la
coexistencia en Cristo del conocimiento definitivo de la ciencia de visión con
el conocimiento progrediente propio de la ciencia adquirida, pues mientras que
el conocimiento natural se adquiere a través de los sentidos por imágenes, la
ciencia de visión es sin imágenes, por comunicación inmediata de la Divinidad
al alma, haciéndole conocer de una forma que excede absolutamente el modo
propio del conocimiento humano. Se trata de dos conocimientos de niveles y
características bien distintas que, por ello, coexisten sin contradecirse y sin
anularse el uno al otro.
B) RESUMEN
1.- Testimonio bíblico sobre la
perfección humana de Cristo.
Jesucristo, como reflejan las dos
genealogías de Mateo y Lucas, pertenece al pueblo de Israel y, al mismo tiempo,
es miembro de la gran familia humana. Jesús es hombre como nosotros, que como
subraya CVII: La verdad del cuerpo de Cristo está
revelado en el NT como muestra los relatos de su concepción, nacimiento,
crecimiento y muerte. Jesús necesita comer y beber, dormir y reposar. Podemos
deducir que poseía una notable fortaleza física que pudo soportar el rigor de
la Pasión.
En el NT es patente que Jesús tenía un
verdadero espíritu humano con se refleja en los sentimientos de indignación,
tristeza, alegría... Jesús fue un varón de gran equilibrio mental.
2.- La conciencia mesiánica de Cristo.
Jesús tuvo conciencia mesiánica y así
lo manifiesta los evangelios en distintos momentos: en la solemne y pública
declaración a Caifás, aceptando el título de Mesías en la conversación con la
samaritana, dándose a sí mismo el título de Mesías o aceptándolo como así lo
denominaron los primeros discípulos...
Los evangelios testimonia que Jesús se
asigna atributos y poderes divinos, se atribuye una potestad legislativa
superior a Moisés y los profetas, tiene poder para perdonar los pecados y
comunica ese poder a los discípulos, tiene poder de juzgar a los hombres, exige
para sí mismo el mayor amor del mundo, Él es el único que conoce al Padre, dice
de sí mismo que es Hijo de Dios y afirma su preexistencia a su existencia
terrena.
3.- La explicación teológica sobre la
perfección de la humanidad del verbo encarnado: Santidad y Gracia; ciencia;
voluntad y libertad impecables.
En Cristología se habla de que existe
en Cristo una triple gracia: la gracia de unión —la unión hipostática
considerada en su aspecto de don o gracia otorgada a la humanidad de Jesús—, la
gracia habitual —la gracia que llamamos santificante—, y la gracia capital, es
decir, la gracia que Cristo posee en cuanto cabeza de la humanidad. Además en
Cristo se dan en plenitud intensiva y extensiva todos los dones y frutos del
Espíritu Santo, además de todos los carismas.
Jesucristo gozó de tres modos de
conocimiento en su caminar terreno: ciencia adquirida —aquellos conocimientos
que el hombre adquiere por sus propias fuerzas— como consecuencia de la
verdadera inteligencia humana de Cristo; ciencia de visión —aquella
contemplación intuitiva de la esencia divina que poseen los bienaventurados—
pues Jesús testifica de lo que ha visto al Padre; ciencia infusa aquel
conocimiento infundido por Dios directamente en la inteligencia humana. Por
otra parte, Cristo era infalible por la unión hipostática.
En la voluntad humana de Cristo hay dos
aspectos: voluntas ut natura y voluntas ut ratio sin haber ninguna contrariedad
porque la primera se subordina a la segunda. La libertad humana de Cristo
muestra que era perfecto hombre y podía obedecer.
4.- La coexistencia de la plenitud de gracia
y de la condición de viador.
Cristo poseía la bienaventuranza propia
del alma, era bienaventurado; y en cuanto tendía a aquellos elementos de la
bienaventuranza que aún le faltaban, era a la vez viador".
C) BIBLIOGRAFÍA
TEMA 22: CRISTO REDENTOR
22.1. La triple función redentora de
Cristo: Profeta, Sacerdote, Rey.
22.2. Valor salvífico de todos los
misterios de la vida, muerte y glorificación de Jesús.
22.3. El misterio pascual: muerte,
resurrección y ascensión de Jesucristo.
22.4. El modo de la redención:
satisfacción, mérito y eficiencia.
22.5. Frutos de la redención:
liberación y reconciliación.
A) DESARROLLO
22.1. La triple función redentora de
Cristo: Profeta, Sacerdote, Rey.
“Hay un solo Dios, y también un solo
mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús”[226]. Cristo es
hombre y Dios, por eso puede ser mediador entre ambos. El fundamento de su
mediación es la unión hipostática.
Los llamados tria munera son los
aspectos fundamentales que se pueden considerar implícitamente en estas
palabras de Cristo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”[227]. Se trata de
las funciones pastoral (o real), profética (o magisterial) y sacerdotal. Estas
tres funciones no son independientes, sino como ramas de un mismo tronco: la
Encarnación.
a) Cristo, Profeta y Maestro
Cristo es la plenitud de la revelación
de Dios. En los relatos evangélicos apreciamos que Cristo enseña y profetiza de
manera excelsa: por su ciencia, autoridad y modo de enseñar se muestra como el
único Profeta y Maestro.
Cristo Profeta anuncia el Evangelio, la
Buena Nueva, del Reino de Dios. Es enviado por el Padre para llevar a los
hombres la Palabra de Dios. El carácter supremo y definitivo de las enseñanzas
de Jesús se fundamenta en su condición de Dios-Hombre, por la que sus palabras
humanas son, en sentido pleno, palabras humanas de Dios. Jesús, al mismo
tiempo, es el Maestro que enseña y la Verdad enseñada.
b) Jesucristo, sacerdote de la Nueva
Alianza.
La Sagrada Escritura recoge abundantes
testimonios del carácter sacerdotal del Mesías: "Tu es sacerdos in
aeternum..."[228]; la Carta a los Hebreos presenta a Cristo como el
Gran Sacerdote de la Nueva Alianza.
b.1) El
Mesías, sacerdote y rey
Es sobre todo en su cualidad de
sacerdote como Jesús aparece sentado a la diestra del Padre. Se trata, pues, de
un reinado sacerdotal y de un sacerdocio regio. La salvación del pueblo
mediante los sufrimientos del Mesías incluye la afirmación de que su muerte es
redentora, en el sentido preciso de que es sacrificio. La alianza implica un
sacrificio y, por tanto, un mediador con funciones sacerdotales. El sacerdocio
de Cristo es único y supera todo otro sacrificio.
b.2) La
noción de sacerdote. Sacerdote según el orden de Melquisedec
Se aplica esta expresión a Cristo por
tres razones: 1ª) Melquisedec significa “rey de justicia”; es rey de Salem, que
significa rey de paz. 2ª) Por ser sin padre, sin madre, sin genealogía se
asemeja al Hijo de Dios, que no tiene principio ni fin. 3ª) Porque recibió de
Abraham los diezmos, señal de su superioridad. Como se ha solido interpretar en
la figura de Melquisedec, es esencial al sacerdote el pertenecer a la familia
humana y el haber sido elegido y constituido por Dios para hacer ofrendas y sacrificios
por los pecados. En Cristo se cumplen plenamente estos requisitos: verdadera
humanidad, vocación divina, consagración, relación al sacrificio.
b.3)
Sacerdote y víctima
Una de las razones en que se apoya la
afirmación del sacerdocio de Cristo es el carácter sacrificial que tuvo su
muerte. Este sacrificio, al mismo tiempo, viene descrito como muy superior a
todos los sacrificios antiguos. Éstos eran sólo su figura y recibían su valor
precisamente de su ordenación a él. El valor de este sacrificio es superior a
todos, no sólo por el sacerdote que lo ofrece, sino por la víctima ofrecida —de
valor infinito—; también por la perfección con que se unen, en un mismo sujeto,
el sacerdote que ofrece y la víctima ofrecida.
b.4)
Unidad y eternidad del sacerdocio de Cristo
Todo otro sacerdocio -el sacerdocio de
la Nueva Alianza- no es más que participación en ese único sacerdocio de
Jesucristo. Esto tiene lugar tanto en el sacerdocio de los fieles y como en el
sacerdocio ministerial. El sacrificio ofrecido por Cristo en la cruz tuvo lugar
una sola vez.
Se dice que el sacerdocio de Cristo es,
además, eterno porque sus efectos -la glorificación de Dios y la salvación de
los hombres- alcanzan a toda la historia y durarán para siempre. Cristo sigue
ejerciendo eternamente su sacerdocio.b.5)
Cristo, sacerdote en su humanidad. El Constitutivo esencial de su sacerdocio
La mediación (ascendente y descendente)
se da en Jesucristo precisamente por su humanidad, en cuanto unida
hipostáticamente al Verbo. Por una parte, sacrificar y orar son actos del
hombre, no de Dios; por otra, el valor infinito de esta mediación le viene a la
humanidad de Cristo de su unión, en unidad de persona, con el Verbo.
El constitutivo formal del sacerdocio
de Cristo es la unión hipostática, en cuanto que por ella su humanidad ha sido
constituida en humanidad de Dios y, por tanto, en mediación perfecta entre Dios
y los hombres (este matiz es importante).
La totalidad del misterio y de la obra
de Cristo es sacerdotal, porque Él es substancialmente sacerdote.
c) Cristo Rey y Pastor
Afirmar que Cristo es Rey no es una
metáfora ni la simple atribución de un título de honor. La realeza de Cristo es
una realidad radicada en su condición de Dios-Hombre y se fundamenta en la
unión hipostática. El Reino de Cristo no es de este mundo sino un reino
esencialmente espiritual, interior al hombre.
Cristo es también Juez, Legislador, y
Señor, pero no se puede entender este poder de juzgar al margen de la voluntad
salvífica de Dios. Ser Rey es, en Cristo Jesús, lo mismo que ser Salvador:
estar bajo el reino de Cristo es ser salvo, mientras que rechazar su reino es
rechazar la salvación.
El Reino de Cristo es universal; puede
decirse que abraza todo lo creado. Sin embargo este reino se instaura poco a poco:
tiene su inicio en la encarnación y sólo al fin de la historia alcanzará su
plenitud.
22.2. Valor salvífico de todos los
misterios de la vida, muerte y glorificación de Jesús.
Santo Tomás expone esta doctrina
basándose en la perfección de la naturaleza humana de Cristo y la unión
hipostática. Haber merecido la salvación desde el primer acto no hace inútiles
los demás, ni hace que sus méritos le sean más debidos por más razones. Hay una
relación causal entre los misterios de la vida de Cristo y los frutos de
salvación para los hombres.
Toda acción humana de Jesús,
considerada en sí misma, podía ser suficiente para salvar a todo el género
humano, por ser acción del Dios-Hombre, mediador perfecto entre Dios y los
hombres. Pero la voluntad divina fue que la redención se operase a través de la
muerte y glorificación de Cristo.
a) La Encarnación
La encarnación trae ya consigo el
comienzo de la salvación. Al encarnarse, el Verbo toma sobre sí a todo el
género humano; en cierto sentido, se une a todo hombre.
Los años de la vida oculta de Cristo no
son una simple preparación para su ministerio público sino auténticos actos
redentores. El Verbo eterno, sumiendo no sólo la naturaleza humana, sino
también una vida ordinaria, ha redimido y santificado todas las realidades
nobles de las que está entretejida la vida común los hombres.
b) La vida pública
Es aún más fácil captar el valor
salvífico de la vida pública de Jesús: en su predicación anuncia el reino de
Dios, llama a la conversión y libra las conciencias del error; sus milagros
eran -ya en sí mismos- presencia del reino, confirmaban su mensaje de salvación
y reforzaban la fe de los discípulos. Esta eficacia de redención se manifiesta
con gran claridad, sobre todo cuando Cristo perdona los pecados y expulsa los
demonios.
c) Pasión y muerte de Jesús
La muerte de Cristo no fue uno de los
posibles términos de su vida terrena, sino la meta terrena prevista que
consumaba su acción redentora, querida por Dios y querida también por la
voluntad humana de Jesús.
La pasión de Jesús es, antes que nada,
iniciativa del Padre. No sólo lo era su misión sino también su fidelidad hasta
la muerte. Esta iniciativa del Padre es un verdadero mandato. Por eso Jesús
habla de obediencia al Padre a la hora de aceptar la cruz. Al obedecer, Jesús
actúa con total libertad: nadie le quita la vida, sino que Él es quien la
entrega.
Aunque el Padre no quería con voluntad
positiva y directa la muerte de Cristo -Dios no puede querer la injusticia- es
cierto que lo “entrega” al destino de morir abandonándolo en medio de las
fuerzas del mal.
d) Glorificación de Jesús
Esta exaltación comporta la
resurrección de entre los muertos, su ascensión a la diestra del Padre y el
envío del Espíritu Santo. No es algo que simplemente aconteció a Cristo una vez
cumplida nuestra redención, sino que esta glorificación es parte integrante de
la obra redentora. El alma de Cristo, unida secundum Personam al Verbo, recibe
ya plenamente la gloria que se deriva de la visión beatífica inmediatamente
después de la muerte -en el descenso a los infiernos-; aunque la completa
glorificación de Cristo tiene lugar mediante la resurrección y ascensión a los
cielos.
22.3. El misterio pascual: muerte,
resurrección y ascensión de Jesucristo.
La muerte de Cristo era la meta
prevista que consumaba su acción redentora. La iniciativa es del Padre. Cristo
es la donación de Dios a la humanidad. Es muerte por separación del alma y del
cuerpo -la manera de morir propia de la naturaleza humana-. Así se muestra, una
vez más, la realidad de la naturaleza asumida. Pero alma y cuerpo permanecen
unidos a la divinidad por la indisolubilidad de la unión hipostática. En la
separación alma-cuerpo no se ve afectada la persona del Verbo, sino sólo su
naturaleza humana. El cuerpo, que ue sepultado, no sufrió corrupción; y su alma
descendió a los infiernos, mostrando verdaderamente la muerte de Cristo -su
soberanía sobre la vida y la muerte- y liberando a los justos.
La fe en Jesús como Señor está en
dependencia del acontecimiento supremo en que se manifiesta: la resurrección
-”¡El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón!”[229]-. Ésta
tiene una dimensión soteriológica indiscutible: “Si Cristo no resucitó, vana es
vuestra fe”[230]. Además, constituye la auténtica y definitiva victoria sobre
la muerte; una victoria que es parte esencial de nuestra redención.
Cristo resucitó uniendo, por su propia
virtud, su alma a su cuerpo. Éste tiene características de cuerpo glorioso. En
los actos que nos narra el Evangelio se ve que es un cuerpo humano verdadero,
el mismo que murió (llagas); informado por un alma con funciones nutritivas,
sensitivas e intelectivas, y unido a la naturaleza divina (milagro de la pesca,
Ascensión).
La ascensión de Cristo es un artículo
de fe. En ella se expresa el señorío de Jesús, su plenitud de vida y poder.
Afecta no sólo a la exaltación de Cristo en cuanto tal, sino al ejercicio de su
mesianismo. La ascensión tiene importancia en la historia de la salvación: “Os
conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el
Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré”[231]. La ascensión no añade nada a la
resurrección con respecto a la glorificación de Cristo en sí misma, pero sí
añade el “estar sentado a la derecha del Padre”. Esta última expresión incluye
el pleno ejercicio sobre toda la creación de su potestad universal de Señor. Es
ese ejercicio el que causa nuestra salvación.
Con Pentecostés se inaugura el tiempo
de la Iglesia, y recibe su último cumplimiento la redención.
22.4. El modo de la redención:
satisfacción, mérito y eficiencia.
La redención tiene tantos aspectos como
facetas tiene la liberación del pecado. Destacan los tres aspectos recogidos en
el título de esta pregunta. Cristo ha satisfecho por nuestros pecados, ha
merecido la nueva vida para nosotros y, como causa eficiente, produce en
nosotros esa nueva vida de la gracia y de la gloria. No se trata de elementos
desconectados entre sí, sino de tres aspectos del mismo y único misterio.
a) La satisfacción por los pecados
Designa lo que la muerte de Cristo
tiene de reparación a Dios por la ofensa cometida por la humanidad. Por ser don
del Padre a los hombres, la satisfacción no es primordialmente una obra humana
sino iniciativa divina.
Cristo no sufrió un castigo -en el
sentido estricto del término- por nuestras iniquidades, pero las tomó sobre sí
y padeció verdaderos sufrimientos por nuestros pecados[232].
Características de esta satisfacción:
a.1)
Sustitución penal
La teoría de la sustitución penal
afirma que Cristo es castigado en nuestro lugar. Como explicación de la
Redención es inaceptable: supondría castigar a un inocente en vez de castigar
al culpable; por tanto, estaría en contradicción con la infinita justicia de
Dios.
a.2)
Satisfacción vicaria
Cristo, con su muerte, expió los
pecados de los hombres; y el Padre aceptó esa expiación voluntaria, ofrecida
por Cristo, como satisfacción por nuestros pecados. A esto hace referencia el
término “vicaria” porque es una reparación ofrecida en nuestro lugar, por
pecados ajenos: no satisface en vez de nosotros, sino como nuestra Cabeza. Esta
capitalidad se manifiesta en su solidaridad con los hombres. Se diferencia de
la sustitución penal en que a Cristo no se le imputa nuestro pecado, ni es
castigado como si fuera culpable.
Es el mismo Padre el que pone en el
corazón de Cristo la caridad necesaria para la entrega de la propia vida por la
salvación de los hombres. Dicha entrega es real y dolorosa. Pero el aspecto
esencial de la satisfacción no es la expiación de la penas mediante el
sufrimiento, sino el amor y la obediencia.
a.3)
Satisfacción adecuada y sobreabundante
Satisfacción adecuada es aquella que
compensa realmente la ofensa; aquella que repara objetivamente la ofensa
inferida en toda su intensidad.
El pecado es una ofensa a Dios. Esta
ofensa, en cierto sentido, es infinita, dada la infinitud del amor que rechaza
y de la santidad a la que se opone. Sólo una satisfacción de valor infinito
puede compensar adecuadamente lo que el pecado tiene en sí mismo de ofensa a
Dios. Sólo el Hombre-Dios podía ofrecer una satisfacción infinita, pues sólo
sus actos tienen valor infinito.
Hay que afirmar esto sin disminuir la
soberana libertad de Dios a la hora de elegir el camino para salvar al hombre.
La satisfacción operada por Cristo aparece así como conveniente para la
salvación del hombre, pero no como necesaria. Sólo sería necesaria en la
hipótesis de que se quisiera una reparación adecuada ex toto rigore justitiae.
Cualquier acto de amor y de obediencia
de Cristo era suficiente para una satisfacción adecuada. Se dice que fue
sobreabundante en referencia a sus efectos: “Allí donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia”[233]. Cristo restituyó al hombre a un estado de gracia
superior al que tenía Adán antes de la caída.
a.4)
Satisfacción infinita
Es conclusión lógica de ser adecuada y
sobreabundante. La Persona que realiza las acciones de Cristo -el Verbo- tiene
una dignidad infinita; por tanto, la satisfacción de Cristo posee un valor
intrínsecamente infinito.
b) El mérito de Cristo
El concepto de mérito hace referencia
al valor moral de una actuación. Se distinguen dos tipos: de condigno y de
congruo. El primero es aquel que existe cuando se da igualdad entre la calidad
de la obra realizada y el premio que se va a recibir, de forma que el premio se
debe en estricta justicia. Se aplica al merecimiento personal. En el segundo,
el premio sólo es debido a la liberalidad de quien premia (no en justicia).
Sólo mediante el mérito de congruo se puede merecer por los demás.
Los méritos de Cristo son infinitos por
razón de la Persona. Jesús, con su obediencia hasta la muerte, merece para sí
su glorificación; y para el género humano el perdón de los pecados. Mereció
nuestra salvación por ser Cabeza de la Humanidad, como si la mereciese para sí
mismo: por eso se dice que el mérito de Cristo es de condigno.
Decir que Cristo merece implica afirmar
su actuación moral, o sea, su actuación con auténtica libertad humana en estado
de caminante.
c) La eficiencia de Cristo
Jesús no solo mereció para nosotros la
gracia sino que la causa realmente en nosotros. La causa eficiente principal de
la gracia de la salvación sólo puede ser Dios, pero Dios causa esta gracia en
nosotros mediante la humanidad de Jesús. La humanidad del Hijo de Dios es el
instrumento que su divinidad quiso utilizar para producir -y no sólo para
merecer- todas las gracias en los hombres.
Tienen eficiencia actual sobre nosotros
tanto Cristo glorioso como los misterios de su existencia terrena. La
eficiencia de esos hechos acaecidos en el pasado alcanza todo momento sucesivo
de la historia. Además, todos los misterios de su vida, muerte y glorificación
obran nuestra salvación todos juntos y al mismo tiempo.
22.5. Frutos de la Redención:
liberación y reconciliación.
Redención indica liberación mediante el
pago del precio justo.
Salvación indica liberación de un mal
(físico o moral). Siendo así, la salvación tendrá por objeto tantos aspectos y
niveles como tengan los males que aquejan o pueden aquejar al hombre. Y
afectará, en primer lugar, a la raíz de todos los males que aquejan al hombre:
el pecado. Por tanto, la salvación comporta inseparablemente la reconciliación
del hombre con Dios.
a) La liberación del pecado
No se trata sólo de una no imputación
meramente legal, sino de una auténtica curación. La victoria de Cristo incluye
arrancar el mal del corazón del hombre: hacer del hombre una nueva criatura.
Implica también que el hombre puede, con la gracia de Dios, vencer en sí mismo
el poder del pecado -las tendencias hacia el mal-. Cristo libera al hombre de
las consecuencias del pecado: el error, el poder de Satanás y del dominio de la
muerte. La liberación del pecado comporta, por último, la liberación de la pena
debida por el pecado.
Todo esto no significa que los hombres
no seamos todavía pecadores: Cristo ha instituido una causa universal de
remisión de los pecados, pero es preciso que se aplique a cada individuo.
b) La liberación del poder del demonio
En la medida en que el hombre es
esclavo del pecado, se encuentra también bajo el dominio del demonio, no porque
Satanás tenga un derecho sobre el pecador, sino porque tiene un mayor influjo
sobre él para inducirlo al mal. La llegada del reino de Dios implica la
destrucción del poder tiránico del demonio. Esta victoria ya ahora es real,
aunque todavía no se le ha arrebatado todo poder de tentar a los hombres. El
Señor nos libera del poder del diablo precisamente al liberarnos del poder del
pecado, que es el instrumento de su dominio sobre el hombre.
c) Liberación de la muerte
La muerte, y todo lo que de dolor y
frustración se sintetiza en ella, es pena del pecado[234]. La liberación del
pecado comporta la liberación de la muerte. La victoria de Cristo sobre el
dolor y sobre la muerte conlleva haberlos cambiado de signo: su negatividad se
convierte en positividad. Nuestro dolor y nuestra muerte adquieren ahora el
mismo sentido que tuvieron los de nuestro Redentor.
d) Liberación de la antigua ley
Jesucristo no vino a “destruir la ley,
sino a darle cumplimiento”[235]. Lleva la Ley Antigua a su última perfección:
una perfección que la trasciende, al mismo tiempo que le da plenitud. Ha concedido
al hombre un acceso fácil y abundante a las fuentes de la gracia para la lucha
contra el pecado.
Los preceptos morales de la ley mosaica
continúan vigentes porque ésta no hacía sino recoger lo que es de ley natural.
e) La reconciliación de los hombres con
Dios
La reconciliación no es otra cosa que
la redención, considerada en su aspecto positivo de realidad nueva que implica
el perdón de los pecados -que habían constituido a los hombres en enemistad con
Dios-. El perdón es verdadera aniquilación del pecado hasta tal punto que se
trata de una transformación del hombre, mediante la gracia sobrenatural, tan
profunda que se denomina nueva criatura al que la recibe. Es una auténtica
renovación interior que lleva a los hombres a una unión con Dios más íntima que
la de Adán.
B) RESUMEN
La triple función redentora de Cristo:
Profeta, Sacerdote, Rey.
Las funciones pastoral (o real),
profética (o magisterial) y sacerdotal no son independientes, sino como ramas
de un mismo tronco: la Encarnación. Cristo es enviado por el Padre para llevar
a los hombres la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, es el Maestro que enseña y
la Verdad enseñada.
En el sacrificio de Cristo se unen, en
un mismo sujeto, el sacerdote que ofrece y la víctima ofrecida. Cristo sigue
ejerciendo eternamente su sacerdocio. El constitutivo formal del sacerdocio de
Cristo es la unión hipostática, en cuanto que por ella su humanidad ha sido
constituida en humanidad de Dios y, por tanto, en mediación perfecta entre Dios
y los hombres.
La realeza de Cristo es una realidad
radicada en su condición de Dios-Hombre y se fundamenta también en la unión
hipostática.
Valor salvífico de todos los misterios
de la vida, muerte y glorificación de Jesús.
La encarnación trae ya consigo el
comienzo de la salvación. Los años de la vida oculta de Cristo son
auténticos actos redentores. La eficacia de redención se manifiesta con gran
claridad en su vida pública, sobre todo cuando perdona los pecados y expulsa
los demonios. La muerte de Cristo fue la meta terrena prevista que consumaba su
acción redentora. La exaltación de Cristo comporta la resurrección de entre los
muertos, su ascensión a la diestra del Padre y el envío del Espíritu Santo.
Esta glorificación es parte integrante de la obra redentora.
El misterio pascual: muerte,
resurrección y ascensión de Jesucristo.
Su muerte en la Cruz es la consumación
de su existencia terrena y del sacrificio redentor. Su resurrección es parte
esencial de nuestra redención. En la ascensión de Cristo se expresa su señorío,
su plenitud de vida y poder. Tiene importancia en la historia de la salvación:
“Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el
Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré”[236].
El modo de la redención: satisfacción,
mérito y eficiencia.
Cristo ha satisfecho por nuestros
pecados, ha merecido la nueva vida para nosotros y, como causa eficiente,
produce en nosotros esa nueva vida de la gracia y de la gloria. No se trata de
elementos desconectados entre sí, sino de tres aspectos del mismo y único misterio.
Satisfacción designa lo que la muerte de Cristo tiene de reparación a Dios
por la ofensa cometida por la humanidad. Se dice que es vicaria, adecuada y
sobreabundante.
El concepto de mérito hace referencia
al valor moral de una actuación. Los méritos de Cristo son infinitos por razón
de la Persona. Su mérito se dice que es de condigno .
Jesús no solo mereció la gracia sino
que la causa realmente en nosotros. La causa eficiente principal de la gracia
de la salvación sólo puede ser Dios, pero Dios causa esta gracia en nosotros
mediante la humanidad de Jesús.
Frutos de la redención: liberación y
reconciliación.
Redención indica liberación mediante el
pago del precio justo. Salvación indica liberación de un mal (físico o moral).
Tiene por objeto tantos aspectos y niveles como tienen los males que aquejan o
pueden aquejar al hombre. Comporta. por tanto, la liberación del pecado y de
sus consecuencias: el error, el poder de Satanás y el dominio de la muerte; así
como de la Ley Antigua.
La reconciliación es una auténtica
renovación interior que lleva a los hombres a una unión con Dios más íntima que
la de Adán.
C) BIBLIOGRAFÍA
Ocáriz, F.; Mateo-Seco, L.F.; Riestra,
J.A.: El misterio de Jesucristo. Eunsa. Pamplona. 2ªed., 1993; pp. 217-270 y
303-435.
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